Según el arquitecto internacionalmente premiado Andrea Pacciani, la arquitectura contemporánea o experimental representa para el espíritu humano “lo que Al-Qaeda representa para la paz mundial”.
Foto: Job Savelsberg / Unsplash
Redacción (16/07/2025 16:38, Gaudium Press) El 7 de julio de 2025, el medio italiano Nuova Bussola Quotidiana publicó una provocadora entrevista, realizada por Tommaso Scandroglio, con el arquitecto internacionalmente premiado Andrea Pacciani, enemigo declarado de la estética modernista. La conversación, impregnada de una sutil ironía y diagnósticos incisivos, gira en torno a una pregunta que arde como incienso mal quemado: ¿por qué las iglesias construidas hoy son tan feas? La respuesta es más teológica que arquitectónica.
Para los católicos que asisten a la misa dominical, el año 2024 representó más que una larga Cuaresma y una Pascua llena de humo, ya que les costó la cuantía de 32.250.000 euros construir nuevas iglesias en Italia, una inversión innecesaria en tiempos de invierno demográfico que ha afectado a los fieles practicantes desde hace años. Pero dejemos de lado, por un momento, la relevancia pastoral o los criterios económicos. La pregunta que Andrea Pacciani, galardonado arquitecto y diseñador, considerado un “hereje” por los partidarios del modernismo litúrgico, plantea con precisión quirúrgica es otra: “¿Esas iglesias son bellas?”
Más precisamente: ¿son estas estructuras —de concreto pálido, madera deshidratada y vidrios sin vida— adecuadas para expresar el culto debido a Dios? Pacciani, galardonado internacionalmente por su predilección por la arquitectura y la estética clásicas, no duda en afirmar: la nueva arquitectura litúrgica es un fracaso monumental.
“Nuestras iglesias antiguas tienen el defecto de ser demasiado bellas, obras maestras artísticas absolutas y construcciones arquitectónicas funcionales para el culto. Y, en el siglo XX, se decidió abandonar el modelo constructivo seguido hasta entonces para dar paso a la arquitectura contemporánea, creando disparidad. Así, lamentablemente, la arquitectura sacra, en la era moderna, perdió sus funciones instrumentales primarias —como ocurrió con el arte en general— con la esperanza o la ingenuidad consciente de que otros medios producirían resultados iguales o mejores que los logrados y garantizados por los precedentes históricos —afirma Pacciani—.
Y aquí, antes de que los espíritus precipitados lo tachen de “tradicionalista hostil”, vale la pena escuchar el argumento. Pacciani denuncia no solo la fealdad, sino la sustitución de la función. La iglesia moderna, según él, ha perdido su propósito. Si la lex orandi es lex credendi, entonces también vale la pena decir: “lex aedificandi, lex credendi”, afirma el arquitecto.
Las basílicas, los templos, los altares vivos —es decir, las iglesias antiguas, nos recuerda— tenían un “defecto”: eran demasiado bellos. Hoy, los edificios eclesiásticos parecen hangares, salas multiusos y —perdónenme la crueldad— auditorios de universidades públicas. Cumplen mil funciones, excepto la más importante: apuntar al cielo. Son templos de lo inmediato, de la experimentación estética y de la ingeniería modular, no del culto.
La crítica de Pacciani va más allá. Él denuncia el absurdo de ciertos templos modernos. “Los arquitectos estrella hacen su trabajo, por el que se les paga generosamente: expresan conceptos arquitectónicos maravillosos que impresionan a la gente, convirtiendo la religión en el opio del pueblo. La misión de los constructores de iglesias siempre ha sido crear un punto de encuentro entre Dios en el pan y el vino y quienes creen en la salvación después de la muerte. Eso es todo. Un lugar para hacer ‘esto en memoria mía’. El propósito de las iglesias, por lo tanto, es perpetuar, no innovar.”
“Es difícil lograr esto con éxito en la búsqueda estética o extática de la novedad. Con la pérdida de importancia de la función primaria de la iglesia, descrita anteriormente, los otros aspectos más versátiles que la iglesia cumple actualmente (sala de conciertos, lugar seguro y protegido, aparcamiento útil porque es gratuito para los visitantes) nos dejan satisfechos con edificios capaces de cumplir al menos estas funciones secundarias, pero seculares […]. ¡Por diversión, inventamos iglesias sensibles a las condiciones climáticas!”, añadió. Scandroglio preguntó además al arquitecto: “¿Cómo podemos revertir el rumbo? ¿Cómo podemos seguir la via pulchritudinis?”.
“Creo que hay áreas de la vida humana —como la fe, el hogar, la familia y la alimentación— donde la evolución de ciertos aspectos esenciales se produce mediante cambios extremadamente lentos, o a veces solo aparentes. Los fracasos del experimentalismo, resultantes de una ruptura con el pasado, nunca han dado resultados apreciables y valiosos a largo plazo. Mi esperanza es que no solo la arquitectura, sino todo el enfoque experimental en estos contextos, se abandone gradualmente”, dijo el arquitecto. Según él, la arquitectura contemporánea o experimental representa para el espíritu humano lo que “Al-Qaeda representa para la paz mundial”.
El arquitecto juega entonces la última carta: “No conozco a ningún santo o beato que haya crecido, se haya convertido y haya sido iluminado en una parroquia o iglesia con arquitectura moderna o experimental, pero puedo estar equivocado”.
Debo enfatizar que este grave error no fue cometido por otras religiones monoteístas, como el islam y el budismo, que, incluso en ciudades más impulsadas por la arquitectura experimental contemporánea, continuaron construyendo sus templos religiosos según la hermenéutica de su continuidad estética y funcional, seguros de su éxito espiritual, garantizado por la historia de su religión. El resultado de casi un siglo de arquitectura sacra experimental son, lamentablemente, edificios en los que no solo se puede errar al ubicar la entrada, ¡sino que ni siquiera el propio Jesucristo sabría cómo entrar! ¡Imaginen, entonces, a los fieles buscando la conversión o la santidad!, concluyó.
Por Rafael Tavares
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