jueves, 21 de noviembre de 2024
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Conformarse a la voluntad de Dios

¿Cómo podemos ser fieles a Dios en medio de las adversidades que encontramos en nuestro camino?

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Redacción (25/02/2024, Gaudium Press) El sufrimiento, esta dura realidad que todo hombre tiene que afrontar, nos lleva muchas veces a preguntarnos: ¿para qué sirve? ¿Por qué Dios lo permite? ¿No sería mejor si todo sucediera sin dificultades?

El Evangelio de este segundo domingo de Cuaresma puede mostrarnos algunas respuestas.

Aversión al sufrimiento

El pueblo judío anheló durante milenios el advenimiento de un Mesías que traería salvación a Israel. Sin embargo, una visión falsa de este Salvador, basada en principios muy políticos, comenzó a extenderse entre los judíos, incluso entre los más fervientes: el Mesías resolvería todos los problemas temporales, otorgando al pueblo judío prosperidad y paz, además de primacía sobre las demás naciones, como sanador del sufrimiento.

Ahora bien, en relación con los Apóstoles, esta visualización no era muy diferente. Sabían que Jesús era el Mesías prometido y, por eso, esperaban la restauración de Israel (cf. Hechos 1,6) en un ámbito meramente terrenal.

Cuando tuvo lugar la Transfiguración en el monte Tabor —como se contempla en la liturgia de hoy—, los evangelistas narran que los apóstoles Pedro, Santiago y Juan tuvieron miedo, pero estaban fascinados por la escena que se desarrollaba ante sus ojos:

[Jesús] se transfiguró delante de ellos. Su ropa se volvió brillante y tan blanca como ninguna lavandera del mundo podría blanquearla. Se les aparecieron Elías y Moisés, y estaban hablando con Jesús” (Mc 9,2-3)

Una nube los cubrió y de ella salió una voz que decía:

Éste es Mi Hijo amado. Escuchen lo que Él dice” (Mc 9,7)

Cuando bajaron del monte, Jesús les prohibió contar esta visión, “hasta que el Hijo del Hombre resucitara de entre los muertos” (Mc 9,9). La expresión “resucitar de entre los muertos” les confundió, hasta el punto de que comentaban entre ellos el significado de estas palabras (cf. Mc 9,10). Para que tuviera lugar una resurrección, Jesús tenía que morir primero, y, según su criterio, esto les resultaba inaceptable.

Este mismo fenómeno lo vemos ocurrir en el pasaje del capítulo octavo de San Marcos, cuando San Pedro reprendió a Jesús por haber declarado que moriría y resucitaría al cabo de tres días, lo que le dio el sobrenombre de ¡Satanás! (cf. Mc 8,31-33)

Todavía no podían comprender que sin Cruz, sin sufrimiento, no hay victoria: sería, efectivamente, por su Muerte que vendría la salvación para la humanidad.

Cumpliendo los planes de Dios en medio del sufrimiento

Se dice que, en el siglo pasado, un sacerdote jesuita llamado Walter Ciszek sintió el llamado de Dios a evangelizar Rusia. Estudió en el Collegium Russicum de Roma, destinado a preparar a los jóvenes para el apostolado en Rusia. Sin embargo, tuvo que permanecer algún tiempo en Polonia antes de partir hacia Rusia. Corría el año 1939. El ejército alemán se apoderaba de Varsovia, mientras Rusia tomaba el control del este de Polonia, acercándose a la ciudad de Albertyn, donde vivía el padre Walter con sus feligreses. Como resultado, se desató una terrible persecución contra los católicos de la región.

Ante lo sucedido, el Padre Walter se preguntó: ¿por qué Dios permitió aquello? Y ante aquella calamidad comprendió una verdad importante: cuando estamos en la vida tranquila de todos los días, nos sentimos seguros de nosotros mismos, empezamos a “acomodarnos en este mundo y buscar en él nuestro sustento […]; empezamos a perder de vista el hecho de que, debajo y detrás de todas estas cosas, es Dios quien nos sostiene y sustenta […] y pensamos cada vez menos en Dios”. [1]

¿Y por qué los desastres?

Lamentablemente, muy a menudo sólo nos acordamos de Dios y lo buscamos en momentos de crisis y, generalmente, “con actitud de niños enojados y testarudos. Es en momentos de pérdida familiar o de desesperación cuando los hombres recurren a Dios” [2]. Son las ocasiones en las que internamente exclamamos: “Ah, si pudiera retroceder en el tiempo, si nada de esto hubiera pasado, si tuviera una oportunidad más…” [3]

Hay que tener en cuenta que Dios no puede ser el autor ni siquiera la causa del pecado. Sin embargo, Él usa las tragedias para recordarle a la naturaleza caída del hombre su presencia y amor, la constancia de su preocupación y celo por nosotros. Debemos ser conscientes de que –como señala el padre Antonio Rodríguez– “todas las cosas que nos suceden vienen de la mano de Dios, y toda nuestra perfección está en conformarnos a su voluntad […]. No debéis tomar nada como resultado del azar o de la industria y de las acciones humanas, ya que esto es lo que suele causar mayor pena y tristeza”[4].

Así, el alma que cada día ofrece todas sus alegrías y sufrimientos a Dios, recibiéndolo todo sin cuestionamientos y respondiendo amorosamente al Creador con la plena aceptación de su voluntad, “esta alma percibió, con la fe sencilla de un niño, la verdad profunda de voluntad divina.” [5]

Como a los feligreses de Albertyn, sólo nos queda una cosa por hacer: “permanecer fieles a Dios y buscarlo en todo, confiando en su amor […], esforzándonos siempre por conocer la voluntad de Dios y cumplirla cada día”. [6]

Por Guillermo Motta

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[1] CISZEK, Walter, FLAHERTY, Daniel. Pelos vales escuros. São Paulo: Quadrante, 2018, p. 25.

[2] Ibid., p. 27.

[3] Ibid., p. 20.

[4] RODRIGUES, Afonso. Exercícios de Perfeição e Virtudes Cristãs. São Paulo: Cultor de Livros, 2017, p. 443.

[5] CISZEK, Walter, FLAHERTY, Daniel. Op. Cit., p. 51.

[6] Ibid., p. 28.

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