jueves, 21 de noviembre de 2024
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El mayor de todos los sacramentos

¿Cuál es la mejor acogida que se le puede dar a un visitante ilustre, para que se sienta complacido?

Salvador Eucaristico Juan de Juanes Museo de Bellas Artes Valencia Espana FL 1

Redacción (03/08/2023 11:11, Gaudium Press). Quizás, para muchos hombres contemporáneos, cuya existencia está impregnada de una constante inversión de valores, recibir a un rey en su casa no tendría mucho significado. Al fin y al cabo, todo esto ha quedado atrás… Pensemos, entonces, en una persona a la que queremos, a la que amamos de verdad y deseamos recompensar por algún bien que ha hecho, está haciendo o hará por nosotros. Seguramente una de las maneras de mostrarle agradecimiento será invitándola a visitar nuestra casa.

Pero, sobre todo, en nuestras tierras no puede faltar, en esta visita, un refrigerio o, si esto es imposible, al menos un simple cafecito. Pues bien, antes de que llegue el huésped tendremos que tomar una serie de medidas: limpiar la casa, organizarla, facilitar todo lo necesario para la comida y disponer las cosas para que el huésped se sienta completamente a gusto.

Ahora bien, lo que sucede en la esfera natural debería suceder, con mucha mayor medida, en la sobrenatural, cuando recibimos al Divino Huésped en nuestras almas en el momento de la Sagrada Comunión.

El verdadero pan que da vida

De hecho, la liturgia de ayer decimoctavo domingo del Tiempo Ordinario gira en torno a la importancia de la Sagrada Comunión.

En la primera lectura, extraída del libro del Éxodo (Ex 16,2-4.12-15), así como en el salmo responsorial (Sal 77 [78]), recordamos el maná que Dios envió a los israelitas en el desierto, como prefiguración de la Eucaristía. En la segunda lectura, el Apóstol San Pablo advierte sobre la santa conducta que deben tomar quienes aspiran a recibir el Cuerpo de Nuestro Señor:

“Renunciando a vuestra existencia pasada, despojaos del viejo hombre, que se corrompe bajo la influencia de pasiones engañosas, y renovad vuestro espíritu y vuestra mentalidad” (Ef 4,22-23).

En el Evangelio vemos a las multitudes que buscaban al Divino Maestro con avidez insaciable, pero también con intereses humanos, hasta el punto de tomar sus barcas y dirigirse a Cafarnaúm, para buscarlo. Cuando lo encontraron, Jesús les advierte:

“En verdad, en verdad os digo que me buscáis, no porque habéis visto señales, sino porque comisteis pan y os saciasteis. Yo soy el pan de vida. El que a mí viene, nunca tendrá hambre, y el que cree en mí, nunca tendrá sed” (Jn 6, 26;35).

Ahora bien, aquí cabría una pregunta: ¿hemos llegado a comprender lo que verdaderamente recibimos en la Sagrada Comunión y, por tanto, cuál es el valor de este verdadero “pan de vida”?

El mayor de todos los sacramentos

La Eucaristía, según la opinión de Santo Tomás de Aquino, es el mayor y más importante de todos los Sacramentos. Las razones dadas por el Doctor Angélico son tres: 1º) El mismo Cristo está sustancialmente contenido en él; 2º) todos los demás Sacramentos se ordenan a la recepción de la Eucaristía; y 3º) por el rito de los sacramentos mismos, ya que casi todos ellos llegan a su fin con la recepción de las Sagradas Especies. [1]

Analicemos un poco la profundidad de la primera razón expuesta por santo Tomás: el mismo Cristo está sustancialmente contenido en la Eucaristía.

En la Última Cena, al instituir este admirable sacramento:

“Jesús tomó pan, dio gracias, lo partió y dijo: ‘Esto es mi cuerpo entregado por vosotros. Haced esto en memoria mía’. De la misma manera, después de cenar, tomó también el cáliz y dijo: ‘Este cáliz es la Nueva Alianza en mi sangre” (1Cor 11, 23-25).

Ahora bien, ¿qué significa la Eucaristía, sino el Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor, con los cuales pasó 33 años en esta tierra, obrando milagros, exorcizando demonios y enseñando a las multitudes? ¿Con los cuales sufrió su sacrosanta Pasión y ahora con ellos está sentado a la diestra del Padre en lo más alto de los Cielos?

Tengamos presente que el mismo Jesús que pasó por este mundo e hizo tantas maravillas es el mismo que se introduce en nuestras almas en el momento de la Comunión.

Examen de conciencia

Por lo tanto, nos corresponde a nosotros hacer un breve examen de conciencia: ¿somos conscientes, al acercarnos a la Sagrada Comunión, de lo que realmente significa? ¿Preparamos nuestro hogar interior para recibir a Nuestro Señor, como lo hizo una vez Santa Marta cuando lo recibió en Betania, para que allí descansara cuando llegara, o dejamos la casa patas arriba, distrayéndonos durante la Misa, pensando en otras cosas?

Peor aún es si la casa se vuelve inhabitable para Él, cuando nuestra alma se encuentra en estado de pecado mortal. Que Dios nos libre de tener una actitud similar a la de Judas, cuando, en la Santa Cena, comulgó en pecado e inmediatamente el diablo entró en su interior (cf. Jn 13, 26).

Cualquiera que sea nuestra situación, sepamos acudir a Nuestra Señora, la mayor devota de la Sagrada Eucaristía. Si nuestra alma no está en condiciones de recibir a su Divino Hijo, nunca cometamos la locura de cometer el sacrilegio de comulgar en pecado mortal. Primero, pidámosle que nos conceda la gracia de hacer una gran confesión. Y, si la casa está “al revés”, que Ella la arregle como mejor le plazca al Divino Huésped, para que Él se sienta complacido dentro de nosotros y, así, encuentre el mejor ambiente posible para entablar con nosotros el diálogo salvífico que tanto anhela.

Por Guillermo Maia

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[1] Cf. S. Th. III, q. 65, a. 3, co.

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