lunes, 18 de noviembre de 2024
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Conformó una escuela espiritual, síntesis de tantas maravillas en la historia de la Iglesia

“Un nuevo ideal de santidad y un heroico empeño por la Iglesia. En este emprendimiento, nacido de vuestro noble corazón, no podemos dejar de ver una gracia particular dada a la Iglesia, un acto de la Divina Providencia en vista de las necesidades del mundo actual”.

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Redacción (18/11/2024 09:09, Gaudium Press) En la madrugada de la Solemnidad de Todos los Santos, alrededor de las 2:30 am, confortado con los Sacramentos de la Santa Iglesia y rodeado de sus hijos espirituales, Monseñor João Scognamiglio Clá Dias, EP, Fundador de los Heraldos del Evangelio, a la edad de 85 años entregó serenamente su alma a Dios en la ciudad de Franco da Rocha, del Gran São Paulo, Brasil, después de 14 años de sufrir un derrame cerebral que sobrellevaba con gran resignación.

Una hora antes su corazón palpitaba menos, se aproximaba el momento, se inicia la celebración de la santa Misa, a la altura del Evangelio se percibe que había entregado su alma a Dios. El día anterior – precisamente aniversario de su Primera Comunión – la había recibido, por última vez, durante la celebración eucarística. Quien fuera escogido para hacer brillar la luz de Nuestra Señora en los corazones como modelo de esclavo de María, hacía su entrada en la eternidad.

Sin adelantarnos al juicio de la Santa Iglesia, podemos decir que deja un legado de santidad de vida a millones de católicos de los cinco continentes, en más de setenta países.

Desde su juventud, en su aspiración de reunir a los jóvenes para formarlos y conducirlos hacia Dios, hizo germinar tres entidades pontificias: la Asociación Internacional de Fieles de los Heraldos del Evangelio, aprobada en 2001 por el Papa San Juan Pablo II, la Sociedad Clerical de Vida Apostólica Virgo Flos Carmeli y la Sociedad Femenina de Vida Apostólica Regina Virginum, ambas aprobadas por el Papa Benedicto XVI en 2009.

Fundó más de cincuenta coros y orquestas e impulsó la construcción de casi una treintena de iglesias y oratorios – dos de los cuales recibieron el título de basílica – en Brasil y en diversas naciones de América, Europa y África.

En su difusión de la devoción a la Santísima Virgen mediante ceremonias de consagración a Ella, según el método de la esclavitud de amor que enseña San Luis María Grignion de Montfort, llegó indirectamente a casi tres millones de católicos en 178 países. También instituyó y fomentó la Adoración Perpetua al Santísimo Sacramento en las casas principales de las instituciones que fundó.

En 2008, Benedicto XVI, lo nombró Protonotario Apostólico y Canónigo Honorario de la Basílica Papal de Santa María la Mayor de Roma. Ha recibido la Medalla Pro Ecclesia et Pontice por su dedicación en favor de la Santa Iglesia y del Sumo Pontífice. Es así que bien se entienden las palabras que el Cardenal Franc Rodé, entonces prefecto de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, dirigió a Mons. João el 15 de agosto de 2009: “En el momento de entregaros la condecoración con la cual el Santo Padre quiso premiar vuestros méritos…una nueva caballería nació, gracias a Vuestra Excelencia, no secular, sino religiosa, con un nuevo ideal de santidad y un heroico empeño por la Iglesia. En este emprendimiento, nacido de vuestro noble corazón, no podemos dejar de ver una gracia particular dada a la Iglesia, un acto de la Divina Providencia en vista de las necesidades del mundo actual… ¡Usted es de la estirpe de los héroes y de los santos!”

A lo largo de los siglos, Dios muchas veces permite el avance de las tinieblas para hacer brillar más gloriosamente la luz. En los momentos en que las sombras parecen hacer dominar el mundo, las manos del Divino artífice presentan verdaderos luceros, hombres providenciales, una luz para los momentos difíciles. Fueron los hombres providenciales cuya presencia no termina en este mundo. La gran Santa Teresa del Niño Jesús proclamaba con razón: “Yo no muero, entro en la vida” y “Pasaré mi Cielo haciendo el bien en la tierra”.

Su fe robusta la comunicó a una multitud de hijos e hijas, como a incontables almas esparcidas por el mundo, a través de sus hijos, de sus discípulos. Quién podrá contar sus obras, enumerar sus virtudes, recordar sus enseñanzas o recoger sus ejemplos. De una fidelidad sin mancha en medio de las ruinas de un mundo dominado por el pecado, lleno de un amor siempre requintado a la Santa Iglesia Católica, hoy atacada, traicionada y crucificada. La gran misión de Monseñor João, inculcando su amor a la Santa Iglesia, deseando que nuestros sufrimientos se unan a los de Cristo, como la gota de agua en el Cáliz.

Desde tierna edad, manteniendo su inocencia con heroica perseverancia en la admiración contemplativa de las maravillas de la Santa Iglesia, discernía, con espíritu profético, los designios de María Santísima conduciendo la obra que Dios le confiara ante incontables obstáculos, con los deseos que guardaba en el alma desde su infancia.

Cuando la vocación sacerdotal vino a su encuentro fue un soplo del Espíritu Santo. Como un fiel Cireneo de la Santa Iglesia flagelada y cubierta de llagas, tan perseguida, asumiendo sus angustias y acompañándola en su tribulación. Configurado con Ella en su Pasión, con sus miembros inmovilizados para mayor vitalidad, con sus labios silenciados para que Su voz vuelva gloriosa en la vastedad de la tierra, con su sufrimiento contribuyendo para el resurgir y el triunfo de Aquella que jamás morirá. Conformó una escuela espiritual síntesis de tantas maravillas en la historia de la Iglesia, punto de concentración de la fidelidad a la Esposa de Cristo. Como la columna de nube y de fuego que guió a los israelitas en el desierto (cf Ex 13, 21), mantuvo una adhesión inquebrantable a la verdad y a la virtud.

Con motivo de su fallecimiento miles de miles de condolencias van llegando de todo el mundo. Entre ellas quiero destacar, por la cercanía a su acción evangelizadora, la del Cardenal Odilo Pedro Scherer, Arzobispo de San Pablo, Brasil, que manifiesta en su nombre y en el de toda la Archidiócesis su pesar por el fallecimiento de Monseñor João Scognamiglio Clá Días, fundador de los Heraldos del Evangelio que, “se destacó por su liderazgo y su empeño en congregar a los jóvenes para vivir más intensamente la vida cristiana, la devoción a la Bienaventurada Virgen María y la comunión con la Iglesia, incluso en medio a dificultades e incomprensiones”.

Así como también la de Mons. Sergio Aparecido Colombo, obispo de Bragança Paulista (SP), expresó: “Monseñor João, con su dedicación, deja un legado de profunda espiritualidad y evangelización que marcó la vida de muchos, llevando a las almas a una intensa experiencia de Fe y amor por la Señora del Rosario. Su obra resuena en varias partes del mundo y nuestra Diócesis es testigo de su misión”.

Se diría que está todo acabado, pero es el momento en que todo comienza. Su biografía no se cierra con su vida terrena, la parte más actuante es el actuar y operar en Dios después de la muerte. Su cuerpo fue sepultado, quedemos atentos a las maravillas que realizará por nosotros desde la eternidad, aquel que podemos decir está configurado plenamente con María Santísima Reina de los Últimos Tiempos. El mayor panegírico de la vida de Mons. João fue su propia vida. Por eso, podremos proclamar por todo y siempre: “Vivió… y continuará viviendo”.

 

 

Por el P. Fernando Gioia, EP

www.reflexionando.org

(Publicado originalmente en La Prensa Gráfica, 17 de noviembre de 2024)

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