Las autoridades comunistas solo aceptan una Iglesia ‘sinicizada’.
Redacción (29/11/2023, Gaudium Press) Desde el 15 de noviembre pasado, y por espacio de cinco días, Mons. Joseph Li Shan, obispo de Pekín, estuvo visitando Hong Kong, una visita histórica, pues era la primera que realizaba un obispo de la china continental a la isla, que es régimen especial. Histórica también por la condición de Mons. Li Shan, que es presidente de la Asociación Patriótica de los Católicos Chinos, el organismo ‘oficial’ bajo el control del Partido comunista.
Las dos diócesis de Hong Kong y Beijing “aprenden una de otra, se complementan, se enriquecen, promueven la labor evangélica y pastoral en el camino de la sinización y trabajan juntas para promover el estudio del pensamiento teológico y la sana transmisión del catolicismo en China”, dijo el Obispo de Pekín en el evento “El espíritu de sinodalidad y la Iglesia en China: comunión, participación y misión”, que se desarrolló en Hong Kong. Dos claves ahí a resaltar: la importancia de la sinización (que muchos califican de la doma ejercida por el Partido Comunista Chino sobre el catolicismo), y que hay una “sana transmisión” del catolicismo en la China, y por tanto una que se considera no sana.
Pero es claro que no todo lo que esperan los católicos, tanto los de la “Iglesia del silencio” en la china continental, cuanto los de Hong Kong son paz, amor y comprensión.
Así se evidencia en la nota publicada el pasado 15 en The Catholic Herald, que recoge la voz de Lord Patten of Barnes, el último gobernador británico en Hong Kong, quien afirma que la aproximación vaticana hacia las autoridades comunistas es de “auto-engaño”, poco más que una “política de apaciguamiento” hacia “dictadores matones”.
Son muchos, en los dos lados que, como lo expresa el Herald, consideran que el pacto chino vaticano del 2018, que da injerencia a las autoridades comunistas para el nombramiento de obispos, “se hizo a costa del testimonio de los católicos clandestinos que habían sufrido por su lealtad al Papa”, posición cuya cabeza más visible es el Cardenal Zen, obispo emérito de Hong Kong.
Católicos chinos como ‘Juan Pablo’, cuyo testimonio también es recogido por el Herald, dicen sin ambages que “en un momento en que necesitábamos apoyo desesperadamente, Roma nos traicionó. Ahora, al silencio del Vaticano sobre las persecuciones sistémicas [a los católicos] en China se suma su ruidosa promoción de la inmoralidad sexual, que atraerá a mi nación al mismo camino del desorden occidental”.
“Los miembros de la iglesia oficial controlada por el Partido Comunista Chino”, continúa Juan Pablo (es decir, la Asociación Patriótica de los Católicos Chinos), “continúan entreteniéndose con la opinión del Papa Francisco de que los chinos pueden ser buenos cristianos y buenos ciudadanos al mismo tiempo. Pero el Santo Padre no identifica al régimen como antidemocrático. De hecho, cualquier verdadero cristiano que desee convertirse en un ciudadano patriótico –en lugar de un súbdito pro-PCC– sufre mucho bajo la dictadura china”.
“Necesitamos la verdad del evangelio, no el catolicismo sinizado del presidente Xi. Necesitamos una doctrina social que enseñe sin ambigüedades por qué el comunismo es enemigo del cristianismo”, recalca Juan Pablo.
El asunto termina siendo, el ya establecido: ¿se quiere obligar a los católicos, ahora también a los de Hong Kong, a aceptar los postulados del comunismo chino?
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