Para valorar “Nada más que la Verdad” del secretario de Benedicto, no hay sino un camino: leerlo.
Redacción (24/01/2023 17:55, Gaudium Press) En sentido contrario a lo expresado por Hernán Reyes Alcaide en Religión Digital, la lectura de “Nada más que la Verdad” que pronto concluiremos no nos ha dado ni de lejos la impresión de un esfuerzo de “horas y horas a dar forma a un libro (…) [para] buscar oponer a la figura del [Papa] emérito con el reinante”. Son llanamente las memorias del secretario junto a su admirado jefe y padre espiritual, en las que se cuentan hechos pintorescos de la vida de Benedicto, se dan pinceladas calibradas de la personalidad de un Pontífice muy deformado por la midia, se narra sí alguno que otro ‘secreto’ que explica ciertas reacciones y acciones de Ratzinger, y se hace un resumen de los principales hitos de su magisterio, muy característicos.
Es claro, la gran midia, siempre ávida del titular y la sensación, ha destacado los puntos de la obra que evidenciarían contradicción entre Benedicto y Francisco; pero guiarnos para su evaluación de lo que dicen los medios sería parcializado y empobrecedor. Sencillamente, recomendamos su lectura.
Seguimos pues en este espacio revelando algunas de las ‘perlas’ que se guardan en la “Nada más que la Verdad” – además ya viene pidiendo pista In buona fede, el libro del Cardenal Muller –, buscando siempre, como ya fue advertido en nota anterior, que estas revelaciones no sean spoiler (revelación dañina) del gran número de lectores que tiene y tendrá la obra, y clarificando también que no son resumen de la misma, sino simplemente algunas líneas que por gusto personal ‘marcamos con resaltador’.
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¿El Cardenal que convenció al Cardenal Ratzinger?
Y ya que el Cardenal Christoph Schonborn, Arzobispo de Viena, también criticó la obra diciendo que era una “indiscreción indecorosa”, pues aprovechemos para contar que este purpurado confirma lo dicho por el Arzobispo Ganswein en “Nada más que la Verdad”, de que cuando el número de votos que se fue configurando en el cónclave le señaló a Ratzinger que podría llegar a ser elegido Papa, él sintió angustiado que una “guillotina” estaba cayendo sobre él. Pero que entonces un Cardenal “co-hermano” anónimo, que resultó ser Schonborn, le envió una carta que lo conmovió mucho, recordándole que en la misa del sepelio de Juan Pablo II días atrás, él mismo había homenajeado la figura del Cardenal de Cracovia Wojtyla, porque a cada paso de su carrera, y en sentido tal vez no querido por él, había respondido con un sí al Señor que le decía “Sígueme”. Y que si Jesucristo le indicaba a él, Ratzinger, que debía seguirlo cargando la pesada cruz del Papado, él debía ser obediente como lo había sido el elogiado Juan Pablo II. Declaraba Ratzinger ya Papa que esas palabras de Schonborn le habían llegado hasta la médula, y por tanto puede ser que Schonborn sea culpable en parte, de la existencia de un Papa llamado Benedicto XVI; nada pues de lo que avergonzarse sino algo por lo cual ‘sacar pecho’, ¿no?
Un hombre que escuchaba mucho, a todos, respetuoso de la dignidad de cada cual
De hecho Ratzinger hubiera sido más fácil de atacar si hubiese sido el Rottweiller o el Panzerkardinal que algunos caricaturizaban. Pero las líneas de Ganswein confirman a la persona serena, participativa, amable y elegante, consciente de la gigantesca carga de la misión que Dios le había encomendado en el 2005.
Por ejemplo, relata el Arzobispo de Urbisaglia que al interior de la Congregación de la Doctrina de la Fe, Ratzinger alentaba fuertemente las relaciones humanas personales, y que cuando había que analizar un tema en conjunto el debate iniciaba por la exposición de la opinión del de rango más bajo, para que nadie se cohibiera de contradecir la opinión de un alto funcionario. Es claro que el prefecto tenía la última palabra, pero siempre escuchaba en su totalidad las diversas opiniones. Cuando la solución que sus colaboradores proponían le parecía adecuada, la asumía con gusto; cuando no, hacía una síntesis de la misma y expresaba con categoría algo como: “Usted ha evaluado según una perspectiva que en sí es correcta, pero quizás no completa. Hay este otro aspecto que podría conducir a una solución diferente…”
El miedo a los ‘lobos’
Ratzinger tenía una conciencia, tal vez demasiado clara, de que la cruz del Papado pesaba mucho más que lo que podían soportar sus hombros: Tenía “por un lado, un sentimiento de inadecuación y de turbación humana por la responsabilidad que me han confiado ayer de cara a la Iglesia universal, como sucesor del Apóstol Pedro en esta sede de Roma”, decía el ya Papa en su primer mensaje a los miembros del Colegio cardenalicio, en la Capilla Sixtina, al día siguiente a su elección.
Este sentimiento de una labor sobre-humana, sería repetido en la misa de inicio del ministerio petrino el 24 de abril, cuando asumió esa gran tarea que “realmente supera toda capacidad humana”. Pero de esa misa, la frase que más repitieron los medios, fue el pedido de “rueguen por mí, para que no huya, por miedo, frente a los lobos”. No obstante, Mons. Ganswein dice que en ese momento tales expresiones “no se referían a temores específicos relacionados con el futuro de su pontificado”, que sí sería muy atacado por los ‘lobos’.
El Cardenal que quería abofetear al Papa
Cuenta Ganswein otra de las muchas anécdotas pintorescas, esta del propio cónclave que eligió a Ratzinger, la del ‘Cardenal que quería abofetear al Papa’.
Se pregunta Ganswein cuál habría sido el Cardenal al que le votaba el Cardenal Ratzinger en el cónclave, y afirma estar convencido de que era el entonces Cardenal Arzobispo emérito de Bolonia, Giacomo Biffi, por quien Ratzinger tenía una fuerte admiración por ser “de una pieza”, “guiado solamente por la luz de la verdad” y de “extraordinaria” inteligencia y formación.
Resulta que ya en la primera votación del cónclave el Cardenal Biffi había recibido un voto, pero solo un voto, que se mantuvo fiel en las tres primeras votaciones. Ya en el almuerzo, después de la tercera votación, Biffi se desahoga con un arzobispo, y le dice “Si descubro quien se obstina en votarme, lo abofetearé”. Entonces el arzobispo le responde: “Estamos cerca de la elección del nuevo Papa [Ratzinger se mostraba ya imparable] y es bastante evidente que él es quien siempre le da el voto. Entonces, ¿quiere abofetear al Papa?”
Los promocionados no de su línea
De cómo Ratzinger (¿a diferencia de otros…?) nunca quiso nombrar en altos cargos a personalidades solo en la línea de “su propia visión teológica”, Mons. Ganswein da concretos ejemplos, que no dejan de levantar diversas suspicacias entre otras razones por los cargos de importancia que aún ocupan en la Iglesia, si no es por estar en el centro de agudos debates: menciona específicamente el Arzobispo al Cardenal Mario Grech (obispo de Gozo, 2005), hoy secretario general del sínodo de los obispos; al fallecido Cardenal Hummes, que Ratzinger hizo prefecto de la Congregación para el Clero en el 2006; al hoy Cardenal Tobin, que hizo secretario de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada en el 2010; al hoy Cardenal Braz de Aviz, que hizo prefecto de esa misma Congregación en el 2011; al hoy bastante criticado Cardenal jesuita Hollerich, que hizo arzobispo de Luxemburgo también en el 2011; y a los hoy Cardenales Tagle (arzobispo de Manila, 2011) y Zuppi (obispo auxiliar de roma, 2012), actual presidente del episcopado italiano, estos dos últimos a menudo incluidos en la cambiante vibrante y arbitraria baraja de lo que los vaticanistas se regodean en llamar ‘papables’.
En fin, a medida que se recorren las páginas de “Nada más que la Verdad”, el lector va sintiendo que se acerca sensiblemente al conocimiento del hombre, con sus diversos matices, que llegó al Pontificado no por ‘casualidad’ sino por algo que se fue convirtiendo en convicción sincera de muchos y finalmente en aclamación, y que dejó una sólida construcción magisterial que forzosamente debe servir de referencia para los siglos futuros. Querer alejarse de eso, hummm…, complicado, y peligroso. (Gaudium Press / Saúl Castiblanco)
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