El Cristo de la Expiración, en Cartagena de Indias, es algo más que una fábula.
Redacción (05/07/2025, Gaudium Press) El Cristo de la Expiración, en Cartagena de Indias, es algo más que una fábula.
Engastado al fondo de la nave derecha de la iglesia de Santo Domingo, fue a mediados del S. XVIII que apareció por el convento de los Domini Canes un misterioso tallador que después de encerrarse dos semanas y recibiendo como pago solo el alimento, terminó creando esa maravilla tras lo cual desapareció, sin que se le pudiese seguir el rastro pero dejando el dulce recuerdo de una generosa identidad desconocida.
Las hipótesis sobre quien fue este maestro, abundan, desde que haya sido un ángel, o hasta el propio San José, quien ya ha hizo obras portentosas, como la magnífica escalera de la capilla de Loreto en Santa Fe, Nuevo México, escalera en espiral de dos giros, sin un solo clavo.
Lo cierto es que después de surgido el Señor de la Expiración, en los momentos de más graves crisis como por ejemplo epidemias de viruela, los cartageneros lo han sacado en procesión y el Señor les ha correspondido.
Pero incluso, aunque no tuviese de telón de fondo esa historia maravillosa, su figura y particularmente su rostro, son una fábula.
Es de la ‘expiración’, pues Jesucristo inclina su cabeza al máximo y la dirige hacia el cielo, pronto a decir el “Consumatum est”, el ‘todo está cumplido’ para que los hombres reciban el beneficio de su sangre redentora.
Es el rostro de un diálogo sublime, entre Jesús Cordero, el Padre Eterno y el Paráclito, en el que consideran toda la Historia de la Humanidad, que tras la caída de Adán había colmado y colmaría el sombrío elenco de los pecados en el que puede incurrir la bajeza humana.
Es el Rey Cordero, enaltecido y sacrificado, que le dice a Dios ‘la balanza se ha equilibrado, la deuda ha sido saldada, aquí está mi sangre, todo está pagado’. No podemos hacer otra cosa sino caer de rodillas a sus pies, entregarnos a Él, serle gratos por toda la vida y la Eternidad.
Cristo de la Expiración de Cartagena de Indias, rogad por nosotros.
Por Saúl Castiblanco
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