Este Evangelio contiene una lección para las almas “Marta” y también para las “María”. A las primeras, Jesús les enseña que solo una cosa es necesaria: el amor; y a las segundas, que no pueden despreciar lo inferior.
Foto: Daniela Ayau
Redacción (20/07/2025 11:51, Gaudium Press) Debido a nuestra naturaleza humana, tendemos a prestar más atención a las cosas materiales, accesibles a los sentidos, que a las espirituales.
Debemos, por tanto, superar la tendencia a buscar lo inferior y buscar siempre lo trascendente. ¿Significa esto despreciar todo lo tangible y dedicarnos exclusivamente al estudio y la oración? La respuesta nos la da el Evangelio de ese XVI Domingo del Tiempo Ordinario.
Marta y María
El hogar de Marta en Betania era un lugar propicio para el descanso de Nuestro Señor, pues, como señala el exégeta jesuita Truyols, Jesús encontró allí un respiro de las continuas hostilidades de sus enemigos. [1]
A María solo le interesaba el Divino Maestro
“Su hermana, que se llamaba María, se sentó a los pies del Señor y escuchaba su palabra” (Lc 10, 39).
María cayó inmediatamente a sus pies, absorbiendo con amor las enseñanzas divinas. Allí estaba el Hombre cuya palabra obedecieron las tormentas; quien amenazó a los vientos, y estos se calmaron; quien daba orden a la lepra, y desaparecía; quien tocaba los oídos de un sordo, y este fue curado…
Enamorada del Divino Maestro, María no se interesaba en nada más. Dejando a un lado todas las demás preocupaciones, incluyendo las relacionadas con atender al Señor, permaneció cerca de Jesús, con la mirada fija en Él…
Marta se preocupa por dar al Maestro una bienvenida digna
“Pero Marta estaba ocupada con muchos quehaceres. Se acercó a él y le dijo: ‘Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola con todo el servicio? ¡Dile que venga a ayudarme!’” (Lc 10, 40).
Ahora bien, nuestro Señor viajaba acompañado de los apóstoles y discípulos, y quizás había llegado inesperadamente. Para darle una bienvenida digna, no había tiempo que perder, por lo que Marta “estaba ocupada con muchos quehaceres” y sintió la necesidad de otras manos con quienes compartir la carga.
Por lo tanto, se dirige amablemente a Jesús con una pregunta, rogando su intervención. Sin embargo, quizás inconscientemente, Marta le daba más valor a las preocupaciones prácticas que al propio Divino Huésped, y por esta razón, nuestro Señor la amonestaba con dulzura.
¿Estaba sirviendo solo a Jesús, o también a sí misma? “El Señor le respondió: ‘Marta, Marta, estás preocupada y turbada por muchas cosas. Pero una cosa es necesaria: María ha escogido la mejor parte, y no le será quitada’” (Lc 10, 41-42).
Comprometida a servir a Nuestro Señor de la mejor manera posible, quizás Marta también pretendía hacerlo para mantener el prestigio del hogar. Por eso estaba turbada, abrumada por preocupaciones que no eran del todo coherentes con el amor a Dios: el nombre de la familia estaba en juego. Y cuando Dios no está en el centro de nuestras consideraciones, surge la agitación.
No olvidemos que el valor sobrenatural de cada acción depende de la intención con la que se realiza. ¿Y cuál era, en este caso, el objetivo de Marta? En la medida en que buscaba no dañar su propia reputación, no estaba sirviendo a Nuestro Señor, sino a sí misma. Por lo tanto, servía más con las manos que con el corazón.
Almas “Marta” y Almas “María”
¿Podemos inferir de la respuesta del Divino Maestro que Él condenó la preocupación por las cosas concretas, que no pasarán a la eternidad y, por lo tanto, no merecen nuestra atención? ¿Deberíamos, entonces, todos dedicarnos exclusivamente a la contemplación de las verdades eternas?
No es esta la lección que debemos extraer de este pasaje evangélico, pues, como observa de forma pintoresca y con sensatez Santa Teresa de Jesús, si Marta “permaneciera, como Magdalena, extasiada a los pies del Señor, nadie alimentaría a este Divino Huésped” [2].
La perfección, por lo tanto, reside en la unión de la contemplación y la acción. Nuestra Señora nos da un ejemplo de ello, hasta el punto de que San Luis María Grignion de Montfort afirmó que Ella, cosiendo una aguja, glorificó a Dios más que San Lorenzo sufriendo los terribles dolores de su martirio en la parrilla. [3]
También podemos dar gloria a Dios en los actos concretos de la vida diaria, siempre que los realicemos con la atención puesta en las cosas celestiales. Esto es lo que Cristo hizo durante su vida pública: extremadamente ocupada, intensa, pero siempre imbuida de oración y contemplación.
La lección fue para ambas
Este Evangelio contiene una lección no solo para las almas “Marta”, sino también para las “María”. A las primeras, Jesús les enseña que solo una cosa es necesaria: el amor a Dios, pues solo la caridad trasciende el umbral de la eternidad. No debemos ocuparnos de las tareas cotidianas sin tener el corazón puesto en lo más alto, teniendo presente que en todo dependemos de la gracia divina. Y a las almas “María”, les muestra que no pueden descuidar la parte menos perfecta, ignorando las provisiones necesarias para el buen orden de la vida.
En la acción o la contemplación, se trata de mantener el alma serena, impregnada de devoción y completamente centrada en lo sobrenatural.
Mucho más felices que Marta y María
Hoy somos mucho más afortunados que Marta, pues hemos recibido a Jesús, no en nuestra morada, sino en nuestros corazones. Él se nos entrega en la Eucaristía, y en lugar de que nos preocupemos por prepararle una comida, Él nos alimenta con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad. ¡Una situación, por tanto, mucho más feliz y celestial que la de la familia de Betania, que tantas veces acogió a Nuestro Señor!
Así pues, agradezcamos a Marta su celo al acoger a Jesús, alabemos a María por su ejemplo de amor a Dios, pero sobre todo, demos gracias a Jesús por lo que hace, en cada momento, por cada uno de nosotros.
Extraído, con adaptaciones, de: CLÁ DIAS, João Scognamiglio. O inédito sobre os Evangelhos: comentários aos Evangelhos dominicais. Città del Vaticano-São Paulo: LEV-Instituto Lumen Sapientiæ, 2014, v. 6, p. 228-241.
_______
[1] Cf. FERNÁNDEZ TRUYOLS, Andrés. Vida de Nuestro Señor Jesucristo. 2. ed. Madrid: BAC, 1954, p. 417-418.
[2] TERESA DE JESUS. Camino de perfección. C.17, 5. In: Obras Completas. 3. ed. Burgos: El Monte Carmelo, 1939, p.396-397.
[3] Cf. LUÍS MARIA GRIGNION DE MONTFORT. Traité de la vraie dévotion à la Sainte Vierge, n. 222. In: OEuvres Complètes. Paris: Du Seuil, 1966, p.638.
Deje su Comentario