miércoles, 18 de diciembre de 2024
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De compras navideñas, a la búsqueda de la felicidad

“Están de visita mis cuatro sobrinos del norte, en quienes se concentra todo el afecto paterno…”

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Foto: Unplash / Tita

Redacción (16/12/2024 20:28, Gaudium Press) Están de visita mis cuatro sobrinos del norte, en quienes se concentra todo el afecto paterno pues no tengo más, y que además son los únicos nietos de mis padres. Gracias a Dios son fuente de bastante consuelo, y la exuberancia de actividad de su niñez, que puede alcanzar momentáneamente cotas extenuantes, se ve más que matizada con su ingenio, inocencia y alegría.

Pero hay que comprarles los regalos.

Entre otras cosas la mayor ya me hizo un obsequio, y nada más real que ‘amor con amor se paga’. Está ella en edad de adentrarse en la lectura, ya es capaz de concluir obras no tan densas —me dice la mamá, por lo que supuse que un texto de fácil recorrido podría ser un buen regalo navideño.

Justo días atrás me contaron que en cierto mall había una feria con todo tipo de libros, a muy buen precio, de manera que, terminadas las tareas laborales, cogí mi pichirilo y me apresté enérgico a atravesar la marisma de autos de la ciudad, distraído por la audiolectura de un clásico literario, y animado por una posible compra buena y accesible.

—Bueno, ya que está aquí, me dije, aproveche y compre el regalo para su papá, los otros debidos, y de paso entreténgase con las psicologías de las gentes en modo Navidad, que siempre hallará cosas interesantes.

—Pero ¿qué le va a comprar a su anciano padre, que le sirva, que no tenga?, seguí pensando.

Realmente no eran muchas las opciones (exceptuada una isla propia o una limusina, cosas a las que aún no tengo acceso, gracias a Dios…) por lo que también me decidí en este caso por un libro, tal vez de su interés, que contiene historias selectas y bien contadas de la Independencia de América (espero que ni sobrina ni padre lean esta nota, pues se perderían la sorpresa. Que yo sepa, no me leen). En cualquier caso, y como dicen en mi país, él sabrá valorar por encima de todo el “detalle”, ofrecido al calor de una reunión familiar.

Recorriendo el mall, mis pensamientos comenzaron a volar hacia el eterno tema, central en nuestra existencia en este valle de lágrimas, el de la felicidad, de qué es lo que proporciona felicidad. Y entonces recordé una nota del prof. Plinio Corrêa de Oliveira acerca del asunto, titulada “La alegría que el demonio promete pero que no da”, de la cual hasta hoy conservo el impacto que me causó.

En resumen, Dr. Plinio comentaba dos fotos.

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Una era de una familia campesina de una isla italiana, un grupo de cuatro nietos en torno de la abuelita, de quienes se percibe la pobreza pues todos van con el pie al suelo. La anciana porta sobre su cabeza una cesta con frutas o flores, no sé bien. Todos tenían un rostro perfumado por una genuina sonrisa.

Otra foto era la de un genial niño de sus diez años y pantalones cortos, también pobre, que caminaba por una calle de París portando como si fueran del mejor bordeaux dos botellas de un sencillo vino de mesa, sin etiqueta de fábrica, del que se percibía que tanto botellas y tal vez hasta corchos eran de carácter reutilizable. No obstante la cara del niño era una sinfonía; no solo estaba alegre sino altivo en su alegría, era una lámpara, un faro, tanto que su gesto y porte atraían la atención de dos chicuelas detrás que contemplaban admiradas al infante y al objeto de su felicidad. La foto era una fábula.

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Resaltaba Dr. Plinio de la primera foto, que el camino era de tierra, senda que no tenía en sus costados ni cines, ni shoppings, ni restaurants. Las aspiraciones de los integrantes del cuadro no eran propiamente comprar un piso en la Quinta Avenida de Nueva York, o un auto del año.

Pero ¿de dónde una alegría tan genuina, tan real y tan intensa?

En esencia, la alegría brotaba de esos rostros porque ellos, familia y chico, aún participaban de la tradición de la austeridad cristiana.

En la familia el Dr. Plinio veía el sereno pero decidido sentido de sacrificio de cada uno, que favorecía una caridad compartida y comunicada entre ellos; veía que eran almas no arañadas por el egoísmo de la vida, que aún se maravillaban ante cosas como la contemplación de la naturaleza. No era que el Dr. Plinio menospreciase los frutos de la civilización —él, que fue tan gigante defensor de la civilización nacida de la Sangre de Cristo— sino que la austeridad cristiana, el sacrificio cristiano en el que vivían todas estas personas, les daba una frescura de alma apropiada para saborear las moderadas satisfacciones que la vida podía traer. Cualquier pequeño objeto complementario a los de su vida cotidiana, los llenaba de alegría.

Era en la mortificación, en la sobriedad, donde los instrumentos de sus almas mantenían el resorte que les permitía el placer casto de vivir. La propia sobriedad de vida servía de ‘aceite conservante’ de su capacidad de ser feliz.

Claro, de la consideración de esos rostros, Dr. Plinio partía al análisis de la cultura pagana en la que ya se sumergía el mundo cuando hizo ese análisis. El hombre, de tanto procurar el dinero y el placer, sí había conseguido dinero pero había perdido el verdadero placer, justificando el título del artículo: el demonio había prometido que en el placer constante y excesivo estaba la felicidad, y era la felicidad la que justamente había arrebatado al hombre neopaganizado de nuestros tiempos.

Lo anterior no era una reivindicación de la sociedad de pobreza comunista, sino de la austeridad cristiana, porque austero podía y debería ser tanto el rey como el mendigo, y esclavo sensual de los placeres sin freno podía ser desde el nababo hasta el desempleado.

—Eh, siempre es bueno recordar esos principios, justo en un mall, donde todo grita: ‘felicidad igual a placer desmedido’, me dije. Pero, ¿qué está viendo usted en esta gente?

El centro comercial estaba habitado por personas más bien de escasos recursos. En líneas generales, no llevaban muchos paquetes en sus manos, sino sobre todo gozaban de pasear en familia, y los rostros manifestaban la alegría del sentirse queridos por sus cercanos. Pero sí parecía que estaban creyendo el mensaje de la publicidad, el de ‘dinero y compras = felicidad’. Es decir, a grandes líneas, tenían cierta felicidad de situación buena, pero ansiaban la engañosa.

—Para esto, como para cualquier cosa, solo hay un remedio en profundidad: Recordar y celebrar la vida del Dueño del Universo, que quiso nacer pobre en una Gruta en Belén, murió pobre en una Cruz por amor, dio origen a la civilización más esplendorosa pero austera, y nos espera en el Reino de la Felicidad, me dije también a mí mismo.

Que Cristo Jesús, el Niño Dios, que pronto nacerá, y de quien nació la mayor civilización y la más bella de la Historia, nos conduzca por el camino de la verdadera felicidad, fruto de la sacralidad, de la austeridad, de la templanza, de la admiración. Fruto de la gracia de Dios.

Por Saúl Castiblanco

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