jueves, 21 de noviembre de 2024
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El arte de destruir y construir – III: El ‘computador rock’ vs. el ‘clavicordio de Lepanto’

La construcción del mundo maravilloso vs. la fabricación del mundo rock.

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Redacción (02/04/2022 08:50, Gaudium Press) Bonum est integra causa; malum ex quocumque defectu, repetía Santo Tomás: “El bien proviene de una causa íntegra; el mal de cualquier defecto”. Este principio, que tiene numerosas aristas, contiene también una consecuencia más bien inexplorada cuando se le une con otro principio:

Bonum est integra causa, o sea, el bien debe ser íntegro: si a un vaso de agua cristalina se le agrega una gota, una sola pizca de arsénico, ya no es bueno, es malo. Pero lo contrario también es cierto: Si a un manantial fuente de un río, del que surge agua con un poco de arsénico, se le logra retirar ese veneno, tal manantial podrá nutrir río abajo a poblaciones enteras. Es decir, si se logran retirar los elementos que dañan el agua se aplica ese otro principio latino, que dice que Bonum est diffusivum sui, es decir, que el bien tiene a difundirse. O sea, aniquilada la causa del mal en su origen, el bien tiende a expandirse.

Una civilización cristiana con materia prima de bárbaros

Lo anterior es simplemente para sustentar que el “construir” (hemos titulado esta serie de notas “El arte de destruir y construir”), por ejemplo la Civilización Cristiana, es sobre todo impedir u obstaculizar al máximo la tendencia a la Revolución, la tendencia a la agitación y el desenfreno de las pasiones. Y luego favorecer, dejar que se expanda con su total amplitud natural la tendencia a lo maravilloso, la tendencia a lo sublime, la inclinación hacia lo celestial, manifestaciones estas que son de la Tendencia hacia Dios, que son las principales tendencias que existen en el ser humano, no las malas.

Leer también: Revolución en las Tendencias: El arte de destruir y construir – I

La clave es conocer y obstaculizar la Tendencia oscura de nuestro interior, al egoísmo agitado y loco, y permitir la expansión hacia lo maravilloso, la inclinación a lo sublime, hacia el Creador, que – recalcamos – es la más importante tendencia.

Marques de Saint Vrain 2

Marqués de Saint-Vrain

Así se ‘construyó’ la Edad Media. Y a partir no de príncipes y princesas, sino de bárbaros, que después dieron en príncipes

Es claro, una vez más y nunca estará por demás repetirlo, el papel principal que en esta labor corresponde a la acción de la gracia divina. No obstante, el tener claras las doctrinas que se han estado exponiendo, siempre tras las huellas del pensamiento del prof. Plinio Corrêa de Oliveira, ayuda poderosamente a definir bien el enemigo y configurar el gran amigo y aliado, que es la Tendencia a lo maravilloso.

En esa línea, empleemos otra metáfora – no enteramente exacta como toda comparación, pero que creemos también bastante ilustrativa –, la del hombre que porta una bolsa.

Vaciando el saco de arena

Los seres humanos y a fortiori las civilizaciones, son como un caminante de piernas robustas que debe cargar una bolsa, un saco de arena a sus espaldas. Sus piernas son su impulso a lo maravilloso, y la bolsa de arena el peso de su inclinación al egoísmo, a la agitación loca, al desenfreno de las pasiones, los vicios, fundamentalmente los dos más dinámicos, el orgullo y la sensualidad.

Si el saco o bolsa del caminante se aligera, por ejemplo abriendo huecos en ella o vaciándola por entero (es decir, llevando una vida acompasada como un molino de río, no cediendo a la agitación desordenada de los sentidos, poniendo un límite a los elementos que llegan vía sentidos, accediendo a los recursos de la gracia para alcanzar la templanza) entonces las robustas piernas del caminante o peregrino – de forma también auxiliada por la gracia – lo llevarán hacia lo maravilloso, hacia la construcción de su Reino de ‘catedrales de Chartres’, de ‘castillos de Chambord’.

Lo contrario es igualmente palmario: Si el peso de la bolsa se abulta, si ella se colma de pesada carga, pues el peregrino no solo no podrá caminar hacia el Reino de la Sublimidad, sino que corre el riesgo de hundirse bajo su peso, hasta el propio pantano pútrido del abismo…

Leer también: El arte de destruir y construir – II: La curación de una civilización ‘drogadicta’

Afirmábamos en notas anteriores, que el elemento más dinámico con el que ciertos ‘artistas’ comenzando por el demonio buscan operar la destrucción de la psique humana y la animalización actual del hombre era la producción del vendaval agitado con que llegan las impresiones de los sentidos a la facultad sensible. El hombre comúnmente no se previene de esa siniestra velocidad y sus efectos (al inicio del proceso, hace más de cinco siglos, todo fue muy sutil); pero lo cierto es que hoy el caudal impetuoso que él recibe vía los 5 sentidos, hace que se desconecte su inteligencia, que esta se embote, se atrofie, y que se debilite al máximo su voluntad, en beneficio de hacer solo lo que le plazca a la sensibilidad: resultado, se acerca así al mero animal.

Franco Alva

Foto: Franco Alva, en Unplash

El ser humano, encadenado a la agitación de los sentidos

Es ese, lamentablemente, el hombre de nuestros días: Ente encadenado que pasa – sin advertir el devastador daño – de la música estridente y revolucionada a las velocidades raudas de los autos; de las comidas poco nutritivas de los fast food a las series de televisión de acción, tiros, gritos, persecuciones y cada vez menos diálogos; de la velocidad con que llega la información vía cibernética, a los tráficos infernales y estresantes de las grandes urbes.

El futuro es la información” gritan algunos de los corifeos conscientes o incautos de la cruel velocidad, y así justifican que el ser humano de nuestros días viva pegado a pantallas que le traen esa caudalosa y ‘valiosa información’; información de todo tipo, olores, colores y sabores, novedades que al poco tiempo no sirven sino para el tacho de la basura o el desprecio del olvido. Pero así va el hombre enloqueciéndose, pasando de la velocidad mecánica a la mayor velocidad del internet: el hombre ya no vive al ritmo del giro de la rueda mecánica, sino de las rotaciones sin fin del procesador de una CPU.

Sociedad de la Información esta, que por lo demás no crea cultura, porque cultura es sobre todo una visualización del universo que se consigue con datos que se ordenan en la cabeza en torno a ciertos principios, algo que es una construcción del espíritu, mientras que las velocidades de hoy no permiten la construcción ordenada de nada. (El hombre culto, decía el Dr. Plinio, no es el que conoce mucho, sino es el que conoce pocas cosas, las importantes, pero las conoce bien, es decir, las ordenó en su cabeza).

De hecho, se compara desde hace rato el espíritu humano a un computador, el computador se tornó el modelo a alcanzar. Sin embargo, el espíritu del hombre es más como el de un clavicémbalo, hecho para interpretar melodías con notas agudas, medias y graves, con ritmos ahora lentos, unos adagios, luego más ágiles, pero nunca agitados. Para que el clavicémbalo dé sus melodiosas notas, los dedos de las manos (que son las informaciones que llegan desde los sentidos) no deben pulsar las teclas en tropelía, pues si lo hacen sale una cacofonía, se pueden hasta quebrar teclas y cuerdas.

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Clavicordio, con representación de la Batalla de Lepanto – Foto: Britannica.com

Que estemos estigmatizando justamente las velocidades locas de este mundo, no es una mera apología a la cámara lenta. Es simplemente la comprensión de que la vida, como las Cuatro Estaciones de Vivaldi, tiene sus momentos de primavera alegre, de invierno sereno y a veces triste, de plenitud veraniega, de reposo otoñal, algunos más pausados que otros, otros más vivaces que los anteriores. Pero si algo no debe ser la vida es la cacofonía desbocada y alocada del rock. La vida tiene momentos de gregoriano y polifónico, espacios de serenidad y reflexión. Debe tener momentos de sana convivencia alegre, como son los minuetos. Hay momentos de lucha y de combate, comparables a una buena marcha militar alemana. Pero de la vida hay que expulsar esa sarabanda constante y siniestra de los ‘momentos rock’.

Además, sabedores que somos ahora, de que la principal tendencia humana es la que nos inclina a lo maravilloso, debemos cultivarla de manera consciente: Si tenemos una matriz de maravilloso en nuestras almas, que esta se desarrolle ya, sea cuando nos relacionamos con el prójimo, cuando realizamos cualquier acción, cuando planeamos cualquier emprendimiento.

La vida vista así – de seres que procuran lo maravilloso – es algo maravilloso; la vida debe ser la colaboración consciente y mutua, ayudada por la gracia, de todos los seres humanos en la construcción de un mundo maravilloso, después de que ahoguemos la tendencia al horror agitado.

En la construcción de ese mundo maravilloso también estará la maravillosa Cruz, pero como dice San Luis María de Montfort, anunciador del Reino de María, las cruces serán endulzadas por la unión con ese ser Reina de lo Maravilloso, que es María Santísima.

Por Saúl Castiblanco

P.S.: ¿Alguien ha visto un sanatorio ambientado con rock? Bien, en nuestros días, tal vez eso sea posible…

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