Heinrich Dalla Rosa tenía 36 años cuando el régimen nazi lo ejecutó por defender su fe y corregir a un profesor que se burlaba de Cristo.
Redacción (16/10/2025 11:52, Gaudium Press) Entre las numerosas historias de sacerdotes que dieron la vida bajo el régimen nazi, la del padre Heinrich Dalla Rosa es una de las menos conocidas. Fue guillotinado con apenas 36 años en Viena, en enero de 1945, tras ser denunciado por unos profesores de su pueblo austriaco. ¿Qué cuál fue su delito? Solo haber dicho que Alemania perdería la guerra y pedirles que no hablaran contra Cristo y el cristianismo.
Al principio, el joven sacerdote pensó que su único castigo sería pasar algo de tiempo en prisión. Pero cuando comprendió que sería ejecutado, su unión espiritual con Cristo, con la Iglesia y con los mártires creció.
Durante décadas, su historia apenas fue mencionada en algunos estudios sobre resistencia antinazi en el Tirol del Sur —hoy territorio italiano—. Sin embargo, el interés ha resurgido gracias a la reciente traducción al español del libro La espada y la cruz (San Pablo, 2025), del periodista italiano Francesco Comina, que recoge historias de católicos que se opusieron al nazismo.
De cuidar cabras a convertirse en un sacerdote ejemplar
Heinrich Dalla Rosa nació en Lana, un pequeño pueblo del Tirol del Sur, en Italia, rodeado de montañas alpinas. Su familia emigró luego a Austria, donde creció en una zona rural. En su infancia, tuvo que abandonar la escuela por malos tratos de otros niños, y trabajó en el campo pastoreando ovejas y cabras.
A los 16 años ingresó en el colegio de los misioneros verbitas de San Gabriel, en Mödling, cerca de Viena. Más tarde, estudió en la capital austriaca en un instituto de la congregación Reina de los Apóstoles.
Con estos religiosos, Heinrich descubrió su vocación y el deseo de acercar el Evangelio a la gente. En 1930 se graduó con excelentes notas y, tras estudiar en el seminario de Graz, fue ordenado sacerdote en 1935. Cuatro años después, ya bajo el control nazi, fue nombrado párroco de Sankt Georgen im Schwarzwald, un pequeño pueblo de 300 habitantes.
Un pastor alegre que tocaba la guitarra y predicaba con el ejemplo
Durante sus diez años de sacerdocio, Dalla Rosa se destacó por su entusiasmo y cercanía con los jóvenes. Tocaba la guitarra, cantaba con los niños canciones de amor y de paz, y organizaba excursiones por las montañas. Enseñaba música con un armonio y transmitía que la religión de Cristo pide amar a los demás, cuidar a los débiles y necesitados.
El Evangelio era su lectura diaria. Lo meditaba cada noche y lo contrastaba con la ideología del régimen nazi, que glorificaba la fuerza y despreciaba a los débiles.
El padre Heinrich no soportaba la provocación continua y constante de la fuerza militar de los camisas pardas nazis, su deambular por los pueblos para controlar todo, según relata el libro de Comina. Temía, sobre todo, que esa influencia llegara a los niños.
Un sistema que prohibía a los curas enseñar
El régimen nazi había prohibido que los sacerdotes impartieran clases de religión en las escuelas. En su lugar, los docentes eran funcionarios dóciles al Partido. Los niños, sin embargo, seguían recibiendo catequesis en las parroquias, donde muchas veces escuchaban lo contrario de lo que se les enseñaba en el aula.
El Sacerdote Dalla Rosa tenía amistad con el matrimonio Hladnig, ambos profesores del pueblo. Otto Hladnig, maestro de música, era el director de la escuela. Aunque había iniciado una formación eclesiástica de joven, abandonó el seminario y se volvió simpatizante del nacionalismo austriaco. Con el tiempo, se volvió abiertamente anticristiano.
En la Pascua de 1941, cuando los ejércitos del Tercer Reich triunfaban en Europa, el padre Heinrich sorprendió a varios presentes —entre ellos los Hladnig— al afirmar que “no estaba seguro de que Alemania fuera a ganar la guerra”.
Durante más de un año evitó las controversias, hasta que en diciembre de 1943 los niños de catequesis le contaron que el director se burlaba de Cristo en clase. El sacerdote decidió visitarlo, pero solo encontró en casa a su esposa, embarazada. Conversó con ella por dos horas y le advirtió que “una actitud tan contraria contra el cristianismo podía volverse en su contra cuando los nazis ya no estuvieran en el poder”.
Las autoridades nazis supieron de esa conversación y tomaron nota. En febrero de 1944, Dalla Rosa fue citado a declarar. Compareció ante los jueces y fue liberado sin cargos.
Arrestado tras el atentado contra Hitler
El 20 de julio de 1944, tras el fallido atentado del conde Claus von Stauffenberg contra Hitler, el régimen lanzó una ola de represión. Retomaron viejos casos y castigaron cualquier señal de disidencia. Así, el 23 de agosto, seis meses después de aquella citación, el padre Heinrich fue arrestado en su rectoría y llevado a prisión.
Desde la cárcel, escribió a sus padres:
“Una situación así puede ser de gran utilidad para un pastor en su experiencia de vida. En la celda somos 17 y esto es una pequeña comunidad donde puedo seguir desempeñando mis servicios como sacerdote”.
Con el paso de los días, su amor por la Iglesia creció. En otra carta, escribió:
“Aquí se tiene un deseo aún más profundo de Iglesia, una institución necesaria, un polo que equilibra los tiempos cambiantes. Solo la participación en la vida, el anclaje a la tierra y la Encarnación crean un contacto inmediato con las personas en busca de esta ancla de salvación”.
El juicio y la condena
El 23 de noviembre de 1944 fue llevado a Viena ante el juez Paul Lämmle, uno de los más duros del régimen. El proceso fue una farsa. “Especialmente cruento, como si el desenlace ya estuviera escrito con una espectacularización de la acusación”, escribe Comina.
El sacerdote fue presentado encadenado. Declararon contra él el maestro Hladnig, su esposa, el vicario parroquial y hasta la propia hermana del sacerdote. El veredicto fue implacable:
“Heinrich Dalla Rosa, instó a la esposa de un profesor a disuadir a su marido de trabajar para el Partido Nazi, ya que ninguna persona inteligente creía ya en nuestra victoria. Por lo tanto, es culpable del delito de socavar la moral militar, y de complicidad traicionera con el enemigo”.
La pena: muerte por guillotina.
Al salir de la sala, esposado, Dalla Rosa miró a sus denunciantes y les dijo: “¡Os perdono!”. Luego añadió ante el vicario y otros presentes: “Si tengo que morir, sé que moriré por mi religión”.
Un mártir de Cristo
En sus últimas cartas, el sacerdote expresó una paz interior profunda.
“Me siento orgulloso de correr la misma suerte de Cristo. Sé que estoy lleno de la más santa alegría. Estoy contento por haber sido marcado como testigo de Cristo”, escribió a sus padres.
Incluso el cardenal Theodor Innitzer, arzobispo de Viena, intentó interceder para revisar la sentencia, pero no tuvo éxito.
El 24 de enero de 1945, antes de ser ejecutado, escribió a su hermana Elisabeth: “Me han dicho que no debería haber dejado que todo sucediera con tanta calma. Yo pienso que también es providencia de Dios. Estoy totalmente sujeto a su guía más misericordiosa”.
Al salir de su celda, se despidió de sus compañeros con una frase que refleja su amor por su tierra natal:
“¡Saludad a mis montañas!”
Poco antes de caer la cuchilla, proclamó con voz firme:
“¡Viva el verdadero Rey, viva Cristo!”
Ese mismo día, otros 14 prisioneros fueron ejecutados en el mismo tribunal. Los cuerpos fueron arrojados a una fosa común sin identificar.
El recuerdo de un testigo de fe
Tras la liberación de Austria, un sepulturero ayudó a identificar el cuerpo del sacerdote. En 1946 fue enterrado en su parroquia de San Jorge, según el deseo de su madre.
Con información de Religión en Libertad
Deje su Comentario