martes, 01 de julio de 2025
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El pan nuestro de cada día

Meditaciones del Dr. Seráfico, sobre el Santísimo Sacramento del Altar.

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Redacción (01/07/2025, Gaudium Press) En la solemnidad del Sagrado Corazón el pasado 27 de junio, León XIV ordenó sacerdotes a un nutrido grupo de diáconos en la Basílica de San Pedro y les dijo, entre otras cosas: “Amen a Dios y a los hermanos, sean generosos, fervorosos en la celebración de los sacramentos, en la oración —especialmente en la adoración— y en el ministerio”. Sabias y oportunísimas palabras para quienes abrazan el sacerdocio. Ahora, no olvidemos que el amor a Dios y a los hermanos, la generosidad y la adoración eucarística valen también para la generalidad de los bautizados…

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El 15 de julio se celebra litúrgicamente la memoria de San Buenaventura, fraile franciscano, Obispo, Cardenal y Doctor de la Iglesia. Fue célebre por su doctrina, la santidad de vida y por las preclaras obras que realizó. Rigió la Orden de los Hermanos Menores, siendo ejemplarmente fiel al espíritu de San Francisco. En sus numerosos escritos unió suma erudición y ardorosa piedad. La iglesia le dio el título de “Doctor Seráfico”.

En esta meditación será servido un “plato fuerte”: trechos de escritos del doctor franciscano sobre la comunión eucarística redactados con un vocabulario fogoso y elegante. Sí, además del indiscutible mérito doctrinal del texto, será oportuno que lo valoremos a ese título: por la excelencia de expresión.

San Buenaventura comenta el pedido del Padre Nuestro “Danos hoy nuestro pan de cada día”. La altura del tema y el singular estilo literario, piden que se lean sus palabras con atención y no a la ligera. Verán que si es un plato fuerte, no es nada pesado, se digiere fácilmente y hasta con innegable encanto:

El pan nuestro de cada día dánoslo hoy. Aunque esto pueda entenderse del pan material y espiritual, principalmente lo expondremos ahora en cuanto se refiere al pan sacramental, ¡Oh nunca oída dignación de Cristo y admirable gozo de la mente! El que es el premio de los Santos, el gozo de los ángeles y el Verbo de Dios Padre, me ha sido dado en alimento. El Hijo de la Virgen, el que es la redención humana, la gloria del cielo, se ha hecho mi sustento.

¿Qué más desearé?

¿Qué más puedo desear? ¿Qué otra cosa puede halagarme? Muy lejos esté de mí otro cualquier amor, Dios mío, después que me has dado un tan excelente alimento. ¿Cómo puede mi corazón deleitarse en las cosas vanas e inmundas, después que me han dado un manjar nobilísimo, poderosísimo, suavísimo y dulcísimo? ¿Cómo puede mi corazón, aun por un instante, separarse de este nobilísimo alimento?

Aunque no pueda siempre tomarle sacramentalmente, por lo menos mi corazón no deje de pensar en él. En verdad, es admirable, y más que admirable, que el corazón no desfallezca en este convite a causa de la dulzura, y por el excesivo fervor del amor. Tú sólo, buen Jesús, seas mi alimento y mi refección. A ti sólo desee, a ti con grande ansia e insaciable hambre coma; y esté siempre hambriento de ti.

¿Quién más amable que Vos, buen Jesús? A Vos sólo quiero comer, Vos sólo seáis mi alimento, Vos sólo deleitéis mi corazón. Si solo vuestro olor suavísimo debería saciar a todo el mundo, ¿cuánto más la comunión de tu sacratísimo cuerpo? Si por la palabra que sale de tu boca somos alimentados y vivimos, ¿qué será el gustar de ti, Verbo eterno, y alimentarnos con tu preciosa sangre? ¿Cómo es que mi corazón no se deleita en ti de tal manera, que no se olvide totalmente de sí mismo? Si todo lo terreno, y aun lo que tiene apariencia de cosa terrena, tanto ocupa alguna vez mi corazón, que me olvide de ti, ¿cómo es que tu presencia verdadera, no me alimenta y embriaga de tal suerte que me olvide de todo lo mundano y de mí mismo? Dadnos, pues, este pan cotidiano.

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Cardenal San Buenaventura – Vitral en la Catedral de Colonia.

Mas hoy, Señor, hoy dadnos este pan, para que ahora y siempre le tengamos presente. Este alimento esté siempre presente, a lo menos espiritualmente, de modo que jamás sea pasado o venidero. ¿Por qué, pregunto, tanto te apresuras para estar con nosotros? ¿Qué sientes en nosotros? ¿Qué conoces en nosotros, que tanto estés embriagado de nuestro amor? ¿Qué ganas estando en nuestra compañía? ¿Qué hallas en nosotros? ¿Qué podemos darte, por lo cual no sabes retardar tu venida? Si así nuestro amor te fuerza, que no sepas diferir tu venida, que quieras estar al momento con nosotros, con los que ninguna ganancia podrás obtener; nosotros, que somos las más indignas criaturas y las más despreciables, ¿cómo diferimos de estar contigo, de quienes solamente deseas que podamos conseguirte a ti, sumo bien, espejo sin mancilla, y consuelo de los ángeles?

(…) Admiro tu clemencia, buen Jesús, porque dijiste: “de cada día”. ¿Acaso quieres ser nuestro alimento cada día? ¿Acaso no basta que un solo día habites con nosotros y mores en nuestra compañía? ¿Qué hemos hecho nosotros por ti? ¿Qué diré, pues, de tu benevolencia? En verdad, no lo sé, porque mi alma desfallece de tal modo al considerar los tesoros de tu clemencia, que no puedo comprender la menor centella de tu inmensa benignidad. Por eso no sé decir nada de ella, sino que habiendo tú determinado estar siempre con nosotros, procuremos también estar en todo tiempo contigo y jamás nos separemos de ti, Esposo benignísimo y alimento suavísimo. Tú, Señor, júntanos contigo de modo que ni queramos ni podamos jamás apartarnos. Por esto: “el pan de cada día, dánosle hoy.”

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Seguro que los que lean esta “seráfica” reflexión, rica en su fondo y en su forma, habrán encontrado reposo para su alma. Que el ilustre Cardenal franciscano, junto con su santo fundador, el humilde Diácono de Asís, al que llamaban il poverello, nos obtengan de Dios tener hambre y sed de Eucaristía crecientes. Hambre y sed no solo de comerlo, también de adorarlo.

Por el P. Rafael Ibarguren, EP.

(Publicado originalmente en www.opera-eucharistica.org)

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