De una imagen medio mítica a la detección de sus pecadillos, así va el prestigio de la USAID por estos días.
Redacción (14/02/2025 09:09, Gaudium Press) De una imagen medio mítica a la detección de sus pecadillos, a veces no tan chiquillos: tal vez se pueda ilustrar así lo que ha ocurrido con el prestigio de la USAID, la Agencia de EE.UU. para el Desarrollo Internacional, tras el congelamiento de sus fondos, las críticas que la nueva administración americana ha hecho sobre el destino de esos recursos, y las críticas externas de los últimos días, como las que se enunciarán más adelante.
Creada por J.F. Kennedy en 1961, y con un presupuesto de la no bicoca de 32 mil millones de dólares para el año pasado, presupuesto que pagan los estadounidenses, es claro que era mucho lo que se podía hacer por esa vía. Y si bien, en todas partes hay gratitud por los muchos proyectos de desarrollo económico y ayuda humanitaria impulsados por la USAID (la propia Iglesia ha sido beneficiaria de esto no solo en EE.UU.), ahora se va viendo como esos fondos se usaron muchas veces para impulsar una agenda woke, de revolución sexual, en lugares donde sus sociedades nada tenían que ver con ello, constituyéndose así en agente de ‘imperialismo ideológico’.
Es lo que ha denunciado en artículo por ejemplo Jennifer Roback Morse, fundadora y presidenta del Instituto Ruth, que ayuda a las víctimas de la Revolución Sexual a recuperarse de sus experiencias y a convertirse en defensores de un cambio de mentalidad en la materia.
Entre los proyectos financiados por USAID que ilustran esta agenda ideológica, la propia administración Trump denunció que en 2024 se dieron:
-1,5 millones de dólares para promover la equidad, diversidad e inclusión en el ámbito empresarial en Serbia.
-70.000 dólares para la producción de un musical sobre diversidad en Irlanda.
-47.000 dólares para la creación de una ópera transgénero en Colombia.
-32.000 dólares para la publicación de un cómic transgénero en Perú.
-2 millones de dólares para cambios de sexo y activismo LGBT en Guatemala.
Estos proyectos, financiados en países con una mayoría cristiana y valores conservadores, han generado críticas y resistencia en sus sociedades. La intervención de USAID en estas cuestiones no solo es vista como una imposición externa, sino como una afrenta a las tradiciones y creencias de estas naciones.
La salud y la revolución sexual
Uno de los aspectos más preocupantes de la agenda de USAID es su impacto en la salud pública. Un ejemplo claro es la promoción del anticonceptivo inyectable Depo-Provera, financiado y distribuido en países en desarrollo sin que, en muchos casos, se informe adecuadamente a las mujeres de sus efectos secundarios.
Desde la década de 1990, USAID ha financiado el uso de Depo-Provera en mujeres de países africanos y de otras regiones en desarrollo. Los riesgos asociados a este fármaco incluyen:
-Trastornos menstruales severos.
-Dolor abdominal crónico.
-Aumento de peso significativo.
-Disminución de la libido.
-Posible vínculo con el desarrollo de tumores cerebrales.
A pesar de que el fabricante del medicamento, Pfizer, enfrenta múltiples demandas por estos efectos adversos, USAID ha seguido promoviendo su uso sin advertencias adecuadas. Organizaciones como la Asociación Médica Católica de Kenia han denunciado la presión ejercida por organismos internacionales para fomentar la reducción de la natalidad y la legalización del aborto, a menudo en contra de la voluntad de la mayoría de la población local.
Atentado contra la soberanía cultural
La interferencia de USAID en asuntos sociales y sanitarios de países en desarrollo no es solo una cuestión de salud pública o uso indebido de fondos. Se trata también de un atentado contra la soberanía cultural y política de estas naciones.
El concepto de imperialismo ideológico, que define la práctica de una nación de imponer sus valores y normas sobre otras, se ajusta perfectamente a la actuación de USAID. Como lo define el diccionario Merriam-Webster, el imperialismo es “la política, práctica o defensa de extender el poder y la dominación de una nación, ya sea mediante adquisiciones territoriales directas o ejerciendo un control indirecto sobre la vida política o económica de otras áreas”.
Bajo este prisma, USAID no solo estaría promoviendo una agenda determinada, sino que estaría socavando la identidad y autodeterminación de países que rechazan los valores de la revolución sexual.
Durante una intervención en un evento juvenil en Uganda, la propia Jennifer Roback Morse pudo comprobar de primera mano el rechazo que generan estas políticas. Cuando pidió disculpas en nombre de su país por intentar imponer estos valores a otras naciones, los asistentes reaccionaron con un aplauso espontáneo.
Para muchas comunidades africanas, asiáticas y latinoamericanas, los valores familiares tradicionales y la defensa de la vida siguen siendo principios fundamentales. Desde su perspectiva, la promoción de la revolución sexual no es un avance, sino una amenaza a su estructura social y moral.
La controversia en torno a USAID revela un problema mucho más profundo que el simple despilfarro de fondos públicos: el intento de transformar la cultura de otros países según los intereses de las élites occidentales.
Si bien el debate sobre la revolución sexual sigue abierto dentro de los propios Estados Unidos, lo que resulta inaceptable para muchas naciones es que esta agenda se imponga desde el exterior mediante fondos gubernamentales y sin respeto por la voluntad de las poblaciones locales.
El cuestionamiento a USAID no solo debería centrarse en su falta de transparencia financiera, sino en su papel como herramienta de imposición ideológica. La pregunta que surge es: ¿hasta qué punto la cooperación internacional debe respetar la cultura y soberanía de los países receptores?
El creciente rechazo a estas iniciativas en distintas partes del mundo indica que la resistencia al imperialismo ideológico solo seguirá en aumento.
Con información de NCRegister / InfoCatólica
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