Es claro que un colibrí —maravilloso y encantador pequeño ser vivo— es verdad, bondad y moral, y también belleza.
Redacción (02/08/2024 16:00, Gaudium Press) ¿Al final, que son (o qué deberían ser) la metafísica, la moral y la lógica, sino una conformidad con el Ser Divino? Claro, la buena metafísica, entendida como el conocimiento real de la razón más profunda de los seres y del Cosmos; la buena moral, entendida como el recto camino hacia el bien; y la lógica, entendida como el recto camino hacia la verdad. Pues al final, Verdad, Bien y Realidad son por excelencia, y en Persona, Dios, Nuestro Señor, Ser Absoluto.
Si bien miramos, así también se puede interpretar lo dicho por Cristo: “Yo soy el Camino, la Verdad, y la Vida”.
Una filosofía sin Dios o que no tenga a Dios como perspectiva de fondo, es un tan absurda como un perro a cuadros. Una moral laica, es tan sin sustento como un edificio de 20 pisos sin cimientos. Porque no existe verdadera sabiduría (filosofía: amor por la sabiduría) sin pensar en el Ordenador sabio de todo. Y no existe verdadera moral (bien obrar para llegar al bien), si se desprecia al Bien Absoluto y el Premio final añorado, Dios.
El hombre ha dedicado mucho tiempo a profundizar en la lógica y la ética, menos en la metafísica. Pero tal vez el atajo para llegar a mejores conclusiones en estos campos, hubiese sido nunca perder de vista el Ser, tanto el Ser de Dios, cuanto el ser de las cosas, y no perder esa perspectiva pensando siempre en los seres reales, esos que se ven, se palpan, se escuchan, que nos topamos a nuestro alrededor.
Porque, por ejemplo, es claro que un colibrí —maravilloso y encantador pequeño ser vivo— es verdad, bondad y moral, y también belleza.
—¿Sí?
—Sí. Es verdad que el colibrí es lindo, es ágil, que es frágil, que puede ser violento, etc., y que es todo su ser un reflejo de Dios. Es verdad que su existencia es algo bueno, que aunque no tiene alma espiritual y no puede emitir ideas, no se debe destruir su vida porque sí, que proteger su especie es algo bueno, que admirar a Dios en sus cualidades es aún mejor. Es cierto que el ser del colibrí nos puede servir de telescopio para conocer muchas cosas del Ser del Creador.
O, por ejemplo, la mera moral.
Las calles de las grandes urbes se van poblando de personas indigentes, comúnmente pobres drogadictos. Seres racionales y con vocación al cielo, en las que claramente el camino hacia su plenitud se truncó, y en muchos de forma definitiva.
¿Qué falló ahí en el campo moral, de la búsqueda del bien?
Un día él probó —por ejemplo— de forma ‘divertida’, un poco de cocaína, que le produjo una fuerte sensación de bienestar, de placer, que le subió el ánimo, la seguridad en sí mismo, etc. ¿Su cuerpo lo engañó, al permitirse todas esas sensaciones? Es claro que no. ¿Entonces por qué esas prácticas terminaron destruyendo su cuerpo? Vamos descubriendo, ‘al vivo’, que los excesos se pagan, que hay que tener cuidado con los excesos, y con los placeres intensos. Que no todo con lo que el cuerpo sienta placer, es bueno.
Un día llevamos al niño al médico y el doctor dictamina que está con bastante sobrepeso, lo que ya le está ocasionando tales y tales consecuencias no buenas y que es necesario que no esté encerrado en casa todo el día, sino que haga deporte, y que además cumpla un régimen alimenticio. El chiquillo se resiste al inicio, patalea, se queja, no quiere comer esto, llora porque quiere comer lo otro, pero después de un tiempo de esfuerzo, lo llevamos al doctor, este ordena sus exámenes, y estos dan buenos resultados y revelan una mejora significativa de la salud: vemos por ahí, que el esfuerzo es bueno, que no todo lo que produzca un cierto dolor es malo, que por encima de la ley de la materia y el placer, hay otra ley que obliga al esfuerzo para alcanzar ciertos fines y que esto da buenos resultados.
Vamos así, destilando los principios de la moral al vivo, en el conocimiento de los seres.
Es claro, la moral verdadera (y toda la filosofía verdadera) es la predicada por la Iglesia desde hace más de 2.000 años. Pero muchas veces esta es expresada de forma meramente abstracta, siguiendo el estilo de cierta filosofía que el profesor Plinio Corrêa de Oliveira calificaba de filosofesca, orgullosa y cartesiana, que perdía el contacto con la vida-vida, con la vida de todos los días, con el ser de las cosas.
Imaginemos que un día entramos en el túnel del tiempo, y por una concesión especialísima entramos a Versalles y podemos tener una conversación con María Antonieta, ese monumento de ser por estos días decapitada nueva e inmisericordemente en el inicio ‘esotérico’ de los Olímpicos de París.
La primera impresión que tendremos será magnífica, no solo de su belleza natural cuanto de su belleza de alma, reflejada en todo su ser. Notaremos la delicadeza con que toma la rosa, su porte, la elegancia de su traje, el tono melodioso de su voz.
Pero después pensaremos que no es fácil portar esas faldas con todas sus armaduras, agradables a la vista pero esforzadas para quien las lleva. Si somos más perspicaces, percibiremos el esfuerzo que conlleva el tener siempre una respuesta amable o adecuada para cada interlocutor, no solo personas del pueblo, sino cortesanos, no pocos intrigantes, diplomáticos, y con la conciencia de que un desliz podría hasta causar un conflicto internacional… Vamos sintiendo así, que la belleza moral de una María Antonieta es enormemente más elevada que la de un colibrí, que es maravillosa, pero cuesta.
Y claro, pensaremos que decapitar a un ser tan lindo como María Antonieta, no es bueno, es de locos, es de malos, es del diablo…
En fin, la vida, contemplada como camino a la sabiduría y no como mera ocasión de placer, se hace así muy entretenida.
Corramos menos, contemplemos más, que para ser buen filósofo solo es necesario ver la vida, y a veces es mejor no coger un libro de Descartes… es mejor coger el libro de la vida, y de la Creación, de Dios.
Por Saúl Castiblanco
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