martes, 04 de marzo de 2025
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De ojo en el futuro

Estamos inmersos en una realidad, habitualmente dura, desafiante, provocadora, pero no podemos evitar albergar el deseo secreto de una felicidad infinita.

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Foto: Drew Beamer/ Unsplash

Redacción (03/03/2025 16:11, Gaudium Press) Porque el ser humano es racional y entiende el concepto del tiempo, es la única criatura capaz de vivir en un hoy lleno de insatisfacción, con la mente y los deseos centrados en el ayer o en el mañana.

Esto sería bueno en el sentido de que pudiéramos usar nuestro pasado como experiencia para vivir con prudencia, sin repetir los mismos errores y también para que, mirando hacia delante, pudiéramos vislumbrar lo que nos espera y, muchas veces, tener fuerzas para atravesar el presente difícil, desafiante y hasta tedioso.

Pero, infelizmente, no es con este propósito que nos movemos de un lado a otro. Aprendemos poco de lo ocurrido y repetimos los mismos errores, como fotocopiadoras, y respecto de lo que está por venir colocamos una carga irreal de expectativas, creyendo en una felicidad que nunca existirá.

¿Qué esperamos del futuro?

En la infancia, el futuro es ser adolescente; en la adolescencia, es alcanzar la edad adulta, para tener más libertad, caminar por cuenta propia.

A los 20, carrera, matrimonio, hijos, dinero, bienes. A los 30, disfruta la vida, aferrándote a la juventud como si fuera a durar para siempre.

A los 40, con un poco más de experiencia, queremos “hacer que las cosas se alcancen” o, al menos, intentar arreglar lo que salió mal y mantener nuestros logros.

A los 50, la preocupación es el bienestar y la salud y, en el fondo, el deseo secreto de no envejecer. ¿Y a los 60?

Incluso con los problemas que trae el envejecimiento, es común todavía querer construir algo monumental, marcar la diferencia, dejar su huella en el mundo. Y, siento decirlo, pero es triste ver a gente a esa edad con sueños de su adolescencia y juventud, sin ningún sentido del ridículo ni preocupación por el futuro de su alma.

Esta fase también puede ser aquella en la que el ser humano se ve dominado por el deseo de acumular. ¡Acumule para asegurar el futuro! Acumular bienes en lugar de disfrutarlos, contrariamente a la voluntad de Dios:

“Esto es lo que he visto, algo bueno y delicioso: comer y beber, y gozar cada uno del bien de todo su trabajo, en el trabajó bajo el sol, todos los días de vida que Dios le ha dado; porque esta es su parte.” (Ecl 5:18).

¿Qué nos depara el futuro?

Año tras año, y a pesar de gozar de cierta alegría y de haber alcanzado algunos logros, vivimos continuamente con desafíos, sufrimientos, tentaciones de pecado, el encarecimiento de la vida, enfermedades, pérdidas, desilusiones, consecuencias de los gobiernos y de los desgobiernos políticos. Sin embargo, tercamente, siempre esperamos del futuro algo ilusorio, algo que siempre sea bueno, placentero, que nos dé gloria y elimine todos los problemas, una especie de milagro que todo lo traiga.

Estamos inmersos en una realidad, habitualmente dura, desafiante, provocadora, pero no podemos evitar albergar el deseo secreto de una felicidad infinita.

Esto es lo que esperamos del futuro, pero ¿qué espera el futuro de nosotros?

Si pudiéramos pensar en el porvenir como un sujeto oculto gobernado por el tiempo como una entidad, un ser, con deseos, como los que tenemos, ¿qué querría de nosotros?

Ciertamente, el futuro desearía que fuéramos mejores, más responsables, que no nos matáramos unos a otros, que no nos hiciéramos daño, que no traicionáramos ni abandonáramos los votos que hemos hecho, sea el de la vida religiosa o sea el del santo sacramento del Matrimonio.

Ciertamente, el futuro querría que tuviéramos paz en nuestros corazones y que la compartiéramos con nuestros semejantes.

Lo que perseguimos nunca llegará

El futuro quiere, sobre todo, que comprendamos que la vida pasa, que es única y que el secreto para estar finalmente en paz con ella y con nosotros mismos es la sencillez, la fe y el conformarnos en todo a la voluntad de Dios: en cada tiempo, en cada período de la vida, en las cosas que le son propias, con sus alegrías y con sus males.

La sabiduría consiste en comprender y aceptar esto, teniendo el pasado como apoyo, los pies bien plantados en el presente y la esperanza anclada en el futuro, pero no en el futuro ideal en esta Tierra, sino en el futuro en el Reino de Dios, lo que exige una actitud activa y una decisión constante por nuestra parte.

Pobre del hombre que con tanto afán persigue un futuro utópico aquí en la Tierra, porque ese futuro nunca llegará y vagará sin rumbo y sin dirección, teniendo como compañeras la desilusión y la rebelión y, con ellas, el desastre de la falta de fe.

Una vez más, apoyémonos en las sabias palabras del Libro del Eclesiastés:

“Cuando los días fueren buenos, disfrútalos al máximo; pero cuando sean malos, considerad: Dios hizo tanto a uno cuanto el otro, para impedir que el hombre descubra nada sobre su futuro.” (Ecl 7:14)

Cualquier cosa más allá de eso no es más que una mera ilusión.

Por Alfonso Pessoa

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