Hay católicos que parecen cansados, desanimados y comienzan a dudar del regreso de Nuestro Señor y piensan que habló de manera alegórica. Y empiezan a buscar “becerros de oro”, fuera de la Iglesia, fuera de Dios.
Redacción (24/04/2023 10:55, Gaudium Press) Aprendemos de Jesús que estamos en este mundo, pero no somos de este mundo. Esta es una verdad que debe hacer que el cristiano se resigne a la adversidad y no quiera verse envuelto en situaciones que no atañen a su vida y a su fe. Sin embargo, muchos se dejan llevar por la duda y la codicia y, aunque dicen tener fe, no soportan las demoras de Dios y actúan de una manera que deja claro que para ellos hay momentos en que Jesús no basta.
Es lamentable que se piense así, porque los pensamientos llevan a la acción y, por no pertenecer al mundo, ni estar fuera de él, estas personas terminan en una especie de limbo, donde la línea que divide lo cierto de lo errado, el bien del mal, el error de la verdad es bien sutil, a veces imperceptible. De esta forma, corren el gran riesgo de, tarde o temprano, adoptar la teoría de la relatividad en sus vidas y, por ella, justificar todos sus errores.
En el mundo tendréis aflicciones
Desde la Ascensión de Nuestro Señor, cuando Él prometió que regresaría, muchos han vacilado en la fe, incapaces de comprender que nuestro tiempo no es el tiempo de Dios y que incluso nuestra forma de medir el tiempo es diferente, es material. La verdad es que tenemos una promesa y debemos regularnos por ella. Sabemos que Cristo regresará y, aunque no sabemos cuándo ni de qué manera, debemos vivir a su espera.
¿Y cómo debe ser esa espera? Haciendo la voluntad del Padre, cumpliendo sus mandamientos, frecuentando los sacramentos y evitando el pecado. Por encima de todo, confiando. Incluso frente a las dificultades, debemos seguir con plena confianza a Aquel que dio su vida por nosotros, conscientes de que enfrentaremos desafíos y dificultades, como el mismo Jesús reveló: “En el mundo tendréis aflicciones. ¡Coraje! Yo he vencido al mundo” (Jn 16,33).
Sin embargo muchas personas, entre ellas muchos católicos, parecen cansadas, desanimadas y comienzan a dudar del regreso de Nuestro Señor y piensan que habló de manera alegórica, a pesar de las diversas menciones del tema en las Sagradas Escrituras. Entonces, ¿qué hace esta gente? Van a buscar apoyo y seguridad fuera de la promesa, fuera de la Iglesia, fuera de Dios.
Es por eso que se involucran demasiado en los negocios, poniendo la codicia por encima de los intereses del espíritu, creyendo que si hacen buenas transacciones y obtienen buenas ganancias, estarán a salvo y podrán mantener a los suyos en seguridad y comodidad. Hablan de Dios, pero no lo escuchan.
Sintiéndose muy sabios, se involucran en la política y comienzan a adorar a los “becerros de oro”, verdaderas aberraciones que, en buena conciencia, nunca aceptarían ni aprobarían. Engañados de que el hombre puede resolver todos los problemas, aunque sean cristianos, católicos, se dejan llevar por el materialismo y empiezan a seguir a los ídolos, como hizo el rey Acab cuando se casó con Jezabel y adoró a Baal, o como hizo el mismo Salomón, influenciado por sus concubinas.
Al involucrarse en política y filosofías diversas y asumir sus ideologías que ni siquiera entienden a fondo –cuyos postulados repiten a los cuatro vientos– ya no tienen a Jesús como punto central de sus vidas, incluso aunque sigan hablando en nombre de Dios y traten de actuar de manera tal que justifique su posición. Sin embargo, empiezan a buscar otras compensaciones, otras fuentes de solución a sus problemas.
En estas circunstancias, es común que dejen de “dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. Si es posible, no dan nada a ninguno de los dos, sino que, teniendo en cuenta los mecanismos legales de cobro existentes, dan, contra su voluntad, lo que es del César, reteniéndolo cuando tienen la oportunidad, una vez que sus escrúpulos, sin verdadera fe, están debilitados. En cuanto a Dios, dan cada vez menos, hasta que no dan nada, aunque siguen usando su nombre para sus conveniencias.
El Camino, la Verdad y la Vida
Toman partido, eligen bando, aprueban actos espurios y defienden banderas, sean de un color u otro, de izquierda o de derecha. Y, lamentablemente, tanto en una como en otra circunstancia, se engañan a sí mismos y tratan de engañar a los demás de que están haciendo la voluntad de Dios, ya sea para alimentar a los hambrientos y apoyar a los sin techo o para defender actos de violencia.
¡Pero eso no es ser cristiano! Los evangelios son clarísimos. Para aceptar a Dios y ser aceptado por Él, es necesario convertirse, cambiar de vida, seguir los preceptos de la fe y desprenderse de las cosas materiales y también de las formas de razonamiento que los aprisionan.
Desgraciadamente, en materia política, muchos cristianos descarriados se movilizan y llegan incluso a las manos para defender lo que consideran justo, a pesar de que, en este terreno, prácticamente todo está mal.
Jesús enseñó el camino del amor, el perdón, la justicia y la corrección. Enseñó el único camino, porque es el camino correcto, el camino de la vida, el camino verdadero: Él mismo. “Yo soy el camino, la verdad, y la Vida. Nadie viene al Padre sino por mí” (Jn 14,6). ¿Por qué tantos insisten en tomar atajos?
Ni de Apolo ni de Pablo, sino de Dios
Cumplir con las obligaciones civiles es un deber de todos los ciudadanos, pero hay comportamientos que alejan a los cristianos de su núcleo, de su finalidad, de la Iglesia. Debemos sumergirnos más en las Sagradas Escrituras y menos en libros, videos y mensajes, que casi siempre son tergiversados y engañosos.
Aprendamos de Pablo, que dejó el mundo para renacer en Dios: “El Señor conoce los pensamientos de los sabios, que son vanidades. Así que nadie se gloríe en los hombres; porque todo es tuyo; sea Pablo, sea Apolo, sea Cefas, sea el mundo, sea la vida, sea la muerte, sea el presente, sea el futuro; todo es vuestro, y vosotros de Cristo, y Cristo de Dios» (1 Corintios 3:20-23)
Nuestro Señor Jesucristo murió en la cruz para salvarnos, murió por nuestros pecados, en la mayor donación de amor que pueda existir, a diferencia de los políticos, para quienes somos importantes en la medida en que somos útiles, y de nosotros sólo quieren los votos que podemos dar. Aparte de eso, ni siquiera existimos para ellos.
Ten piedad de nosotros, Señor; al final, ¿cuándo vamos a despertar?
Por Alfonso Pessoa
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