Ayer el Papa lo declaró Venerable, al que fue buena parte de su vida, director espiritual del seminario de Orihuela. Reseña de su vida.
Redacción (14/10/2021 10:07, Gaudium Press) Entre los nuevos Venerables, declarados como tales ayer por el Papa, está el sacerdote español Diego Hernández (1915-1976). Venerable es un título dado a aquel al que ya el Pontífice romano ha reconocido sus virtudes heroicas, rumbo a la beatificación y posterior canonización, para las que se requerirán de milagros comprobados.
Recordemos algunos de los hechos más marcantes, en la vida del P. Hernández, que fue director espiritual del seminario diocesano de Orihuela (Alicante).
Gusto por el teatro
Nace el P. Hernández en Javalí Nuevo (Murcia), el 25 de diciembre de 1914, segundo de 8 hijos de una familia de intensa vida cristiana.
Además de la instrucción religiosa que recibía en el hogar, en la escuela, era monaguillo y aquí va un dato que no es menor: el papá de Diego era el apuntador en los ‘autos sacramentales’ de su pueblo, es decir, aquel que recuerda a los actores las líneas que deben decir en las representaciones teatrales religiosas. Y en esta labor prontamente Ginés Hernández asoció a su hijo Diego, quien recordará toda su vida el impacto que el buen teatro produce en la gente, y lo usará por siempre en el apostolado.
Entra muy joven al seminario, a los 10 años. Era el seminario diocesano de San Fulgencio de Murcia. Seminarista modelo. Un compañero de estudios, Francisco López, cuenta que “sobrellevaba, disimulaba, toleraba y disculpaba mis impertinencias con una actitud difícilmente imitable y humanamente casi inexplicable. Fue siempre un ejemplo para mí y pienso que para muchos”.
Un momento, acéptese o no, peligroso para el seminarista, es el período de vacaciones. Una hermana de Diego, Isadora, menciona que “nunca frecuentó Diego espectáculos, ni malas amistades. En el pueblo todos querían tenerlo por amigo, especialmente los seminaristas a quienes reunía para hablar de Dios. Como don Mariano el párroco estaba enfermo, le ayudaba en todo lo que podía, sobre todo en la catequesis de los niños”.
La guerra civil
Llega la guerra civil (1936-1939) y con ella la cruel persecución religiosa (aunque algunos solo quieran ver muertos de un lado). Y también alcanzó a la iglesia parroquial de Javalí Nuevo, que quedaba muy cerca de la casa familiar del seminarista Diego. Un día entraron algunos y prendieron fuego a la iglesia. Diego, angustiado, entró por el boquete que habían abierto los mismo vándalos para ingresar, y rescató al Santísimo Sacramento, sufriendo quemaduras. Hasta dónde llega la misericordia divina, se patentiza en que la persona que había rociado con gasolina la iglesia, se confesó con el P. Diego poco antes de morir.
Tenía gran amor por Jesús eucaristía, que ya había quedado más que demostrado: “Qué hermosa es la vida del silencio con Jesús en el Sagrario. Allí está la fecundidad de la vida espiritual. Hablo mucho más de lo que debo, callar y mirar a Jesús”, afirmaba.
Es encarcelado días después en el templo que se había incendiado, y un ‘Tribunal popular’ lo condena a tres años de trabajos forzados; el 30 de febrero de 1937 es llevado al Campo de Trabajo del seminario de Orihuela que había sido trasformado en cárcel; fue llevado luego a otros campos.
Terminada la guerra continuó su formación sacerdotal y fue ordenado como presbítero el 9 de junio de 1940, destinándosele a la parroquia de Santiago de Jumilla, en Murcia. Fue llevado a varias parroquias de la región de Murcia, de Alicante, y allí se sacrificaba por todos, enseñaba la doctrina cristiana, cultivaba el mismo el campo, irradiaba alegría. Dictaba retiros, daba charlas a los jóvenes.
El cura de rostro tostado
Llega un día a asumir la regencia de la parroquia de Santa María de Villena, y las gentes, al verle el rostro tan tostado por el sol, dicen a su hermana Pura: “Cuando llegó D. Diego decíamos – este cura parece un pastor, pero cuando le oímos hablar cambiamos de opinión diciendo – ¡vaya un pastor! No del campo, sino de las almas”. La fama del presbítero aumenta, y llegan de otras parroquias a oír sus sermones. El apostolado fructifica, forma la Adoración nocturna, grupos catequéticos, impulsa la Acción Católica, a los jóvenes los reúne en grupos que llama ‘cenáculos’, donde se profundizaba el evangelio, se rezaba, se ejercía la caridad.
Pero también se preocupa por sus hermanos sacerdotes, y comienza a realizar para estos convivencias en el Santuario de la Virgen de las Virtudes. Tiene un especial afecto hacia los sacerdotes jóvenes de los alrededores de sus parroquias.
Tenía también un corazón misionero: Deseaba “tener mil millones de lenguas para anunciar por todas partes quién es Jesucristo”; en 1946 estuvo a punto de ir a Nicaragua como director espiritual de un Seminario.
Finalmente, director espiritual
Después de Villena se le destina como párroco de Abarán, pero prontamente el nuevo obispo de Orihuela, Mons. Pablo Barrachina y Estevan, lo hace director espiritual del Seminario Mayor, lo que ocurrió el 15 de septiembre de 1954. Y allí estuvo hasta su muerte: “Yo estoy muy contento. Eso no quita para que sienta nostalgia de la vida de apostolado, pero el Señor ha querido enterrarme, ¡bendito sea!, tengo la esperanza que, si soy el que debo, mi granito se convertirá en una espiga de santos sacerdotes, que tanta falta está haciendo en todos los pueblos”, dijo.
En el seminario, era el foco del ejemplo.
Vivía pobrísimo, parece que todo lo que le llegaba lo entregaba en caridad. Se levantaba bien temprano, alrededor de las 5 am, y se iba al sagrario a rezar. Poco después iba al confesionario, donde atendía seminaristas. Tres veces a la semana dirigía la meditación del seminario, y siempre estaba disponible para el que quisiera una palabra, un consejo.
Estudiaba bastante, especialmente magisterio de la Iglesia. Sus clases de Teología espiritual las preparaba con sumo cuidado; también leccionaba a las religiosas de la Congregación de Hermanas de la Virgen del Monte Carmelo, y para ellas realizó un compendio en tres tomos titulado “Apuntes. Vida cristiana y religiosa”.
También pintaba y dibujaba, para lo que tenía bastantes dones.
Le preocupaba la ‘soledad’ del sacerdote
Ocupó también el cargo de director de Catequesis, tanto en Orihuela como en Alicante.
Fiel a su deseo constante de hacer apostolado junto a los sacerdotes, organizaba unos cursillos diocesanos e interdiocesanos de espiritualidad sacerdotal, y recibía rápidamente a los sacerdotes que iban a pedirle consejos. Tuvo como modelo a San Juan de Ávila, y hacía mucha propaganda de este santo y de su espiritualidad.
En 1962, además de la dirección espiritual de los teólogos del Seminario diocesano trasladados a Alicante, sera hecho Director del Convictorio de sacerdotes jóvenes en la nueva Casa sacerdotal de Alicante, de la cual fue el primer Director.
Hacía énfasis en la santificación del sacerdote y bastante le preocupaba su “soledad”, por lo que alentaba la vida común del clero, por ejemplo en reuniones de balance sacerdotales, en casas comunes para sacerdotes, en la conformación de equipos sacerdotales.
Sufre un infarto en septiembre de 1963, luego es operado de la vesícula, la próstata; en diciembre de 1971 en una transfusión de sangre se contamina de hepatitis tóxica, y pasa un mes en un hospital de Murcia.
En la noche del domingo 25 de enero de 1976 siente un intenso dolor en el corazón, es trasladado al Sanatorio Perpetuo Socorro de Alicante, y muere en la madrugada del lunes 26.
Los seminaristas decían: “Ha muerto como un héroe, como mártir, al pie de sus deberes de Padre de las almas, de sus amados seminaristas a quien no perdió de vista nunca y se sacrificó hasta dar la vida”.
Con información de Padrediego.org y la Oficina de Prensa del Obispado de Orihuela-Alicante
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