El surgimiento de la escritura fue un factor que impulsó sorprendentemente el desarrollo de las diversas culturas y civilizaciones de la Edad Antigua. Fue a partir de su nacimiento que el ser humano comenzó a dejar huellas de los hechos que ocurrían a su alrededor.
Redacción (07/12/2022 12:22, Gaudium Press) No es raro encontrar personas que sufren problemas de memoria. Cuando aprenden nueva información olvidan con facilidad las anteriores… Pues bien, varias técnicas permiten superar esta carencia: está el método de la repetición, o el de establecer correlaciones en la imaginación; pero ninguno de estos métodos se usa tanto como la escritura.
Hay un adagio que dice “verba volant, scripta manent”: las palabras vuelan, pero lo escrito permanece. Por eso el surgimiento de la escritura fue un factor de tanta importancia: permitió que los acontecimientos históricos no desaparecieran de la “memoria” de la humanidad.
La aparición de la escritura marcó sorprendentemente el desarrollo de las diferentes culturas y civilizaciones de la Edad Antigua. Fue a partir de su nacimiento que se aceleró la evolución de las sociedades, y los seres humanos empezaron a dejar huellas de los hechos que ocurrían a su alrededor.
Queda por ver cómo surgió este arte y cuál es su historia.
Para conocer su lento florecimiento, es necesario retroceder un poco en el tiempo, a una época y a un mundo bastante diferente al actual.
En los orígenes de la escritura, el sistema cuneiforme
En las tierras de Asia Occidental, ubicadas en la encrucijada de Europa, Asia y África -llamadas Oriente Próximo- existe una región que pasó a ser conocida como Mesopotamia, nombre derivado de la contracción de dos palabras griegas (μέσω = entre y ποταμός = ríos), por estar situado entre los ríos Tigris y Éufrates (actual Irak y el este de Siria). Allí fueron hallados, en el cuarto milenio antes de Cristo, hacia el año 3200 a. C., las primeras escrituras conocidas, y todas estaban en “cuneiforme”.
Este sistema de escritura fue probablemente obra del Imperio sumerio que se encontraba en el sur de Mesopotamia. Recibió el nombre de “cuneiforme” porque está grabado con incisiones triangulares que se marcan con una cuña. Poco a poco, los pueblos vecinos se dieron cuenta de la practicidad de este sistema de codificar su propia lengua mediante signos estampados en piedra o barro cocido, y terminaron por adoptarlo y adaptarlo cada uno a sus propias lenguas, de modo que, ya en el segundo milenio antes de Cristo. C., la escritura cuneiforme se había extendido por todo el Cercano Oriente. Los grandes imperios asirio, babilónico y persa utilizaron esta forma de escritura.
“En sus orígenes, la escritura cuneiforme no era más que un sistema pictográfico de escritura, es decir, cada signo era un dibujo de uno o más objetos concretos y representaba una palabra cuyo significado era idéntico. Sin embargo, debido a la necesidad de contar con un elevado número de signos, lo que lo convertía en un sistema poco ágil para el uso práctico, los escribas sumerios, un poco más tarde, redujeron el número de signos y lo sometieron a ciertos límites mediante de varios recursos, entre ellos -el más importante- el de sustituir valores ideográficos por otros fonéticos”. [1]
Un peregrino italiano llamado Pietro della Valle fue uno de los pioneros en reportar algo sobre esta enigmática escritura. Un explorador y médico alemán, Engelbert Kaempfer (1651-1716), fue el responsable de denominarla “escritura cuneiforme”, y es uno de los principales exponentes de su estudio. Mucho se debe también a Casten Niebuhr (1733-1815), quien, mientras viajaba por Oriente Medio como explorador al servicio del rey de Dinamarca, trajo noticias fidedignas a Occidente sobre objetos de esos antiguos países. Pero el desciframiento de esta escritura es, propiamente hablando, un trabajo de los siglos XIX y XX.
Hammurabi y su importante código de leyes
Entre los escritos más famosos compuestos en cuneiforme se encuentra el gran código de Hammurabi. [2] Por mucho que los sumerios ya tuvieran su conjunto de leyes, no las tenían organizadas. Así lo hizo Hammurabi, recopilando los textos legislativos y adaptándolos a su época. Todo este trabajo duró años y solo se completó al final de su reinado (alrededor de 1750 a. C.). Grabado sobre una piedra de diorita, que medía aproximadamente 2,25 m de alto por 55 cm de ancho, y compuesto por 282 párrafos, este código aplica en muchas de sus sentencias la ley del Talión, conocida popularmente por la frase “ojo por ojo y diente por diente”.
El ejemplo más conspicuo se encuentra en el literal §196: “Si un hombre le saca un ojo a otro, el ojo del primero le será sacado”. El delito de robo también se castigaba con la pena de muerte, si el robo era un objeto del palacio real o del templo (§6). Dependiendo de las circunstancias, el que intentó robar y no tuvo éxito recibe la misma pena de muerte según el § 21: “quien abra una brecha en la pared de una casa, será muerto y enterrado frente a la brecha”.
Sin duda, son métodos groseros, primitivos y crueles, principalmente porque nosotros estamos acostumbrados a una perspectiva cristiana de la vida. Pero debe recordarse que en la antigüedad no era raro que las personas fueran tratadas así. En la misma Ley Mosaica, se encuentran muchos castigos que se asemejan a estos, promulgados por Hammurabi.[3] Esto era tan necesario por la dureza del corazón de los hombres de aquella época, que muchas veces sólo seguían el camino recto cuando eran guiados por el miedo.
También se encuentran, entre la cantidad de escrituras cuneiformes famosas, otros ejemplos como la “Epopeya de Gilgamesh”, una de las primeras obras literarias que conocemos, y la gran piedra de Beishtún, una inscripción realizada en un muro en la provincia de Kermanshah, en el noroeste de Irán, y que es una proclamación de las hazañas de Darío I de Persia.
Por Juan Pedro Serafim
(Próxima entrega: El origen de la Escritura – Parte II: Los jeroglíficos egipcios)
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[1] NOAH KRAMER, Samuel. La historia empieza en Sumer. Madrid: Alianza editorial, 2017, p.373.
[2] Hammurabi fue el sexto soberano de la primera dinastía del imperio babilónico.
[3] Véase, por ejemplo: Ex 21, 1-25; Lv 20, 1-15; Nm 1, 51; Dt 21, 18-21.
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