“Discípulos de Cristo, Cristo nos precede. El mundo tiene necesidad de su luz…”: Con estas palabras León XIV recordó al mundo que él antes que líder, es Vicario de Cristo.
Foto: Screenshot Vatican Media
Redacción (08/05/2025 14:55, Gaudium Press) Es claro que un análisis en profundidad del saludo hoy del nuevo Papa, en el balcón de la Basílica vaticana, es algo que se podrá hacer mejor con los días, y también en perspectiva cuando ya comience a ejercer su gobierno sobre la Iglesia universal; pero una primera aproximación siempre es permitida, cuando se realiza con cierto fundamento y buen talante.
Lo primero es señalar que fue un discurso no corto, casi 10 minutos, bastante meditado, tal vez preparado no solo por el nuevo Pontífice, a quien le sobra la solvencia académica, diplomática y de conocimiento pastoral, sino probablemente junto a algunos de sus hermanos purpurados, a quienes invitó en su propio saludo a trabajar en conjunto.
Sus primeras palabras fueron enfáticas sobre la paz, haciendo suyo el saludo de Cristo resurrecto, “La paz esté con ustedes” (Jn 20, 19), que el Maestro dirigió a sus discípulos reunidos en el Cenáculo, y que ahora el Papa extendió a todas las personas, “a todos los pueblos, a toda la Tierra”, “la paz de Cristo Resucitado”. Entretanto, es imposible no pensar que este deseo de paz tiene en vista particularmente la paz interna de la Iglesia, la cual, como se refirió de forma repetida en las Congregaciones Generales, está amenazada por conflictos, divisiones, comunidades que se sienten no comprendidas y hasta tratadas injustamente. Su primer rebaño es la Iglesia, y todos tienen esperanzas fundadas en que León XIV sea un Pontífice que traiga una renovada “Pax Ecclesiae”.
“Estamos todos en las manos de Dios. Por tanto, sin temor, unidos, de la mano con Dios y entre nosotros, vayamos adelante. Seamos discípulos de Cristo, Cristo nos precede”, dijo León, en palabras que pueden tener más aplicación a la propia Iglesia del Salvador.
“Discípulos de Cristo, Cristo nos precede. El mundo tiene necesidad de su luz…”: Así León XIV recordó al mundo que él antes que líder, o personalidad mundial tipo ‘influencer’, es Vicario del Dios hecho Hombre, sin cuya luz todo se torna oscuridad. Esas palabras también permiten augurar de sus propias enseñanzas ese anclaje en la doctrina de Cristo, algo que en absoluto es sinónimo de rigidez, sino de luz, necesaria en estos momentos en los que inclusive al interior de la Iglesia reina en muchos ambientes la confusión y la oscuridad.
Nunca es casualidad el nombre escogido por un Papa.
Es cierto que se recuerda a León XIII como el Pontífice de la doctrina social, de la Rerum Novarum, aquel que hizo escuchar a la clase obrera la voz de Aquel que verdaderamente era su Pastor, lejos de las locuras del marxismo o del maquinismo sin corazón del capitalismo salvaje.
Pero León XIII es también el Papa de la Aeterni Patris, sobre la restauración de la Filosofía Cristiana conforme a la doctrina de Santo Tomás de Aquino, Papa que llegó a afirmar que “ni la fe puede casi esperar de la razón más y más poderosos auxilios que los que hasta aquí ha conseguido por Tomás”. Recordemos que estamos hablando ahora de un Papa que es licenciado y doctor de la Pontificia Universidad de Santo Tomás de Aquino de Roma, la famosa Angelicum, que tiene entre otros de sus gloriosos ex alumnos en los tiempos recientes a San Juan Pablo II.
En esa misma línea, no es algo menor que León XIV sea hijo del otro grande de la Teología, San Agustín de Hipona, como él mismo lo proclamó en su discurso, al que algunos llaman de ‘fundamentador’ de la doctrina cristiana después del gran San Pablo, y a quien los padres patrísticos posteriores y los doctores medievales citan con profusión. La doctrina de la gracia, el pecado, la predestinación como la entiende la Iglesia fue tallada por el doctor de Hipona, y es comprensible entender que León XIV es heredero de esa tradición.
En fin, firmeza y claridad en la doctrina de aquello que es fundamental, condiciones necesarias para una pacifica unidad y una duradera paz.
No podemos dejar de hablar de los visibles sentimientos de emoción de León XIV en el balcón vaticano.
Sus palabras tenían el tinte de la sinceridad de lo profundo del corazón, de aquel que siente su deber de pastorear para todos, de ser el mensajero de la Buena Nueva de Cristo para todos, caminando “como Iglesia unida, buscando siempre la paz, la justicia, buscando siempre trabajar como hombres y mujeres fieles a Jesucristo, sin temor, para proclamar el Evangelio, para ser misioneros”. No es menor que en el momento más emocionante de su vida, León XIV no haya olvidado a su “querida diócesis de Chiclayo en el Perú”, jurisdicción desde la que voló hasta las alturas de la Curia Romana, para hoy ser el nuevo Papa de la Iglesia.
Todos estos sentimientos, coronados con la invocación a la Madonna de Pompeya, a “nuestra Madre María”, que “quiere siempre caminar con nosotros”, y luego el rezo del Avemaría a la Reina Madre, de cuya intercesión todos los cristianos necesitan, desde el más humilde servidor hasta el Papa de la Santa Romana Iglesia. Circulan profusamente por las redes sociales, su especial devoción a la Virgen del Buen Consejo, ante cuyos pies en Genazzano se han inclinado varios Papas para implorar su auxilio.
En fin, el Cónclave ha terminado.
Ahora León XIV comienza a cargar la pesada cruz del Papado, que es también la cruz dorada que él portó en su primer anuncio al mundo.
No nos queda más, sino ofrecerle de corazón nuestras humildes oraciones.
Por Carlos Castro.
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