Oswald Rufeisen arriesgó su vida durante la ocupación nazi, salvó a gente de su pueblo y encontró en Jesús el sentido profundo de su existencia.
Redacción (21/10/2025 11:42, Gaudium Press) En 1939, Oswald Rufeisen era apenas un adolescente polaco de 17 años. Provenía de una familia humilde, pero su inteligencia y su facilidad para los idiomas lo hacían destacar. Hablaba alemán con tanta naturalidad que cualquiera podría pensar que era su lengua materna. Era miembro del movimiento sionista Akiva, un grupo juvenil que promovía la vida comunitaria en los kibutz (comunidad agrícola) y el ideal de un pueblo judío unido y libre.
Pero su vida cambiaría radicalmente con la invasión de Polonia. Primero llegaron los nazis y luego los soviéticos. Ante el avance de ambos ejércitos, Oswald se vio obligado a huir hacia una pequeña ciudad llamada Mir, ubicada en el este del país, cerca de la frontera con Rusia. Era una comunidad de apenas cinco mil habitantes, de los cuales una tercera parte eran judíos.
El hallazgo providencial
En su camino hacia Mir, a un costado del camino, Oswald encontró una bolsa con los documentos de un alemán que, por una sorprendente coincidencia, se le parecía bastante físicamente: era rubio, de ojos claros y rasgos típicamente arios. Ese hallazgo le permitió adoptar una nueva identidad, con la que logró ingresar a la policía local. No dejaba eso de ser un riesgo, delicado, pues el verdadero personaje podría aparecer a cualquier momento.
Pero lo cierto es que comenzó a hacer carrera en la policía. Su dominio del alemán y su aspecto le permitieron ascender rápidamente, hasta llegar, en el otoño de 1942, a la temida Schutzstaffel (SS), la temible policía del régimen nazi.
Como miembro de las SS, Oswald fue asignado al puesto de traductor personal del jefe de la zona, Serafamovich, oficial conocido por su brutalidad y su odio hacia los judíos. Gracias a ese puesto, Rufeisen tuvo acceso a información privilegiada sobre las operaciones de represión y exterminio.
Cuando supo que el gueto (reunión de judíos) de Mir estaba destinado a ser liquidado, Oswald decidió actuar. Informó en secreto a los líderes de la resistencia judía, les facilitó armas y los ayudó a preparar su defensa. Al mismo tiempo, engañó a los alemanes desviando las tropas hacia una zona equivocada con la excusa de capturar partisanos rusos.
Su plan permitió que cientos de personas escaparan a tiempo. Sin embargo, las sucesivas fallas en las operaciones nazis levantaron sospechas.
La huida desesperada
Las sospechas no tardaron en concretarse. Un oficial de las SS lo interrogó y, al verse sin salida, Oswald tomó un fusil y huyó entre disparos. Pasó un día entero corriendo, sin rumbo, hasta que agotado y hambriento encontró refugio en un convento de monjas.
Allí fue recibido por las religiosas, que lo escondieron en una buhardilla. Durante los días de clandestinidad, Oswald encontró una revista sobre los milagros de Lourdes. Aquellos relatos despertaron en él una profunda inquietud espiritual. “Estaba lleno de interrogantes —recordaría más tarde. Me preguntaba por qué sucedían cosas tan trágicas a mi pueblo. Me sentía judío, profundamente identificado con el sufrimiento de mi gente, y también sionista”.
El encuentro con Jesús
Mientras permanecía escondido, Oswald pidió un Nuevo Testamento. Comenzó a leerlo, y aunque aún tenía prejuicios contra la Iglesia, en medio del silencio del convento, se sintió confrontado con la figura de Jesús de Nazaret. “La historia de Jesús es una parte de la historia judía”, reflexionaba.
Al profundizar en los Evangelios, se sintió conmovido por la manera en que Cristo enfrentaba el sufrimiento y la injusticia. “Me encontré de acuerdo con la visión y la actitud de Jesús frente al judaísmo. Sus palabras me tocaban profundamente”, confesó.
A medida que leía sobre la pasión y resurrección, Oswald sintió una revelación: “Identifiqué su sufrimiento con el de mi pueblo, y su resurrección con la esperanza de nuestra propia redención. Si un hombre justo muere no por sus pecados, sino por las circunstancias, debe ser Dios, porque solo Dios devuelve la vida”.
La batalla interior
Su proceso de conversión fue difícil . “Cuando comprendí que estaba frente a la decisión de abrazar el catolicismo, comenzó en mí una batalla psicológica. Tenía todos los prejuicios de los judíos que se convierten al cristianismo”, explicaba.
Durante dos días lloró y oró pidiendo a Dios una señal. “No era una lucha intelectual; intelectualmente ya aceptaba a Jesús. Era una batalla del corazón”.
A pesar del miedo al rechazo de su pueblo y de su propia familia, Oswald comprendió que su fe no negaba sus raíces. “Tendría que reconciliar los elementos judíos con el Nuevo Testamento. Yo mismo iba a ser uno de esos elementos. Hay muchos como yo, cristianos que siguen considerándose judíos”.
Finalmente, pidió a la Madre Superiora del convento ser bautizado. La religiosa, sorprendida, le respondió: “Pero si no sabes nada del cristianismo.” A lo que Oswald contestó: “Creo que Jesús fue el Mesías. Por favor, bautíceme hoy”.
Así, tres semanas después de haber escapado del cuartel nazi, aquel joven que había sido un sionista radical recibió el bautismo en secreto, en manos de una hermana de la Resurrección. Desde entonces comenzó una nueva vida.
De fugitivo a sacerdote carmelita
Poco después, ante los constantes registros de los nazis, tuvo que abandonar el convento y refugiarse en los bosques, donde colaboró con los partisanos rusos hasta la liberación de Polonia en 1944.
Años más tarde, en 1952, reapareció con un nuevo nombre y una nueva misión: ya era el padre Daniel María del Sagrado Corazón de Jesús, sacerdote carmelita. En 1956 pudo finalmente cumplir su sueño de vivir en Israel, donde se unió al convento carmelita de Haifa. Allí se reencontró con su único hermano, que vivía en un moshav (asentamiento rural y agrícola), y con antiguos amigos del movimiento Akiva.
El padre Daniel Rufeisen dedicó el resto de su vida al diálogo entre judíos y cristianos. Su historia, es un testimonio de cómo la fe puede surgir en medio del horror y cómo la gracia de Dios transforma incluso los corazones más heridos.
“Si existe justicia para Cristo en la forma de la resurrección —dijo—, entonces también existirá justicia para mi pueblo”.
Con información de Religión en Libertad
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