“A esa muchacha los chicos le van a cavar la tumba bien rápido, dice un maestro a otro, en junta de profesores…”
Redacción (14/02/2025 18:25, Gaudium Press) En días pasados nos introdujimos —tras las huellas del pensamiento del prof. Plinio Corrêa de Oliveira— en lo que serían los elementos de un cierto ‘encanto’ de América Latina, ese algo que cautiva a muchos de los que pasan por esas tierras.
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Resumiendo, en nota anterior se trató de una especial agilidad de espíritu, más bien intuitiva, que en Brasil llaman ‘jeitinho’, por la cual el latino alcanza un fin o soluciona un asunto de forma sorpresiva, rápida, sin caminar por las vías del raciocinio o la demostración. Esta cualidad, que hace que la comunicación sea más rápida y bajo varios aspectos más intensa, tiene la contra de favorecer la pereza del pensamiento. La intuición que llega rápido al fin, o percibe rápidamente varios fines, diversas conclusiones, debería ser completada por el trabajo de la mente, por ejemplo buscando poner en palabras aquello que se vio, se percibió o se vivió, completando el proceso cognoscitivo humano y enriqueciendo el espíritu.
La teacher demasiado tierna
—A esa muchacha los chicos le van a cavar la tumba bien rápido, dice un maestro a otro, en junta de profesores, hablando de la nueva teacher de inglés.
—¿Te parece?, responde el profesor Martínez al maestro Pedro, que le lleva 15 años en el magisterio (la intuición también es comúnmente favorecida por la experiencia de la vida…).
—Sí; estoy casi seguro.
—¿Por qué?
—No sé, no es solo por su juventud…
—¿Pero qué es lo que piensas?, insiste el profesor de física, buscando el trasfondo del golpe intuitivo de don Pedro, del que ya ha comprobado varias veces sus aciertos. Pero la pregunta es errada de fondo: Pedro no ha “pensado”, él solo ha intuido. Sin embargo, la insistencia obliga al profesor de religión a buscar la raíz o la razón de su impresión.
—No solo la veo demasiado ‘tierna’ para los chicos de 11º, sino que me parece que ella depende mucho de la aprobación de sus pupilos. Los chicos van a darse cuenta de eso, y la van a ‘titeretear’ por ahí (también es frecuente en los espíritus intuitivos buscar a veces expresiones que no existen en el vocabulario oficial, para poder exteriorizar la riqueza de lo que sienten).
Efectivamente, al mes la teacher estaba pidiendo pista y audiencia a la directora Ruth, para exponerle los problemas de disciplina que estaba teniendo en clase.
Percepción de estados temperamentales
Pero, bien, en esta ocasión vamos a hablar más del aspecto afectivo latino.
Destacamos al final de la nota anterior que la comunicación latina se da antes que todo por una percepción y permuta de estados temperamentales: el latino privilegia la percepción de la emocionalidad el otro, de si está contento o triste, con ira o tranquilo, suspicaz o con sereno desinterés, y en función de esas percepciones intenta entrar en relación con los demás, en algo a la manera de vibración común. Los conceptos que el otro pueda estar expresando más bien entran en segundo plano, pero a través de la percepción del estado temperamental lo que el latino busca es entrar en contacto con todo el ser del otro, también con sus pensamientos y deseos. Es claro que lo anterior es una generalización, y como todas las de su tipo, no explica por entero todas las realidades que en estos campos se pueden presentar; pero da luces y bastante aproximación.
Intercambio de influencias
Esta percepción del ser del otro, permite lo que el Dr. Plinio llamaba un ‘intercambio de influencias’:
“Se dice que el brasileño tiene la manía de la imitación y vive con los ojos puestos en lo que se hace afuera. Esto tiene su buena parcela de verdad. Pero lo que ocurre es un intercambio. Al mismo tiempo que recibe una influencia, ejerce otra: moldea a su interlocutor, de manera que este se deje abrasilerar sin percibirlo. Tiene tanto gusto en imitar cuanto en influir. Y lo que él da, penetra con tanta o más profundidad en el alma cuanto aquello que recibe”, decía un día el Dr. Plinio. (1)
Esa actitud de predisposición a tal ‘intercambio de influencias’, es ya una gran riqueza.
Llega un extranjero al país latino, y rápida y fácilmente suscita el interés de los nacionales, particularmente en aquello de lo que los nacionales carecen, o que le es un tanto ajeno:
—Mire cómo visten, dice una señora.
—Yo creo que son franceses, responde su amiga, sentadas ambas en la cafetería de un centro comercial, cuando ven a una familia pasar.
—Puede ser… Sí, el acento así de lejos suena como a francés. ¿Ya viste cómo caminan? Son como lentos, pero no aburridos. Pare el oído a ver si los escuchamos. ¿Ya notaste el sombrero? Qué bonitos los encajes…
—El charme de París…
—Venga, vamos a ver si podemos conversar con ellos.
—No sea boba… ni español deben entender.
—Vamos a ver, nada perdemos.
Hacen ‘como quien no quiere’, se acercan a la vitrina que los franceses estaban observando, e intentan encender una prosa…
—Señora. disculpe, que sombrero tan bonito. ¿Lo compró aquí, en este mall?
La francesa respinga un poco más su nariz, que no necesitó de cirugía para ser tan respingada, le viene de cuna. Desde ese menospreciativo pero inteligente promontorio, se digna responder a la pregunta:
—No. Lo compré en La Boutique à Chapeaux, calle Saint Honoré, París.
—Ohhh es usted francesa (fingiendo sorpresa). Adoro Francia; tú también ¿no Marta? Ya decía que ese sombrero tan lindo no podía ser de aquí. También adoro Aznavour, como él ninguno…
Los halagos no han dejado de conmover a la joven señora Amélie, tocada por la afectividad latina. Ha comenzado el ‘intercambio de influencias’, que podrá durar muchos años, pues la francesa ya tiene la costumbre de venir habitualmente a América Latina.
Es una gran riqueza, decimos, ese deseo de conocer ‘lo otro’, capacidad de admiración de las riquezas ajenas, algo que no es tan así en otros pueblos. Y la admiración, desinteresada, Dios la premia con la interiorización de mucho de las cualidades ajenas. Ese interés por el otro es muy latino.
De hecho, una vez me ocurrió en Brasil algo que a mí, hispano, me sorprendió bastante y quedó grabado en mi mente por siempre.
Terminábamos de visitar con dos amigos la tumba de doña Lucilia Corrêa de Oliveira, madre del Dr. Plinio, en el conocido barrio de Higienópolis en San Pablo, cuando uno de mis compañeros ordenó:
—Pasemos por la dulcería tal, aquí cerca, que debo llevar a mi mamá las milhojas de pistacho que ahí se hacen. Ella me dijo que me desheredaba si no se las llevaba.
Claro, preocupados con la herencia de nuestro amigo, fuimos a la pastelería, que también tenía una cafetería, donde decidimos reponer nuestras fuerzas, con unos buenos capuccinos y ricas tartas. La cafetería estaba llena, y nuestra entrada había suscitado el mismo interés que podía haber suscitado el ingreso de una mosca, ninguno. Al menos eso creía. Además, nuestro tipo humano, también al menos eso creía, podía ser tomado perfectamente como brasileño, dada también la multietnicidad del país.
Nos sentamos, el sitio estaba agradable, pero no sé por qué tuve un movimiento rápido de cabeza y mirada, que dirigí al conjunto de comensales: ¡oh sorpresa, la mitad nos estaban observando, con disimulo! Apenas se percataron de mi vistazo, y ciertamente de cómo quedé pasmado, enseguida volvieron sus ojos a los suyos, haciendo como si nunca nos hubieran observado. Comprobado estaba: harto interés por lo ajeno, fina percepción y una superior agilidad de espíritu.
“Brasil, Brasil, por qué Brasil”, dicen que dijo Juan XXIII…
De esta corta serie sobre el ‘jeitinho’ latino, solo restaría lo más importante, el tema de la caridad cristiana, que con el favor de Dios abordaremos en próxima ocasión.
Por Saúl Castiblanco
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(1) Permuta de influencias pasadas rumbo a un futuro de síntesis. Revista Dr. Plinio. Brasil y su vocación a la santidad. Febrero 2025.
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