“Me siento a desayunar, en compañía de mi padre; esta vez no está mi mamá que fue a misa temprano, porque los sábados es más fácil acceder a la de las ocho…”
Redacción (12/08/2023, Gaudium Press) Me siento a desayunar, en compañía de mi padre; esta vez no está mi mamá que fue a misa temprano, porque los sábados es más fácil acceder a la de las ocho.
Aprovecho para conversar con él, y para hacerme un favor que normalmente me hago, pues comúnmente a esa hora él ya ha leído su periódico, sí de papel (debe ser de los pocos suscriptores en papel que aún le quedan al gran diario nacional), y le pregunto:
— ¿Alguna novedad especial?
— Nada especial… Bueno, perdimos.
— ¿Perdimos…?, indago, como quien acaba de descender de Marte.
— Sí, las chicas perdieron el partido en el mundial.
Ahí recordé de lo que ya me había hablado, que hoy en la mañana la selección femenina de fútbol de mi país se ‘jugaba la vida’ contra otra de las más poderosas.
— Y tú qué haces viendo eso señor…, le respondí.
— Claro caballero, ellas están representando a su país, son esforzadas, guerreras, y cumplieron un excelente papel.
Tengo la alegría de que mi padre es católico y en líneas generales conservador. Para nada de esos viejos que se quedaron petrificados en los eslóganes hippie y que hasta hoy son más aggiornatos que sus hijos. Pero en materia de futbol femenino él va con la ola.
— Mira, podré estar entre los retrógados minoritarios que no gustan de eso, pero me permitirás que te explique mi posición. Es algo que tendría mucho miedo de decir de público, pero en estas paredes del hogar lo voy a hacer (sigo estando con miedo, verdadero pánico al apedreamiento, mientras escribo estas líneas).
En el fútbol, deporte rudo, de contacto, no se ve bien que los jugadores se quejen por cualquier golpe, patada, por cualquier empujón, pues eso hace parte de la esencia del juego, ¿o no?
— Sí, es cierto. Por eso las muchas críticas que le hacen a Neymar cuando llora, se queja, patalea y se revuelca, real o fingido, cuando le cometen ciertas faltas.
— Perfecto. Entonces, se espera que las mujeres asuman esas actitudes, o las propias condiciones del juego hacen que las mujeres las asuman, la de no ser ‘lloronas’, sino ‘fuertes’ como son los hombres en el fútbol, ¿o no?
— Mmmmm… podría ser.
— Pues eso es un absurdo, porque una de las grandes riquezas de la naturaleza femenina es su delicadeza, y ese tipo de deportes la destrozan, desnaturalizan a la mujer. La delicadeza femenina es una de las más finas joyas que Dios puso en la creación. De ella se benefician sobre todo los hombres, que aunque por lo general carecen de ella también la necesitan. Se benefician los bebés y los niños, que en su fragilidad de tierna planta que nace y crece, necesitan de los cuidados atentos y sutiles de la delicadeza de las damas. De esa delicadeza se benefician los enfermos, que normalmente serán atendidos por enfermeras mujeres con las características de su fino ser. Y etc. Se beneficia el mundo entero. Pero en el fútbol a ellas no se les permite ser así, delicadas, porque si no no podrían parar goles o meter goles…
— Usted lo que está haciendo aquí es la apología de la mujer como si ella solo pudiese ser un pétalo de rosa al vaivén del viento, como si la mujer debiese ser solo de papel crepé o mantequilla, que se raja al mirarlo.
— Pone en el tapete vuestra señoría una cuestión muy importante en la que le confieso sigo pensando y aún tengo pensamientos inacabados. Y es la del temple femenino, cuál es o debe ser el temple femenino. Porque el dictamen bíblico de que “la vida del hombre es una lucha mientras esté sobre la faz de la tierra” vale para todos, para hombres y mujeres, las mujeres también deben ser guerreras en las luchas de esta vida.
Creo que la cuestión está en los matices y las distinciones, porque como decía Santo Tomás, distinguir es pensar. ¿El golfista debe ser guerrero? ¿Qué opina usted?
— A su manera.
— Claramente. Debe tener un adecuado estado físico, pero sobre todo mucho temple de nervios. La presión del público y del premio a alcanzar no deben obstaculizar su raciocinio, que le dirá cuál es el mejor camino a seguir hasta el green, si debe dar tres o cuatro golpes, qué fuerza debería imprimir a cada impacto, cuánto debe escuchar los consejos de su caddie, qué hacer si cae en el búnker, etc., etc, debe tener sin duda la fuerza del guerrero, pero más la del estratega que planea una batalla que la del soldado que aguanta en la trinchera. No tengo objeciones a damas guerreras jugando golf, como si las tengo a las damas en trance de fútbol y mucho más recibiendo golpes de boxeo. Por lo demás tampoco, salvo casos de extrema necesidad, me gustaría ver a mujeres en trincheras.
— Eso que usted está diciendo suena a discursos de otros tiempos…
— Lo sé. Tiempos en los que también brilló la fortaleza femenina. Porque por lo demás, para criar a un hijo, solo la fortaleza paciente, perseverante, meticulosa, sacrificada de una madre, ese es un heroísmo del que carecen normalmente los hombres. Pero tampoco tengo ninguna objeción a una emperatriz María Teresa en pleno consejo de ministros decidiendo junto con ellos si se atacaban ahora las fuerzas de Berlín o no, mientras peinaba con peine de plata a María Antonieta. Fortaleza femenina no es necesariamente estar detrás de un balón dándose patadas.
— Conoce usted los calificativos que a veces se usan para posiciones como la suya ¿no?: Visión heteropatriarcal, misógina, y ahora en ambientes eclesiásticos ‘indietrista’…
— Claro que los conozco. Y ante ellos, hago mía la brillante expresión de un político que escuché meses atrás: Esos calificativos me los coloco en el pecho, como si fueran las más merecidas condecoraciones, cuando me son apostrofados por los promotores de la destructiva Revolución Cultural.
— Bien, pues le comento que al final no se sabe que fue lo que hizo el presidente ahora que estuvo en…
Y así se cambió el tema, pero con mi convicción interna de que toca seguir pensando en todos estos asuntos.
Por Carlos Castro
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