El Inmaculado Corazón de María es el Sagrario del Espíritu Santo, el “lugar” desde donde actúa en todos los corazones.
Redacción (08/06/2024, Gaudium Press) Su sumisión radical, dócil y absorta a la voluntad del Padre en los días de su vida mortal hizo que Nuestra Señora mereciera el trono más exaltado en la eternidad y el título de Emperatriz del Universo. Junto con su Hijo Jesús, forma con Él un solo Corazón.
Durante su vida terrena, Nuestro Señor quiso realizar milagros portentosos a través de María, comenzando por la misma Encarnación. Con Ella y a través de Ella, también realiza maravillas en la trama de los acontecimientos, pero le reserva un papel manifiesto y grandioso a medida que los episodios culminantes del plan de la creación se vuelven inminentes.
Como Madre y Reina de los hombres, la Santísima Virgen tiene la misión de conducir todas las cosas a la perfección, en virtud de su poder de súplica y de su celo por la obra del bien. Como en Caná (cf. Jn 2, 1-11), también en la Historia el mejor vino será producido por Jesús gracias a sus oraciones y en consideración a la nobleza de su Inmaculado Corazón.
Nuestra dulzura
Madre de Dios y nuestra, nos cubre de cariño, suavizando las penas y el sufrimiento de este valle de lágrimas, y da a nuestros corazones un valor renovado para las batallas que aún nos esperan.
Nuestra Señora se manifiesta como “nuestra dulzura”, ya sea cuando quita los obstáculos de nuestro camino y nos conduce por los jardines paradisíacos de los consuelos interiores, ya cuando nos permite atravesar sequedades espirituales, obstáculos e incluso fracasos, a semejanza de su Divino Hijo en la Cruz.
En cualquier circunstancia Ella nos obtiene las gracias, virtudes y fuerzas necesarias para ser luchadores y héroes de su glorioso Reino.
¡Cuán amarga se vuelve la vida de quienes se adentran en los caminos del pecado y rechazan la ternura de esta Madre, cuyo Inmaculado Corazón es receptáculo de la dulzura del Sagrado Corazón de Jesús!
(Texto extraído del libro Maria Santíssima! O Paraíso de Deus revelado aos homens, v.3. Por Mons. João Scognamiglio Clá Dias.)
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