En nota anterior recordamos algunas consideraciones del prof. Plinio Corrêa de Oliveira sobre lo que él llamaba la búsqueda de la Arquetipía.
Redacción (23/01/2024, Gaudium Press) En nota anterior recordamos algunas consideraciones del prof. Plinio Corrêa de Oliveira sobre lo que él llamaba la búsqueda de la Arquetipía, de lo más perfecto, de lo más sublime.
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Recordábamos que el Dr. Plinio afirmaba que era ese un ejercicio espontáneo en los niños en su inocencia, quienes a veces con elementos simples, volaban hacia mundos maravillosos, mucho más bellos, donde construían historias magníficas, a veces épicas, con frecuencia de fábula.
Afirmábamos también que este ejercicio a la búsqueda de las Arquetipías, no era la producción de simples divagaciones de infancia o de soñadores desocupados, sino que su dinamismo era tan potente y tenía un efecto real tan palpable y bueno, que había producido las mayores joyas de la civilización, desde las buenas maneras hasta las portentosas catedrales, del florecimiento de las artes al refinamiento en los trajes, etc. Recordábamos igualmente que cuando este deseo innato del hombre de ir tras la perfección absoluta fue copiosamente bendecido por la gracia, produjo las maravillas de la Civilización Cristiana que nunca alcanzó o ni siquiera llegó a soñar la antigüedad pagana.
Pero ahora miremos como ese movimiento hacia lo más perfecto puede desembocar en el presentimiento del Verbo Encarnado, Jesucristo, llave de todo el Orden de la Creación.
Es claro que toda perfección habida en un ser irracional o simplemente material, siempre podrá encontrar una mayor expresión en el ser humano, pues la riqueza natural del ser del hombre es muy superior.
De esta manera, podremos decir que un león tiene señorío, que es imponente. Pero estas cualidades son muy superiores, tienen matices más sublimes y profundos en un hombre como Carlomagno o en un Papa como Pío IX o un Inocencio III.
Igualmente podremos encantarnos con la mansedumbre del cordero, la astucia sagaz y a veces canalla del zorro, con lo mimoso de un conejillo, pero estos calificativos aplicados a animales palidecen ante la mansedumbre de un San Francisco de Sales o de un San Juan Bosco, la astucia de un diplomático como el Príncipe de Talleyrand o un Metternich, o lo mimoso de cualquier chiquillo inocente.
El alma a la búsqueda de las Arquetipías (que en el fondo son todas las personas con restos de inocencia) contemplará con agrado la candidez de una ovejilla, pero después de percibirla y admirarla buscará esa inocencia en los seres humanos, nivel más perfecto de la Creación que el de los meros animales. Al encontrarla –por ejemplo en una Santa Teresita, en el alma dulce de un niño, o de una anciana virtuosa– se complacerá, hallará descanso en su búsqueda de la Arquetípía. Pero tiempo después deseará algo más, y más, porque como toda tendencia, la búsqueda de la perfección también tiene sed de infinito.
Y al encontrar al Hombre-Dios, al Sagrado Corazón de Jesús, y solo ahí, el alma habrá hallado el reposo completo que tanto ansiaban sus ansias de perfección, porque después de Él no hay infinito pues es Él el Infinito. En Jesucristo el hombre habrá encontrado la Inocencia Absoluta, la Mansedumbre Perfecta y Acabada, el Coraje Supremo, la Perfección Soberana, y de rostro también humano, lo que lo hace muy vívido, muy real, muy asumible. El hombre a la búsqueda de la Arquetipía ansiaba –tal vez sin saberlo– a Cristo, lo presentía, podría hasta haberlo comenzado a configurar con detalles en su espíritu. Como la Virgen, de quien afirman algunos estudiosos, que cuando ella termina de conformar en su alma al Mesías, fue en ese instante que llegó San Gabriel Arcángel portando la feliz noticia de la Encarnación del Verbo en su purísimo seno.
Después de haber hallado la Piedra Clave que corona la cúpula de la Creación, Jesucristo el Señor, el alma puede ‘devolverse’ a la contemplación del Orden creado, y ver como todo él no es sino su reflejo, entendiendo que toda perfección menor que encuentra en los seres creados, es participación de la perfección absoluta del Sagrado Corazón de Jesús.
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Así, los seres creados se convierten también en ‘lentes’ o telescopios para mejor conocer al Verbo-Hombre. Evidentemente entre esos seres tiene lugar privilegiado la Virgen, que además es de la misma carne de Cristo, y es Ella misma simbolizada en toda la Creación, desde la blancura y pureza del Armiño, hasta el coraje fiero del león, en ropaje femenino.
De esta manera, podemos englobar a todo el Universo en el ejercicio de la búsqueda de las Arquetipías, un ejercicio que ciertamente estará bendecido por la gracia de Dios y la acción angélica.
Por lo demás, los ángeles son también perfecto símbolo y ‘encarnación’ de las arquetipías de la Creación, y en la arquitectura del Universo como que coronan el Universo material. Si un ser visible refleja una perfección, habrá un ángel que la simbolizará más, a medio camino entre el universo visible y la cúpula de ese universo, Dios y su Madre Santísima.
Así, el Universo se vuelve una Maravilla, se ve con ojos de Maravilla, con ojos de Arquetipía.
Por Carlos Castro.
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