¿Soy un buen pastor de almas? ¿Soy una buena oveja del redil del Señor? He aquí la invitación que la liturgia nos insta a meditar.
Redacción (19/06/2023 10:30, Gaudium Press) Basta recorrer las páginas del Evangelio para ver cuánto el pastoreo se presta a simbolizar la relación entre Dios y los hombres. De este modo, la liturgia recogida para ayer XI domingo del tiempo ordinario nos trae la imagen del pastor y de las ovejas, para corroborar la predilección y el amor de Dios por nosotros.
El amor del Señor por sus ovejas
“En aquel tiempo, cuando Jesús vio las multitudes, tuvo compasión de ellas, porque estaban cansadas y abatidas, como ovejas sin pastor”. (Mt 9,36)
Se vivía entonces en una sociedad muy ligada al campo. Así, de manera didáctica, muchas veces Jesús se refiere a la actividad pastoral en su predicación, presentándose incluso como el Buen Pastor, para ser bien entendido por sus oyentes. En el versículo citado, menciona el cansancio de las ovejas que no tienen pastor. De hecho, en ausencia de este, los animales suelen dispersarse y, al deambular desviados de su curso normal, a menudo se cansan. Si hubiera un pastor, dirigiría el rebaño a los mejores pastos donde pudieran alimentarse y descansar en paz bajo su atenta protección.
Esta figura refleja una realidad mucho más dolorosa respecto a la salvación de las almas. Sin un guía espiritual competente que sepa discernir las necesidades del conjunto que le ha sido confiado, y adaptar el aprendizaje y el progreso a las circunstancias espirituales de cada uno, las personas se desorientan y, arrastradas por las malas tendencias, se desvían del camino recto, tomando los caminos del pecado, a la búsqueda de la ilusoria felicidad que proporcionan los bienes terrenales. Esta falta de dirección produce cansancio y desánimo. Sin embargo, muchas veces una mirada de aliento o una palabra de confianza de un fervoroso pastor bastarían para reconducirlos a la práctica de la virtud.
De hecho, cuando se trata de la salvación del alma, el consejo de alguien más experimentado es de gran ayuda. Es clásico el principio de vida interior de que el mayor temor del demonio al tentar a alguien es precisamente que la víctima busque la guía de un superior o un confesor. Cuando esto sucede, las pérfidas maniobras diabólicas pronto se desenmascaran, volviéndose inocuas, pues el mal avanza hasta el punto de lograr camuflar sus intenciones últimas.
Jesús, por su conocimiento divino, desde toda la eternidad vio el estado de pobreza de las multitudes que lo seguían. Como hombre, sin embargo, aún no había comprobado esa terrible situación de dificultad espiritual. Por eso, al verlo, “se compadeció de ellos”, es decir,padeció, sufrió con. Él hizo de su sufrimiento, por lo tanto, su propio sufrimiento.
Hoy en día, por desgracia, por un concepto erróneo, la compasión se entiende casi exclusivamente en el sentido de necesidades materiales. Ciertamente estas deben ser atendidos, permitiendo que las personas se abran a la acción de la gracia. Fue la civilización cristiana la que introdujo las obras de caridad en las relaciones humanas. De la preocupación maternal de la Iglesia nacieron hospitales y numerosas instituciones para la asistencia a los pobres y desamparados. Pero, de por sí, es más importante —sin descuidar lo material— proporcionar formación doctrinal y consuelo espiritual, ya que el alma es, por naturaleza, más noble, elevada y relevante que el cuerpo. No hay nada que se compare con la alegría que proviene de una conciencia equilibrada y pacífica. Cuando ella no es limpia y transparente, el hombre no se siente feliz, ni siquiera gozando de todos los bienes terrenales.
Es la felicidad sobrenatural, buscada en vano por las multitudes, lo que Jesús quiere ofrecerles. Estaban cansados y abatidos porque no había quien los dirigiera correctamente para la venida del Mesías, que las Escrituras indicaban que estaba cerca. Para colmo, había falsos guías que, “siendo pastores, se portaban como lobos, no sólo no corregían a la multitud, sino que eran el mayor obstáculo para su progreso”[1].
Y esta orfandad no se restringió a esos tiempos. Si el Verbo se hubiera encarnado en nuestros días, ciertamente su actitud no sería diferente, o tal vez su compasión sería aún más acentuada, a tal punto el mundo está desconcertado y desviado. Por falta de pastores auténticos en número suficiente, la opinión pública está sorda a la voz de Dios, enmudece para comunicar la verdad a los demás y acaba por no comprender la salvación que le presenta la Iglesia. Así como en su vida terrena Jesús tomó la iniciativa de ir a los pueblos, sanando a todos por el camino, sin rechazar a nadie, también hoy va en busca de la multitud desvalida y está siempre dispuesto a acoger al pecador. Para esto, basta tener un arrepentimiento sincero y un deseo de enmendar la vida. Este es el momento de apiadarse del rebaño y recordar la obligación de todo bautizado de hacer un apostolado con sus semejantes.
Pidamos, pues, al Divino Pastor que “envíe obreros a la mies del Señor” (cf. Mt 9,38), e inculque en sus pastores ese verdadero amor y celo por la causa de Dios, para que se atienda así la petición de la oración para este día: que las ovejas de su redil quieran y actúen según la voluntad de Dios, siguiendo sus mandamientos.
Por Guilllermo Motta
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Extraído, con adaptaciones de:
CLÁ DIAS, João Scognamiglio. O inédito sobre os Evangelhos: comentários aos Evangelhos dominicais. Città del Vaticano-São Paulo: LEV-Instituto Lumen Sapientiæ, 2012, v. 2, p. 149-153.
[1] SÃO JOÃO CRISÓSTOMO. Homilía XXXII, n.2. In: Obras. Homilías sobre el Evangelio de San Mateo (1-45). 2.ed. Madrid: BAC, 2007, v. 1, p. 637-638.
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