‘Vivir lo que se dice vivir’, es ser un cazador de la sublimidad.
Foto: Vitolda Klein en Unplash
Redacción (24/06/2025, Gaudium Press) Una vez el prof. Plinio Corrêa de Oliveira explicaba en reunión, que esa sed de diversión agitada en la que el hombre se embadurna hoy, por ejemplo pasando horas y horas ante de un televisor, o delante de las cuasi omnipresentes ‘pantallitas negras’, era en buena medida debido a que el ser humano había perdido el gusto de hallar la ‘sacralidad’, y porque algo había fallado en los circuitos de afecto en el hogar. Contemos un poco de qué trataba su argumentación.
Decía el Dr. Plinio que “vivir lo que se dice vivir” era ser un buscador de la ‘sacralidad’, de lo sublime.
Todos los días pasan cosas sublimes por nuestro lado, lo que ocurre es que hemos perdido el olfato para percibirlas… Por ejemplo, un niño es un ser sublime.
Estoy sentado en este momento, tomando un café vespertino cerca a mi casa. Dos chicos me han llamado la atención. El primero fue una niña de 7 u 8 años que ha cruzado cogida de la mano de su madre, con paso saltarín. Su vestimenta no tenía nada de especial, era como cualquiera de los niños de su edad.
Pantaloncitos tipo jeans color rosado claro, tenis blancos con figuritas infantiles, un suéter blanco de lana, de botoncitos, abierto por la mitad, normal. Pero lo sublime de la niña era su mirada, de unos ojos negros pequeños y chispeantes que rezumaban la alegría de la inocencia. Sin embargo no era solo inocencia, también brillaba la luz de una inteligencia rápida, latina, en desarrollo. Antes de que ella pasara junto a mí en el café, había sido harto atraída por un puesto de ventas tipo caseta, que imaginé que vendía helados, los que siempre encienden las delicias infantiles. Pero no, era un local de venta de piezas de acero inoxidable, relucientes en su brillo plateado metálico: collares, collares, pulseras, dijes, figuras varias. La niña estaba encantada; tiró del brazo de su madre para que parasen ante la vitrina, pero esta no se dejó vencer por la insistencia. Al final, la chiquilla no hizo pataleta, y continuó con su paso saltador colgada del brazo de la progenitora, pronta a encantarse con la próxima maravilla que hallase en el camino. Entretanto, la maravilla era ella, ser minúsculo en el que brillaba la luz de la inteligencia, el aura de la inocencia, el brillo de una felicidad sin nubes.
Es claro que no me hago ilusiones, y sé que en ese encanto azulado-rosado de 7 años también habita la serpiente del pecado original, pronta a saltar con el paso del tiempo… pero en este momento estamos a la caza de las sublimidades cotidianas, y la niñita era una de ellas.
Muy diferente era ella del niñito que estaba sentado en la mesa a mi lado, con su mamá, su tía y una hermanita. El chiquillo que también estaba entre los 7 u 8 años, se paseaba en los alrededores de sus sillas portando un chándal color beige. Los gestos y la actitud, a pesar de evidenciar la ligereza de la niñez, ya no ostentaban la inocencia encantada del reino de la infancia de la de arriba. De rostro delgado, alargado, él miraba las vecinanzas retador, dirigiendo sus ojos a un lado y a otro, tal vez queriendo que los demás notasen que allí se había enraizado una ya personalidad. Muy seguro de sí, tal vez demasiado. Lamentablemente no sentí en su espíritu el encanto por lo maravilloso, sino que él ya hacía funcionar su radar procurando lo que sería de su interés, de su beneficio personal. Pero no me dejó de impresionar cómo en un criatura tan tierna, ya se delineaban con líneas muy marcadas los trazos que al parecer definirían toda una personalidad adulta. Ese niño, a tan corta edad, ya era una personita que hacía sentir su presencia a toda la platea. Era la maravilla de un ser humano en la fuerza de una semilla potente.
Al final, bien visto, en sus facultades y potencialidades, todo ser humano es una maravilla, porque es un reflejo del Ser Divino, incluso aunque tiznado por el pecado, pero quien sabe ver el reflejo, sin dejar de ver el pecado, también sabe ver la maravilla.
¿Y cómo es que la falta de afecto genuino en el hogar es caldo de cultivo de los malos placeres? Afirmaba sin ambages el Dr. Plinio, que es fácil en una familia con varios hijos, que los niños encuentren en una rica y matizada vida familiar las múltiples riquezas que los distraigan, en las que aprendan a apreciar la maravilla de todos los días. Que esa riqueza era inclusive una especie de escudo protector para que no entraran las ‘pantallitas negras’, succionando toda la savia de la vida familiar. Exponía el Dr. Plinio otros principios, pero lo fundamental era eso: que los sencillos acontecimientos del día a día, la cocción de un pastel con la mamá, un juego de canicas con los hermanos o los primos, el hacer los dibujos o diseños que dejaron de tarea en el colegio, ocurridos en un hogar católico, vistos con ojos de inocencia, y compartidos con los integrantes de una familia ampliada, eran fuente de alegría, y enseñaban a los chicos a transitar por la autopista de la sublimidad y la maravilla rumbo al Absoluto.
En otra reunión el Dr. Plinio decía que para conservar inalterado el sentido de la maravilla, era preciso que el hombre amase la maravilla y detestase su contrario, pero que el hombre no hacía eso. Pero eso es ya otro tema.
Por en cuanto, toca pedirle a la Virgen que nos restaure el sentido de la maravilla. Para tornar verdaderamente entretenida la vida.
Por Saúl Castiblanco
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