Si la oración nos hace partícipes de la omnipotencia divina, también nos enseña que dependemos de Dios.
Redacción (20/10/2025 15:31, Gaudium Press) En este 29.º Domingo [ndr. ayer] del Tiempo Ordinario, Nuestro Señor nos propone la parábola de la viuda y el juez injusto, «para mostrarnos […] la necesidad de orar siempre y no desanimarnos» (Lc 18,1). Relatada únicamente en el Evangelio de San Lucas, presenta a una mujer indefensa ante un magistrado malvado que no teme ni a Dios ni a los hombres.
El que ora es porque reconoce su debilidad
Al explicar la parábola, Jesús deja claro que la principal lección que contiene se refiere a la actitud del Señor hacia nosotros: «¿Y acaso Dios no hará justicia a sus elegidos, que claman a él día y noche? ¿Los hará esperar?» (Lc 18,7). El hombre que ora con fe triunfa, porque reconoce su debilidad ante el Todopoderoso y, con insistencia, suplica.
San Agustín, comentando este pasaje del Evangelio, afirma: «Ese juez injusto no representa en modo alguno a la Persona de Dios. Pero el Señor quiso que este hecho se entendiera como la manera en que Dios, que es bueno y justo, trata con amor a quienes le suplican, pues incluso un hombre injusto, aunque solo sea para evitar inconvenientes, no puede tratar con indiferencia a quienes lo acosan con continuas súplicas». Nuestro Señor, por lo tanto, no revela un problema de lucha de clases entre un magistrado poderoso y una mujer pobre, sino otra lucha: ¡la que el Padre Celestial libra por los hijos que tanto ama!
En la primera lectura, tenemos la confirmación de esto: «Mientras Moisés alzaba la mano, Israel prevalecía; mientras la bajaba, Amalec prevalecía» (Éxodo 17,11). La oración del profeta lo hizo partícipe de la omnipotencia divina.
Por lo tanto, queda claro que debemos alzar la mirada al Cielo, pues la ayuda vendrá del «Señor, que hizo el cielo y la tierra». Orar en todo momento significa recurrir a Él «al ir y al venir», es decir, en la tentación y la prueba, así como en los momentos de victoria, seguros de que Dios vela por nosotros «desde ahora y para siempre» (Sal 120,2.8).
Desafortunadamente, muchos son los que, en tiempos de éxito, olvidan agradecer al Señor y, en tiempos de fracaso, lo acusan de haberlos abandonado. Y yo, ¿cómo reacciono ante las dificultades y las adversidades? ¿Cómo me comporto en tiempos de victoria y abundancia?
No olvidemos que, si la oración nos hace partícipes de la omnipotencia divina, también nos enseña que dependemos de Dios. Por eso, en el Ave María, rezamos: «Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte». Sí, «ahora y en la hora de nuestra muerte», es decir, ¡siempre!
Por el Padre Alex Barbosa de Brito, EP
(Extracto de un artículo en Rev. Arautos do Evangelho, octubre de 2025).
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