domingo, 05 de enero de 2025
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El poder gigantesco del Santísimo Nombre de Jesús

Es su nombre: Consejero prudente, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de la paz”, nos dice el profeta Isaías.

Nombre de Jesus

Redacción (03/01/2025, Gaudium Press) «Es su nombre: Consejero prudente, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de la paz», nos dice el profeta Isaías (Is 9, 5). Hoy la Iglesia conmemora la fiesta del Santísimo Nombre de Jesús.

¡Qué extraordinario, rico y simbólico es este nombre, que según el profeta Isaías significa «Dios con nosotros»! ¡Qué maravillada debió quedar la Santísima Virgen -que ponderaba todas las cosas en su corazón- cuando el arcángel Gabriel le dijo en el momento de la Anunciación: «Y le pondrás por nombre Jesús»! (Lc 1, 31).

Fecunda fuente de inspiración

Estas palabras, que quedaron grabadas indeleblemente en el Inmaculado Corazón de María, llegan hasta los oídos de los fieles de todos los tiempos, en el orbe entero, fecundando los buenos afectos de todo hombre bautizado. A lo largo de los siglos, diversas almas monásticas y contemplativas fueron inspiradas por ellas, al punto que innumerables composiciones de canto gregoriano versan sobre el suave nombre del Hijo de Dios.

Existe una relación misteriosa e insondable entre el nombre de Jesús y el Verbo Encarnado, pues resulta imposible concebir otro más apropiado.

Es el más suave y santo de los nombres; es un símbolo sacratísimo del Hijo de Dios, sumamente eficaz para atraer sobre nosotros las gracias y favores celestiales. El mismo Señor prometió: «Todo lo que pidáis al Padre en mi nombre, él os lo concederá» (Jn 15, 16). ¡Magnífica invitación para repetirlo sin cesar y con ilimitada confianza!

¡Invoque este nombre poderosísimo!

La Santa Iglesia, madre próvida y solícita, concede indulgencias a quien lo invoque con reverencia; incluso pone a disposición de sus hijos la Letanía del Santísimo Nombre de Jesús, para incentivarlos a rezar con frecuencia.

En el siglo XIII, el Papa Gregorio X exhortó a los obispos del mundo y sus sacerdotes a pronunciar muchas veces el nombre de Jesús e incentivar al pueblo cristiano a colocar toda su confianza en este nombre todopoderoso, como un remedio contra los males que amenazaban la sociedad de entonces. El Papa confió particularmente a los dominicos la tarea de predicar las maravillas del Santo Nombre, obra que realizaron con celo, logrando grandes éxitos y victorias para la Santa Iglesia.

Nombre eficaz en las epidemias

Un vigoroso ejemplo de la eficacia del Santo Nombre de Jesús se verificó con motivo de la devastadora epidemia que azotó a Lisboa (Portugal) en 1432. Todos los que podían se fugaban de la ciudad aterrorizados, llevando así la enfermedad a todos los rincones del país. Murieron miles de personas. Entre los heroicos miembros del clero que daban asistencia a los agonizantes estaba un venerable obispo dominico, Mons. Andrés Diaz, que incentivaba a la población a invocar el Santo Nombre de Jesús.

Recorría incansablemente el país, recomendándoles a todos, hasta a los que se habían librado de la terrible enfermedad, que repitieran: Jesús, Jesús. «Escriban este nombre en letreros y guárdenlos sobre sus cuerpos; por la noche pónganlos bajo la almohada; cuélguenlos en sus puertas; pero sobre todo invoquen continuamente, con sus labios y en sus corazones, este nombre poderosísimo».

Nombre de Jesus 2

¡Maravilla! En un plazo increíblemente breve el país fue liberado por completo de la epidemia, y las personas siguieron confiando agradecidas y con amor en el Santo Nombre de nuestro Salvador. Tal confianza se extendió desde Portugal hasta España, Francia y el resto del mundo.

Una retribución agradable a Dios

El ardoroso San Pablo es el apóstol por excelencia del Santo Nombre de Jesús. Afirma que es «el nombre por encima de todo nombre» y ensalza su poder con estas palabras: «Para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los infiernos» (Flp 2, 10).

San Bernardo se llenaba de alegría y consolación inefables al repetir el nombre Jesús; sentía como miel en su boca y una deliciosa paz en su corazón. San Francisco de Sales no vacila en afirmar que quien tenga la costumbre de repetir con frecuencia el nombre de Jesús, puede estar seguro de obtener la gracia de una muerte santa y feliz. ¡Otro inmenso favor!

¿Pero este don tan grande no nos pide alguna retribución?

Sí. Además de mucha confianza y gratitud, el deseo sincero de vivir en completa sintonía con las infinitas bellezas contenidas en el Santísimo Nombre de Jesús, como también -a imitación del venerable obispo portugués Mons. Andrés Diaz- el empeño de divulgarlo a los cuatro vientos. Digna de toda alabanza es la madre católica que le enseña a sus hijos a pronunciar los dulces nombre de Jesús y de María aun antes de decir papá y mamá, como también a llevar su vida en acuerdo con la de esos dos modelos divinos.

* * *

Proclamar el Evangelio es proclamar el nombre de Jesús

¿Cómo podría la Santa Iglesia dejar de orar, predicar, bautizar y curar en nombre de Jesús?

Desde los primeros días del cristianismo se ha dicho que predicar el Evangelio es proclamar ese nombre, entre todos glorioso, gracias a cuyo poder divino se obran los milagros: «A los que crean, les acompañarán estas señales: en mi nombre arrojarán a los demonios, hablarán en lenguas nuevas, […] impondrán las manos sobre los enfermos y quedarán curados» (Mc 16, 17- 18).

El nombre del Redentor no podía dejar de ocupar un lugar prominente en la vida de la Iglesia, una vez que él mismo afirmó: «Cualquier cosa que pidáis en mi nombre, os lo concederé» (Jn 14, 13). En el acto del Bautismo, por el cual nace el cristiano, el alma es lavada, santificada y justificada «en nombre de Jesucristo, el Señor, y en el Espíritu de nuestro Dios» (1 Cor 6, 11).

Todo ello tiene una valiosa aplicación para nuestra vida como católicos: la invocación del santísimo nombre de Jesús es manantial inagotable de gracias para la santificación personal y para las obras de evangelización.

(Tomado, con adaptaciones de Revista Heraldos del Evangelio, Enero/2005, n. 37, pag. 22-25)

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