viernes, 22 de noviembre de 2024
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El Hollywood-Mall que mata vs. la capilla oscura de Huysmans

En notas anteriores hemos abordado el importantísimo tema del ‘estilo’ de conseguir la felicidad.

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Foto: Kentaro Toma en Unplash

Redacción (18/12/2023, Gaudium Press) En notas anteriores hemos abordado el importantísimo tema del ‘estilo’ de conseguir la felicidad, y hemos anatematizado la vía ‘hollywood’, que destroza el alma y en la cual estamos enviciados, contraponiéndola a un estilo que podríamos llamar de católico. Hoy seguiremos profundizando en la cuestión, siempre intentando seguir las huellas del pensamiento del prof. Plinio Corrêa de Oliveira, que consideraba estos temas como fundamentales para bien regular la vida humana.

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Especialmente después del fin de la Primera Guerra, los EE.UU. fueron proyectados como el modelo a seguir, en todo sentido, particularmente de vida en sociedad y de tipo humano a imitar, de cómo se debe vivir, y también por tanto, de cómo se debe hacer para alcanzar la felicidad.

Fundamentalmente la vida, según ese estilo que surgía con fuerza, debía ser una cadena ininterrumpida de sensaciones placenteras sucesivas, diversas e intensas para que fueran verdaderamente funny, divertidas. Que se tendiese a lo ‘divertido’ era una de las condiciones fundamentales para alcanzar la felicidad.

Esas sensaciones eran básicamente eso, cosas sentidas, no raciocinadas o meditadas, porque la meditación era algo que como que dañaba la cadena de la felicidad.

Así, por ejemplo, un partido de basketball, de emociones fuertes sucesivas, para que fuera completamente funny no podría tener un instante prolongado de relax, por ejemplo en los entretiempos, porque forzosamente la gente buscaría ejercitar la cabeza, y eso ‘dañaría’ ese estilo de felicidad. Entonces habría que aprontar otro espectáculo excitante para cubrir el entretiempo.

Excitante. Palabra-talismán de ese nuevo estilo.

El despertar del hombre en las mañanas sería bueno si fuera excitante, porque, por ejemplo, no escuchó el despertador, ya estaba atrasado y su jefe exigentísimo no toleraba un minuto de retraso. Entonces debía ducharse, cepillarse los dientes, colocarse la ropa corriendo. Excitante debía ser el percurso del atrasado hasta su lugar de trabajo, esquivando autos y peatones y llegando justo cuando el segundero alcanzaba el horario debido. ‘Ohh, qué felicidad’: había conseguido hacer de manera excitante en poco tiempo lo que normalmente requería de mucho más.

Excitantes deberían ser las cuatro juntas a las que asistiría a lo largo del día: porque dependiendo de su buen desempeño en la primera se jugaba su puesto; ahh pero en la segunda, la compañía se jugaba la supervivencia si no alcanzaba ese super especial contrato; ohh pero en la tercera la excitación sería porque asistiría uno o dos crush del excitado; y la cuarta debería ser excitante porque… no sé, porque sí, porque había que buscar la excitación, porque si la vida no era excitante no era divertida, y por tanto no era feliz.

Excitante debería ser el trabajo, pero también el ‘descanso’.

Ese estilo de felicidad no gusta tanto del descanso tipo ‘visita museo’, prefiere cierto estilo de idas al shopping mall.

Porque el museo es algo que per se mueve a pensar, y el estilo Hollywood detesta el pensamiento.

Recuerdo mi visita hace unos años al Museo de l’Armée en París.

Las armaduras, sables, espadas, condecoraciones, trajes, de los diversos ejércitos de la dulce Francia a lo largo de la historia, son más que magníficos. Los tejidos finísimos de algunas de las prendas, eran adornados por bordaduras de hilos de oro, de plata, algunos formando símbolos magníficos. Pero es claro que la contemplación de una capa de mariscal lleva al visitante a preguntarse pues qué era un Mariscal de Francia. O una armadura puede mover al turista a indagar cómo eran los tiempos de la guerra en armaduras, para qué los hombres se ponían esas pesadas láminas de metal, qué guerras hubo en esos tiempos, por qué las hubo.

En cambio, la visita al mall puede ser más fácilmente mera sensación, más animal: Llegada a la plazoleta de comidas donde rápido me podré hastiar con un rico fast food animal. No hay tiempo que perder pues resulta que debo hacer varias cosas: tengo que comprar los regalos de Navidad en la super promoción flash sale del super almacén que comenzó esta mañana y termina a las 4 de la tarde. Y luego, debo aprovechar que el banco está abierto y pagar ciertos recibos. Además en tal almacén de lencería me dijeron que tiene artículos a mitad de precio, y si no llego rápido se van a acabar, y así también la visita de descanso al mall también debe ser excitante para ser placentera, hay que correr, y correr hasta que llegue la hora de los helados, apetitosos, de vivos colores; esperemos que la fila para comprarlos no sea muy larga…

Y así, correr, correr, sentir, sentir, excitarse, excitarse.

Pero resulta que eso no es vivir.

Porque no somos meros animales, somos animales racionales, y nuestra facultad racional pide que la usemos para realmente ser felices. Y además nuestro deseo de felicidad es infinito, y busca un contacto con Dios, algo que está muy lejos de dar la mera sensación.

Comparemos ese estilo de felicidad anterior con un simple hecho narrado por un gran literato francés del S. XIX, alguien que llegó hasta a golpear con su mano en la negra puerta del satanismo, Joris-Karl Huysmans.

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Ya en proceso de conversión, estaba él de retiro en una abadía, y sin poder conciliar el sueño, quiso ir a la capilla bien de madrugada.

Al llegar estaba oscura, cubierta por una penumbra cerrada solo herida por la tenue luz de la lámpara que acompañaba al Santísimo Sacramento del Altar. Él llega se acomoda en una de las bancas y siente que toda la agitación de su pasada vida había quedado afuera. Allí, solo su encuentro con lo eterno, con el Eterno.

Él no buscaba tanto pensar; quiso simplemente ser acogido por la atmósfera sacral del pequeño templo, y así pasaron los minutos.

Pero en determinado momento, sus ojos, que ya se habían acostumbrado a la penumbra, perciben una silueta unas sillas más allá: un monje también estaba en la capilla, de rodillas, en silencio, tan recogido que por eso tardó en percibirlo.

Entre tanto, minutos después, nota que no era solo uno sino varios, cada uno en su canto, en su rincón, en su mundo propio con Dios: ¿qué hacían esos monjes ahí, robándole minutos a sus ya pocas horas de sueño?

Comienza a pensar.

Ese deberá estar pidiendo fuerzas para luchar contra una tentación, tal vez de desánimo. Ese más allá debe estar orando por tal alma que se le encomendó. Ese otro simplemente quiere un contacto más profundo con su Dios.

Entonces, la oscura capilla se le había trasformado en una bóveda con santos del cielo; también en un campo de batalla, y en una antesala del encuentro con el Creador.

J.K. Huysman en esos instantes en la humilde capilla había sido feliz: había contemplado, había pensado, había recibido gracias. No había corrido. Se había emocionado, pero lejos de sí la excitación frenética. Su alma había vibrado por entero, pero no como licuadora loca, como carrito-chocón de parque de diversión. Era un laúd vibrando en sus diversas cuerdas.

***

El mundo de las pantallas negras de hoy, con sus torrentes de sensaciones agitadas, está enviciando más que nunca a estos pobres hombres en la excitación animal frenética, drogadíctica.

Pidamos a la Virgen que nos prevenga de esa licuadora destructora de psicologías, y que nos dé el gusto de la contemplación admirativa del Orden del Universo, de los ritmos de la vida serenos y constantes, de la facultad de detenernos y encantarnos con un lindo paisaje, con el curso de un río. De buscar serenamente la huella del Creador en todo el Orden de la Creación.

También que nos dé la comprensión de que los momentos de dolor, que a todos nos van a llegar, son ocasiones para también buscar a Dios. Un Dios que en lo alto de la sublime Cruz, mientras contemplaba todos los frutos de su sangre derramada, fue así también feliz. Porque era Dios, pero también porque era contemplativo.

Por Saúl Castiblanco

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