“…al final, la Iglesia es —y no puede ser otra cosa— sino una continuidad la de la presencia salvífica del Redentor hasta el Final de los Tiempos…”
Redacción (18/10/2024 09:56, Gaudium Press) Aquí venimos es con la verdad, no faltaba más. Por eso decimos que no es que hayamos hecho una investigación de esas que ven pasar soles y lunas, pero creo que la tarea básica ya fue cumplida, para dar algunas opiniones, y por eso va lo que vamos a decir.
Recuerdo cuando un brillante Obispo hace unos años —tiempos en los que menos que hoy se escuchaba hablar de sinodalidad— nos decía y repetía con la seguridad del oráculo a un grupo de personas: “el futuro es la sinodalidad”, “el concepto clave es la sinodalidad”, “el asunto será la sinodalidad”, “la Iglesia se enrutará por la sinodalidad”. Si mal no recuerdo, aún no se había divulgado todo el periplo que iniciaría con las diversas fases del actual proceso sinodal que prontamente va a concluir.
El Obispo, hombre por lo demás bien inteligente, hablaba con tal énfasis del término, que parecía que en la sinodalidad se concentraría el secreto de Midas, ese toque que haría que todo en la Iglesia se convirtiese en oro. Al considerarlo como hombre centrado y bien informado, le di la aquiescencia que se da a la autoridad respetada, pero confieso que poco más que eso, porque el concepto era para mí como en buena medida sigue siendo hoy, la respuesta de una línea del jeroglífico que aún no llego a resolver. En todo caso, sí quedó en mi cabeza el tintineo, sinodalidad, sinodalidad…
Y ahora henos aquí, debatiendo, pensando, preocupándonos, por el asunto de la sinodalidad.
Pero bien, al final, la Iglesia es —y no puede ser otra cosa— sino una continuidad la de la presencia salvífica del Redentor hasta el Final de los Tiempos. Porque Cristo no nos dejó solo la eucaristía, Cristo nos dejó más, nos dejó la Iglesia que fabrica la eucaristía y que es su propio Cuerpo místico. Entonces no puede ser que ahora se haya descubierto algo valiosísimo, que durante muchos siglos había permanecido escondido como el tesoro del pirata o del Conde de Montecristo, pues todo lo que se encuentre hoy, tiene que tener continuidad con lo que dejó Cristo y con lo que de alguna manera haya sido considerado por la Iglesia en su tradición bimilenaria.
Entonces, buscando esas raíces (que debe haber, so pena de declarar que lo que se está diseñando es una Iglesia distinta a la que fundó Cristo) se ha afirmado que sinodalidad no es más que un desarrollo del sensus fidei, el sentido de la fe presente en los fieles, algo como la versión más católica del vox populi, vox Dei. Y es cierto, la Iglesia no ha despreciado nunca este sentir católico de base, pero bien es verdad que este sensus para adquirir derechos de ciudadanía tiene que pasar por el filtro del magisterio, por la reflexión de los teólogos, y sobre todo por la conformidad con las palabras del Redentor y con una historia de 2.000 años. En la Iglesia el sensus fidei no es soberano, entre otras razones porque la historia está plagada de ocasiones en que él solito a veces se equivoca, y crasamente, como cuando el entonces pueblo de Dios y su sensus prefirieron al ladrón Barrabás sobre el Divino Jesús.
Sí, el Espíritu Santo, o Dios Padre, o Cristo, puede hablar directo a un Papa (lo hace, antes que este defina infaliblemente una doctrina ex cathedra), puede hablar a los obispos reunidos en Concilio o en Sínodo, y claro que puede hablar al pueblo para que su voz se esparza por su intermedio a toda la Iglesia, como por ejemplo cuando se ha aparecido a infantes para confirmar o promover la proclamación de un dogma. Dios ha hablado a sencillas monjas para pedir que se difunda o cree una devoción —tal el caso del Corazón de Jesús, o el Corpus—, y también lo ha hecho por medio de la Virgen a sencillos pastorcitos, para enviar un mensaje de advertencia a toda la humanidad, mensaje que al principio encontró mucha oposición, pero que se fue difundiendo por el pueblo fiel hasta hoy cobijar todo el orbe católico. Pero siempre estas voces de Dios, o del Espíritu, deben cumplir el escrutinio de la Tradición y el magisterio, porque a veces, con frecuencia, no es Dios el que está hablando, sino la locura humana y en ocasiones hasta el demonio engalanado bajo el disfraz de Dios.
Entre tanto, cuando se leen ciertos textos, o se escuchan ciertas voces autorizadas hablar de sinodalidad, da la impresión de que por fin se ha encontrado un método infalible de discernimiento de la voz del Espíritu Santo, del querer de Dios, voz que necesariamente debe pasar por la escucha del pueblo, pueblo este que bajo ciertas condiciones sería infalible, entendiendo todo a la manera de los postulados de las democracias liberales de reciente factura. Y resulta que no: el ‘pueblo’ no es infalible, ni el mero pueblo de Dios, como tampoco el pueblo ‘soberano’ de estas democracias, que muchas veces han tenido que pagar con sangre sus malas decisiones.
Porque a veces el pueblo no solo sí se equivoca, sino que necesita ser reformado, evangelizado, convertido, pues se ha desviado del buen camino por su inclinación al pecado, o por sus malos pastores, o por el mundanismo que lo ha infiltrado y hasta podrido.
Es el caso del pueblo judío de la época de Jesús —que a la par de haber tenido buenos movimientos hacia el Salvador, y de albergar en su seno figuras excelsas, como Juan Bautista, o Lázaro, o Simeón, etc.— también tenía una idea fundamentalmente errada del Mesías, de lo que era el Reino de Dios, y vivía esta vida como si ella fuera el fin absoluto, haciendo en gran medida de los placeres y la soberbia la alegría de existir. Pueblo del que surgió la semilla de la Iglesia naciente, después del sacrificio de Cristo, pero que también fue castigado en su generalidad por no escuchar la Voz que lo venía a salvar.
Por eso, querer introducir dinámicas de estilo democrático-liberales en la estructura de la Iglesia, es deformarla, es renunciar a lo que Cristo ordenó y dejó, que fundamentalmente es el camino de la salvación que parte de Él y a Él debe llevar. No. Él nos dio su enseñanza, dio sus ejemplos, ofreció su sacrificio máximo, y luego dijo: «Haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado» (Mt 28, 19-20).
Jesucristo no dijo: ‘Bien, vayan a las sinagogas y reúnanse con el pueblo de Dios en asambleas de espíritu sinodal. Hacen un balance de los asuntos problemáticos, recogen las propuestas, luego se reúnen, las analizan, hacen votaciones y ahí van definiendo cómo les hablo y lo que quiero decirles’. No.
Llegan en estos días las noticias de que la gran mayoría de los participantes del sínodo, han rechazado la idea de un tipo de descentralización de la Iglesia, que más o menos difuminaba la autoridad jerárquica y magisterial central, para propender por un estilo más ‘democrático’ de escucha a nivel local. Ese rechazo no deja de ser buena noticia. Es solo pensar lo que ocurrió en estos días en Bélgica, a raíz de la visita del Papa, o lo que ocurre en Alemania y amplios sectores de toda la Iglesia, para darse cuenta que la instauración de ese estilo sería la fragmentación y la explosión de la Esposa de Cristo.
Pero lo que considero terrible es que eso se haya propuesto. Y que los que pugnan por esa nueva Iglesia-democrática, no sean cualquier perico de los palotes, ni mucho menos.
Recemos.
Por Carlos Castro
Deje su Comentario