“El Tintín que a algunos nos introdujo en los requintes operáticos de la Bianca Castafiore, que recibía la ayuda tonta pero generosa de los inspectores Hernández y Fernández…”
Redacción (10/09/2021 09:47, Gaudium Press) Tintín estaba vivo, porque si no lo estuviera, no lo quemarían, pues un muerto no incomoda. Tintín aún estaba presente en el alma de muchos niños, y sobre todo de muchos adultos que recuerdan con alegría las aventuras por el mundo entero del intrépido joven belga, que vivía en una bella mansión (ciertamente debía ser hijo de latifundistas explotadores…), que era el ‘polo a tierra’ del simpático, marinero, cascarrabias, borrachín y valiente capitán Haddock.
El Tintín que a algunos nos introdujo en los requintes operáticos de la Bianca Castafiore, que recibía la ayuda tonta pero generosa de los inspectores Hernández y Fernández (en francés Dupond y Dupont), que tenía sus villanos y paradigmáticos adversarios en el doctor Müller o en el griego millonario y mafioso Rastapopoulos.
Tintín y su fiel y a veces fiero caniche Milú estaban muy vivos aún en sus admiradores, tanto que aún en años recientes la máquina de Hollywood no desdeñó hacer un filme con las aventuras de Tintín.
Pero Tintín ha sido inmolado – gracias a Dios, solo en unas pocas escuelas – por obra y gracia de una comisioncilla escolar en Providence, que dirige la gestión de algunos planteles católicos de cultura francesa, al sur de Ontario-Canadá. La comisión, que dizque para congraciarse con los indígenas, organizó una verdadera pira-aquelarre en la que quemó más de 4.700 obras de sus bibliotecas, entre ellas las aventuras de Tintín.
¡Habráse visto tamaña y ridícula corrección política, tamaña iconoclastia de lo que queda de sana cultura juvenil..!
De hecho, en Tintín a veces no se pintó muy bien a los indios, y por ejemplo en Tintín en América se repitieron un tanto ciertos estereotipos más de la cultura protestante anglosajona, esa que al contrario de la gran España, hizo en buena medida tierra arrasada con los aborígenes de sus colonias de América.
Pero, por favor, discúlpenos. Los indios de América – de quienes casi todos los latinoamericanos heredamos sangre, virtudes y mañas – no eran ningunas ‘peritas en dulce’: No es sino leer lo que en estos días le dijo el historiador Marcelo Gullo al políticamente correcto López Obrador, de que “el imperialismo azteca [sí, el de esos indios] fue el más atroz de la historia de la humanidad”.
En medio de las injusticias, que sin duda también las hubo, de los conquistadores españoles, España liberó a muchísimos indígenas de las cruelísimas tiranías de sus propios monarcas, y de sus muchas prácticas aberrantes. No hay sino que hurgar poco en la historia para comprobarlo.
Pero no, las injusticias se reparan quemando en la nazista pira de la corrección política al “desactualizado e inapropiado” Tintín, y con eso ya quedan resarcidos los indígenas. Problemas conceptuales de identidad, que aún tendrán que arreglar en Canadá, porque lo que somos muchos latinoamericanos, ni renegamos de nuestra sangre india, pero tampoco de nuestras raíces hispánicas, esas que aún nos alimentan con arte y lengua, que nos unieron a Roma y a Grecia, y que sobre todo nos legaron la luz de la fe católica, la fe que levanta pueblos y construye civilizaciones.
Por en cuanto, muchas gracias al Consejo Escolar de Providence, que me recordó al divertidísimo Tintín. Repasaré alguno de sus clásicos. Tal vez comience por “El tesoro de Rackham el Rojo”; o no, lo haremos mejor con “El Cangrejo de las pinzas de oro”.
Ya tenemos como llenar las próximas pocas horas que nos quedan de ocio. Haremos una ‘maratón’ no de Netflix, sino con Tintín en el Congo, o con Los cigarros del faraón. Y de tanto en cuanto deploraremos, rápidamente para que no nos robe los minutos de placer, cómo es siempre ridícula la fácil y normalmente progre ‘corrección política’.
Por Saúl Castiblanco
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