domingo, 09 de noviembre de 2025
Gaudium news > ¿Cuido bien mi templo? – Comentario a la lectura dominical

¿Cuido bien mi templo? – Comentario a la lectura dominical

¿En qué estado se encuentra mi templo? Si Nuestro Señor entrara en él, ¿encontraría también mercaderes y cambistas que obstaculizan la comunicación con Dios?

Basilica Sao Joao de Latrao Roma GK

Basílica de San Juan de Letrán, Roma Foto: Gustavo Kralj

Redacción (09/11/2025 11:26, Gaudium Press) En la fiesta de la dedicación de la Basílica de San Juan de Letrán, la Iglesia nos muestra la atención y el cuidado que Dios tiene por los templos, no solo los físicos, sino también, y sobre todo, por los espirituales: nuestras almas.

Madre y cabeza de todas las Iglesias

La Basílica de San Juan de Letrán recibe el título de «Omnibus urbis et orbis ecclesiarum mater et caput», es decir, «Madre y cabeza de todas las iglesias de Roma y del mundo». Esto se debe a dos razones: porque es la catedral del Papa —contrariamente a la creencia popular debido a la prominencia de la Basílica de San Pedro— y porque es la primera basílica de la Iglesia católica.

Durante el reinado del emperador Nerón, responsable de una cruel persecución contra los cristianos, un cónsul romano llamado Plaucio de Letrán fue acusado de conspirar contra el Imperio y, por consiguiente, sus propiedades —incluido el antiguo Palacio de Letrán— fueron confiscadas y él condenado a muerte.

Años más tarde, el emperador Constantino donó la propiedad al papa san Melquíades, quien la renovó, decoró y consagró como la primera basílica de la cristiandad y sede de los sucesores de San Pedro en el año 324 por el papa San Silvestre.

La importancia del templo

Para comprender mejor la importancia del acontecimiento que conmemoramos hoy, es necesario recordar el contexto en el que tuvo lugar. La Iglesia católica sufría numerosas y crueles persecuciones, y los fieles se veían obligados a celebrar los sacramentos en las catacumbas (cementerios cristianos) con gran riesgo de ser descubiertos y ejecutados.

Cuando Constantino promulgó el Edicto de Milán en 313, que otorgaba libertad de culto a los católicos, se empezaron a construir numerosas iglesias por todo el imperio, dando inicio a una nueva etapa del catolicismo, en la que ya no se ocultaría en las catacumbas, sino que exhibiría el símbolo del Redentor en lo alto de los edificios.

Cuidado del Templo

En esta fiesta, la Iglesia nos ofrece lecturas que muestran la importancia que se debe dar a los lugares de culto.

«Se acercaba la Pascua de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén. En el templo encontró a gente que vendía bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados allí» (Jn 2, 13-14).

Según la Ley, los judíos debían ofrecer un holocausto —bueyes, corderos, palomas o tórtolas— y pagar el impuesto anual en moneda judía. Como es lógico, quienes venían de lejos no traían la ofrenda y poseían el valor equivalente en otras monedas, por lo que era necesario cambiar dinero para pagar el impuesto.[1]

Todas estas necesidades motivaron el establecimiento de cambistas y vendedores de animales en el Atrio de los Gentiles, junto al Templo; sin embargo, esto creó una atmósfera poco propicia para el recogimiento que requería el lugar sagrado. Cuando Jesús entró y vio el Templo profanado, se llenó de santa ira y actuó con firmeza.

«Entonces, haciendo un látigo de cuerdas, echó a todos del Templo, junto con las ovejas y los bueyes; esparció las monedas de los cambistas y volcó sus mesas» (Juan 2,15).

Una escena impresionante, en la que vemos que esas manos que bendicen, que hacen que los ciegos vean, los sordos oigan, los mudos hablen, los paralíticos caminen, los muertos resuciten, esas mismas manos castigan. ¿Y por qué castigan? Por profanar un lugar sagrado, por «convertir la casa del Padre en un mercado» (cf. Jn 2,16). Vemos cuánto cuida Dios el Templo.

Nosotros también somos templos

La segunda lectura nos ofrece la enseñanza central de la liturgia de hoy: «¿Acaso no saben que son templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en ustedes?» (1 Corintios 3,16). Nosotros también somos templos desde el momento en que recibimos el Sacramento del Bautismo. Si Jesús cuidó tanto el templo material, ¡cuánto más deberíamos cuidar este templo vivo de nuestra alma!

Por lo tanto, pidamos a la Virgen María que cuide nuestro templo, impidiendo que lo profanemos, que el demonio instale allí su mesa de comercio, y que la preocupación por el dinero y las cosas materiales no nos haga sordos a la voz de Dios ni nos haga merecedores del terrible destino del que habla el Apóstol: «Si alguien destruye el templo de Dios, Dios lo destruirá a él; porque el templo de Dios es sagrado, y vosotros sois ese templo» (1 Cor 3, 17).

Por Artur Morais

[1] Cf. TUYA, OP, Manuel de. Biblia Comentada. Evangelios. Madrid: BAC, 1964, vol. V, págs. 1015-1016.

Deje su Comentario

Noticias Relacionadas