Su voz era un relámpago que advertía. Fue odiado por los prevaricadores que se habían enquistado en el poder. Pero Dios lo protegía.
Redacción (01/05/2022 08:12, Gaudium Press) Él era firme como “una ciudad fortificada, una columna de hierro, un muro de bronce para enfrentar el país entero: los reyes de Judá y sus jefes, los sacerdotes y el pueblo del país” (Jr 1,18). Se llamaba Jeremías y la historia lo recuerda como el Profeta Jeremías.
Habría nacido sin pecado original
Se llamaba Jeremías, habiendo nacido en Anatot, ciudad localizada a cinco kilómetros de Jerusalén, aproximadamente en el 650 a. C. Todavía en el claustro materno fue consagrado y hecho profeta por Dios: “La palabra del Señor llegó a mí en estos términos: ‘Antes de formarte en el vientre materno, yo te conocía; antes de que salieras del seno, yo te había consagrado, te había constituido profeta para las naciones’ ”, dice el proprio libro de Jeremías sobre él. (cf. Jr 1, 5) Le habría sido retirado el pecado original, según algunos autores.
A los quince años de edad comenzó a profetizar. Por orden de Dios, mantuvo el celibato, lo que comúnmente Dios no exigía a sus ministros en los primeros tiempos.
Al inicio de su ministerio profético – que duró casi medio siglo: 41 años en Judá y probablemente cuatro en Egipto – el Señor le dijo que su vida sería de lucha, de batalla, también de edificación:
“Yo te coloco contra naciones y reinos, para arrancar y para derrumbar, devastar y destruir, para construir y para plantar” (Jr 1, 10).
Llamado al “profetismo para destruir y edificar”, Jeremías prevé la destrucción de Jerusalén, el destierro, pero incita también al pueblo al arrepentimiento, pues la deportación de los judíos se debía a que no habían seguido la ley del Señor.
Jeremías señala en el horizonte una salida espléndida para la restauración religiosa, con la conversión de los desterrados y el regreso de ellos a Judea. Profetiza también la destrucción de los grandes imperios y los reinos vecinos, anunciado en los capítulos 46 a 51 del libro de Jeremías.
En sus escritos denuncia los pecados del pueblo pero particularmente de los sacerdotes, los falsos profetas y las autoridades de Judá. “Los guías, ya sea espirituales, ya sea temporales del pueblo, nada habían hecho para retener a sus hermanos; ellos se habían incluso lanzado más allá que los otros en el mal”, dice Fillion de los pecados de este pueblo. Pero el profeta también siembra palabras para que tengan otra mentalidad, esto es, se vuelvan al verdadero Dios.
Prefigura del Varón de dolores
Jeremías describe la Persona del Mesías, descendiente de David que “reinará de verdad y con sabiduría” (Jr 23, 5); y prevé la matanza de los inocentes, luego después del nacimiento del Redentor: “¡Un clamor se oye en Ramá, de lamento, de lloro, de amargura, es Raquel que llora a sus hijos y se niega a ser consolada, porque ellos ya no existen!” (Jr 31, 15). Esa profecía es citada por San Mateo (cf. 2, 17-18).
Debido a las denuncias que el Profeta hizo de los pecados cometidos en Judá, fue muy odiado y perseguido atrozmente por su propio pueblo. Dios se lo había advertido, pero también le había anticipado su protección: “Harán guerra contra ti, pero no te vencerán, porque estoy contigo” (Jr 1, 18-19). Fue traicionado por sus propios hermanos de sangre, que lo “calumniaron por la espalda” (Jr 12, 6).
Afirma Monseñor João Clá, fundador de los Heraldos del Evangelio:
“Es un hombre que va contra la corriente y enfrenta a la opinión pública. Sion embargo, por esa persecución él recibe los méritos que, por su gran amor, Dios le reserva. Y de ahí su grandeza, incluso en la apariencia de desastre.”
De tal modo él sufrió que pudo representarse a sí mismo como “un manso cordero llevado al matadero” (Jr 11, 19), prefigurando al Redentor. Muchos judíos del tiempo de Jesús creían que Él era Jeremías resucitado (cf. Mt 16, 14).
El sacerdote Fassur manda azotar al Profeta
¿Cómo increpaba a los falsos profetas?: “Practican adulterio, viven en la mentira, apoyan el actuar de gente criminal, de modo que nadie más se aleje de la perversidad. Para mí, son iguales a Sodoma, sus ciudadanos, iguales a Gomorra” (Jr 23, 14). Algunos de esos falsos profetas eran sacerdotes.
Determinado día, Jeremías se colocó en la entrada del Templo y proclamó que vendrían desgracias sobre Jerusalén y todos los pueblos de Judá, porque no escucharon sus advertencias (cf. Jr 19, 14-15).
Entonces, un impío sacerdote llamado Fassur, administrador-jefe del Templo, mandó que Jeremías fuese azotado, encarcelado en una prisión existente en el interior de la Casa de Dios, y allí permaneciese amarrado en un tronco. Al día siguiente, Fassur fue hasta el lugar para soltar al Profeta, pero este, inspirado por Dios, lo increpó con vehemencia:
– “Tu nombre no será más Fassur, y sí “Terror alrededor”. (…) Todas las riquezas de esta ciudad, todas sus ganancias y todo lo que hay de precioso en ella, junto con todos los tesoros de los reyes de Judá, los entregaré en manos de sus enemigos: ellos los saquearán, los tomarán y se los llevarán a Babilonia. En cuanto a ti, Fassur, tú y todos los que habitan en tu casa irán al cautiverio: llegarás a Babilonia y allí morirás, y allí serás enterrado, tú y todos tus amigos a quienes les has profetizado falsamente”. (Jr 20, 1-6).
Con información de artículo de Paulo Francisco Martos para Gaudium Press
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