Los jesuitas y su familia lo dieron por muerto, hasta cuando en 1955 supieron que estaba vivo prisionero del régimen.
Redacción (05/09/2023, Gaudium Press) Cuenta Pablo J. Ginés en Religión en Libertad la historia del P. Walter Ciszek, jesuita estadounidense, que estuvo prisionero por los soviéticos de 1940 a 1963, cuando fue intercambiado por dos espías rusos capturados.
Los jesuitas y su familia lo dieron por muerto, hasta cuando en 1955 supieron que estaba vivo prisionero del régimen.
El P. Ciszek, hijo de inmigrantes polacos y que murió en 1984, dejó escritas sus experiencias en dos libros, Espía del Vaticano y Caminando por valles oscuros – Memorias de un jesuitas en el gulag. El primer libro es más periodístico y el segundo describe su itinerario espiritual durante su prisión, que lo enseñó a depender por completo de la voluntad de Dios.
A continuación, con adaptaciones, el relato de Pablo Ginés sobre la vida del sacerdote:
Un joven pendenciero y mal estudiante
Ciszek había sido un jovenzuelo pendenciero, tozudo y peleón que se saltaba las clases en el colegio. Hijo de inmigrante polaco en EEUU, asombró a todos al decidir hacerse sacerdote.
En el seminario presumía de “tipo duro”: nadar en un lago helado, ayunar muy austeramente… y cuando sus superiores le regañaban por sus excesos, él se molestaba.
Ese seminarista adolescente leyó una biografía sobre San Estanislao Kostka, un chaval polaco que caminó 500 millas para unirse a los jesuitas. Sonaba “muy duro”, y hacerse jesuita le pareció atractivo… pero los jesuitas se pondrían exigentes en el tema de la obediencia, temía él. “Finalmente decidí que, puesto que el reto de ser jesuita era tan duro, ¡yo lo haría!”
Ya desde su noviciado jesuita se sintió llamado a ir de misionero a Rusia. Estudió en el colegio Russicum de Roma (que prepara a sacerdotes para trabajar en el mundo rusohablante) y fue ordenado como sacerdote de rito bizantino en 1937.
Tras diez años de deseo misionero, en marzo de 1940 se infiltró en Rusia, con un nombre falso y unos trabajadores polacos que iban a un campo de leñadores.
Cien mil cristianos asesinados en dos años
Al principio se dedicó a cortar madera como un leñador más, pero pensaba que aquello era “casi un no apostolado” porque nadie quería oír hablar de Dios, ni siquiera los católicos. Era muy peligroso, había terror a ser denunciado.
Hoy sabemos por estudios como el del historiador ruso Serguey Firsov que Ciszek llegó justo después de la mayor persecución antirreligiosa del país.
El censo ruso de 1937, después de 20 años de comunismo, blasfemias y represiones estatales, mostraba que el 84% de ciudadanos soviéticos mayores de 16 años analfabetos aún se declaraban creyentes. Incluso entre los alfabetizados un 45% seguían creyendo en Dios.
Las autoridades, molestas por estas cifras, decidieron aplicar una persecución más sangrienta que todas las anteriores: entre 1937 y 1938, cuenta Firsov con datos actuales, fueron asesinados 100.000 cristianos ortodoxos, y deportados o represaliados otros 200.000. Entre 1939 y 1942, como ya no quedaban casi ortodoxos declarados para ejecutar se mató “sólo” a unos 4.000 más. De los católicos, presentados como espías extranjeros, papistas u occidentales, ya hacía tiempo que no se sabía. En ese ambiente llegó Ciszek.
En la prisión de Liubianka
Pronto le detuvieron y le encerraron en la famosa y temida prisión de la KGB de la calle Lubianka, en pleno centro de Moscú, donde pasó cinco años, la mayor parte del tiempo en aislamiento. Le acusaban de ser “espía norteamericano”. Una acusación absurda, que él pensó que pronto se desmontaría.
Estaba dispuesto a pasar hambre, resistir presiones, aislamiento… pero después de un año de interrogatorios brutales, de ser drogado y manipulado con trucos mentales, acabó firmando una declaración que daban a entender que había estado espiando para el Vaticano.
Por primera vez en su vida, Ciszek, el “tipo duro”, orgulloso de ser fuerte, de resistirlo todo, de ser distinto a los demás, se sintió débil. Y al seguir las torturas e interrogatorios, llegó a sentir desesperación.
Solo entonces se entregó plenamente a Dios. Y solo entonces entendió que todo lo que había tenido hasta entonces en su vida (salud, fuerza, confianza…) eran gracias de Dios.
“Supe que debía abandonarme en la voluntad del Padre y vivir en un espíritu de abandono a Dios. Y lo hice. Solo puedo describir la experiencia como un dejarme llevar, entregando cada esfuerzo o incluso cualquier deseo de llevar las riendas de mi vida. Lo llamo una conversión. Fue a la vez una muerte y una resurrección”, explica.
Por eso, cuando le preguntaron cómo sobrevivió a años de gulag, necesitó escribir Caminando por valles oscuros, un libro de vivencias espirituales: no fue por su resistencia humana o psicológica, sino por su entrega a Dios.
Dado por muerto… pero estaba evangelizando
Mientras tanto, sin saberlo él, en 1947, la Compañía de Jesús en Estados Unidos explicaba a su familia que había que dar por muerto al valiente misionero.
Y, sin embargo, en los campos de trabajo de Siberia, Ciszek vivió una nueva vida. Allí pudo bautizar, confesar, impartir enseñanzas y confortar a moribundos, siempre en secreto, siempre a escondidas.
Cada vez que le descubrían en alguna de estas actividades (no faltaban los delatores, a los que él trataba con especial paciencia y perdón) le asignaban tareas de castigo: cavar fosos para estiércol a temperaturas bajo cero con un pico, arrastrarse por túneles subterráneos que amenazaban con hundirse, pasar 15 horas cargando y descargando carbón con una pala, sacar troncos de un río helado…
En cierta ocasión lo arrojaron en un vagón con 20 crueles criminales comunes, que le quitaron la ropa y le amenazaron con matarle. “Esta es la gente que conforma la voluntad de Dios para mí hoy”, se dijo él, adaptándose a su nuevo yo, dócil con Dios.
Escribiría también sobre sus misas del gulag: “Yo decía la Misa en chozas de almacenamiento con corrientes de aire, o acurrucados en el barro y el fango en la esquina de una obra de construcción de un subterráneo. . . . Sin embargo, en estas condiciones primitivas, la misa me acercó a Dios más de lo que nadie posiblemente podría imaginar”.
En Siberia, de ciudad en ciudad
A partir de 1955 Ciszek fue liberado de los campos de trabajo pero no se le permitía salir de Siberia. Atendía con los sacramentos a los cristianos dispersos, a escondidas, huyendo de ciudad en ciudad porque la policía volvía a perseguirle. A veces pasaba 3 días seguidos sin dormir, de misión a misión.
En cierta ocasión, en un campo de trabajadores alemanes en Siberia, en Yenisei, ¡incluso organizó una misa para 800 personas!
Su devolución a Estados Unidos en 1963, intercambiado por dos espías rusos, le ahorró otro periodo de gulag al que sin duda le habrían sometido.
Muchos en Estados Unidos, incluyendo esforzados jesuitas, querían ponerlo como ejemplo de hombre “duro”, “resistente”…
Él una y otra vez tuvo que predicar su mensaje de entrega, pequeñez y confianza en la Divina Misericordia: en el gulag no servía ser “duro”, sólo servía “dejarse hacer” por Dios… igual que en la vida cotidiana.
Hoy, la Liga de Oración del Padre Walter Ciszek (www.ciszek.org) trabaja por su beatificación.
Su libro Caminando por valles oscuros es para muchos un clásico de la espiritualidad del abandono y la confianza.
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