miércoles, 17 de diciembre de 2025
Gaudium news > “Creo en un solo Dios…”: el Credo, 1700 años después de Nicea

“Creo en un solo Dios…”: el Credo, 1700 años después de Nicea

Desde el Concilio de Nicea hasta hoy, el Credo ha sido el puente que une a los creyentes. Nacido para de expresar el misterio del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

cosntcredo

Redacción (17/12/2025 16:40, Gaudium Press) “Creo en un solo Dios…”

Unas pocas palabras, que sin embargo durante dos mil años han moldeado la fe de miles de millones de personas. Pero detrás de esta profesión de fe hay historia, o muchas historias, una historia tejida en los primeros siglos del cristianismo y forjada en medio de disputas, concilios y búsquedas de verdad.

El video La historia detrás del Credo, presentado por Vatican News, nos lleva a recorrer los orígenes de esta oración que los cristianos recitan cada domingo, no como un texto aleatorio, sino como una síntesis solemne de la fe apostólica.

Los primeros pasos del Credo

En el siglo II, los catecúmenos —aquellos que se preparaban para recibir el bautismo— ya profesaban una fórmula: “Creo en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.”

Desde entonces, el Credo fue tomando forma en las distintas comunidades. El sacerdote Giulio Maspero, comisario de la exposición Luz de Luz: Nicea, 1700 años después, explica que “el Credo de los Apóstoles es de origen romano. En la Iglesia primitiva, cada Iglesia local tenía su propio credo.”

El P. Maspero añade que “los cristianos eran introducidos a la fe a través de una serie de preguntas que, al principio, eran las mismas para todos. Pero con el tiempo, dependiendo de la historia y la sensibilidad de cada Iglesia local, se añadieron o enfatizaron ciertos elementos.”

Con la libertad religiosa concedida por el emperador Constantino en el año 313, las diferencias entre las Iglesias locales comenzaron a generar tensiones. “A partir de ahí surgió un pequeño problema que dio lugar al Credo de Nicea, formulado para sanar precisamente esa dificultad”, y unificar este símbolo de la fe, afirma el P. Maspero.

El Concilio de Nicea

El Concilio de Nicea, celebrado en el año 325 d.C. en la actual Turquía, fue el primer concilio ecuménico del cristianismo. Allí, los obispos definieron una solemne profesión de fe común para toda la Iglesia, la oración que hoy conocemos como el Credo Niceno.

La tradición sostiene que, en el año 324, la fe niceana se proclamó por primera vez en Roma, como preparación al concilio. “Esa primera proclamación se recuerda en una antigua capilla bajo la basílica de San Juan de Letrán”, narra el video, donde un fresco medieval conmemora el concilio de Nicea, la proclamación del Credo y la victoria de la Iglesia sobre la herejía arriana.

En Nicea se reafirmó la plena divinidad de Cristo. El P. Maspero explica: “Lo que se definió en Nicea es que el Hijo es homoousios con el Padre, es decir, que es de la misma realidad que el Padre.”

Y aclara que esta definición no se trata de una igualdad genérica: “El Padre es Padre, y por eso, cuando el Padre otorga el ser al Hijo, precisamente porque es Padre, no le da solo algo, sino que le da todo su ser.”

Constantinopla y la plenitud del Credo

Décadas después, en el Concilio de Constantinopla en el año 381 d.C., el Credo fue ampliado. Así nació el Credo Niceno-Constantinopolitano, que todavía se recita hoy en la liturgia.

Una vez definida la relación entre el Padre y el Hijo, surgió una nueva cuestión: la del Espíritu Santo.

EL P. Maspero explica: “Un hijo siempre tiene la misma naturaleza que el padre. Un caballo engendra un caballo, un hombre engendra un hombre; así que Dios engendra a Dios. Pero el Espíritu no es engendrado, por lo que no es el Hijo. La Escritura es muy clara al respecto. Entonces, ¿quién es el Espíritu?”

Gracias al trabajo teológico de los llamados Padres Capadocios, la Iglesia afirmó claramente que “el Espíritu Santo es Dios, que no es creado, que es de la misma naturaleza, pero no en el sentido de ser engendrado. Nosotros decimos que procede.”

La Edad Media y la controversia del Filioque

Durante la Edad Media, el Credo fue modificado con la adición del Filioque (“y del Hijo…”), una aclaración occidental sobre el Espíritu Santo que más tarde contribuiría al Cisma de Oriente en 1054.

El sacerdote señala que esta controversia fue en gran medida un problema de idioma: “El griego tiene un artículo definido; el latín no. Puede parecer un detalle sin importancia, pero las diferencias entre las Iglesias estaban estrechamente ligadas al lenguaje y la tradición.”

Los siete primeros concilios ecuménicos entendieron que esta no era una diferencia doctrinal de fondo, sino de expresión. Sin embargo, en cierto momento, los francos, Carlomagno y sus teólogos, en parte por razones políticas y en parte por ignorancia, comenzaron a pensar que los griegos habían eliminado el Filioque.

El P. Maspero aclara que esto sería imposible, porque “usar el Filioque en griego significaría que el Espíritu Santo procede de dos principios diferentes, lo que nadie ha pretendido decir jamás.”

Una respuesta al nihilismo contemporáneo

La también comisaria de la exposición Luz de Luz Hilaria Vigorelli, indica que el mensaje de Nicea conserva una actualidad. “El contexto en el que queríamos situar el significado de Nicea era precisamente este: ayudar a la gente a comprender que Nicea es una respuesta a todas esas inquietudes internas.”

Vigorelli explica que la fe de los padres conciliares “era la fe de aquellos que descubrieron que Dios no existe sin el Hijo, que Dios es Padre y que no solo actúa como Padre.”

Y añade: “Este ser originalmente, desde el principio, Padre, nos pareció la clave para hablar a los hombres y mujeres contemporáneos sobre la esperanza, sobre la audacia, sobre la posibilidad del perdón.”

La exposición Luz de Luz pone en evidencia que, esta luz significa que Dios nunca deja de iluminar el mundo. Dios nunca deja de entregarse a la humanidad, incluso cuando la humanidad lo ignora, lo rechaza o se mantiene distante. Un Dios que no puede atenuarse, que ninguna oscuridad puede extinguir.

El Credo

La historia del Credo es, en definitiva, la historia de la búsqueda de la unidad en la fe, de una Iglesia que, desde sus primeros siglos, quiso expresar en palabras humanas el misterio de un Dios que es Padre, Hijo y Espíritu Santo.

A lo largo de los siglos, esta profesión de fe ha sido repetida por mártires, santos y creyentes de todas las generaciones. Y hoy, como hace mil setecientos años, sigue siendo la guía de quienes dicen con amor y convicción “Creo en un solo Dios.”

Con información de EWTN

 

Deje su Comentario

Noticias Relacionadas