Los hombres de fe siguen comunicándose incluso después de la vida terrenal. De hecho, se profetizó de Abel que “por la fe, aun después de muerto, habla” (Hb 11, 4).

Foto: Heraldos del Evangelio
Redacción (01/11/2025 11:06, Gaudium Press) Al contemplar el camino de la vida terrenal de Monseñor João Scognamiglio Clá Dias (15 de agosto de 1939 – 1 de noviembre de 2024), es imperioso reconocer que la fecha de su último suspiro estuvo cargada de un simbolismo especial.
En la madrugada de aquel primer día de noviembre de 2024, cuando la Iglesia aún se preparaba para unir las voces de la tierra con las del cielo para la Solemnidad de Todos los Santos, los discípulos más cercanos de Monseñor Juan, conscientes de que se acercaba la hora de su anhelado regreso al Creador, decidieron romper el silencio de la noche para dar inicio a la Celebración Eucarística.
El “todo está consumado” (cf. Jn 19,30) de aquel varón tuvo lugar precisamente durante el Ofertorio, como icono de una vida entregada en oblación al Redentor. Y la ocasión litúrgica no fue menos significativa, como ya se ha indicado: la conmemoración de todos los santos.
En efecto, cada uno de los Heraldos del Evangelio puede atestiguar que entre las palabras más proferidas por la boca de su fundador, especialmente durante las homilías, se encontraban “santidad” y sus correlatos. Para él, ser santo no era algo inalcanzable, reservado a una minoría, sino que todos estaban verdaderamente convocados a ella.
Tampoco entendía la vida santa como algo edulcorado, débil y medio que nimbado de una espiritualidad sentimental. Ser santo significaba una entrega total, heroica, apostólica y, sobre todo, contemplativa, expresada especialmente en una intensa vida interior, como ya proclamaba su maestro Plinio Corrêa de Oliveira.
Ahora bien, la oración más perfecta es la que se realiza precisamente durante el Santo Sacrificio: es Cristo mismo, Cabeza de la Iglesia, quien dirige las oraciones al Padre a través de los labios del sacerdote. A este respecto, Monseñor João comentó en una ocasión que “nada santifica más que participar en una Santa Misa, nada santifica más que recibir la Eucaristía” (Homilía 18/02/2008).
Además, en toda ocasión posible, él buscó servir con abnegación a la Iglesia, también llamada communio sanctorum —comunión de los santos. Ahora bien, esta comunión se da, ante todo, en unión con la Cabeza de este Cuerpo Místico, especialmente mediante la comunión efectiva con Cristo velado bajo el Pan de los Ángeles y la luz del mundo (Jn 8, 12): “Si andamos en la luz, como él está en la luz, tenemos comunión unos con otros” (1 Jn 1, 7). Entre los hijos de las tinieblas, sin embargo, no hay comunión. Se unen estos en juergas cuyo fin es la ruptura eterna con Cristo en el “horno de fuego”, donde, en lugar de palabras, hay “llanto y crujir de dientes” (Mt 13, 42).
Ni siquiera la muerte puede separar la comunión de los santos. Al contrario, esta se sublima aún más por la vida eterna, comunicando así sus efectos con mayor abundancia. Entre los réprobos, sin embargo, no hay más comunicación ni recuerdo, como en el caso del infiel rey Joram: “Y se fue, y nadie lo echó de menos” (2 Cr 21, 20). Pues, si “la memoria del justo es bendita, el nombre del impío se pudre” (Pr 10, 7).
Los hombres de fe siguen comunicándose incluso después de la vida terrenal. De hecho, se profetizó de Abel que “¡por la fe, aun después de muerto, habla!” (Hb 11, 4). Exactamente un año después de esa sublime conmemoración de todos los santos, Monseñor João está más vivo que nunca, porque realmente sigue hablándonos. Se comunica con nosotros a través de sus ejemplos, a través de sus obras, pero sobre todo para brindarnos, incluso en esta tierra, una communio sanctorum cada vez mayor, a la espera de esa aún más excelsa en la Patria celestial.
Por el P. Felipe de A. Ramos, EP




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