Militar, sacerdote por su insistencia y porque Dios lo quiso, fue foco de piedad y espiritualidad de su tiempo. Y de todos los tiempos.
Redacción (04/08/2023 08:32, Gaudium Press) Hoy celebramos al Santo Cura de Ars, a San Juan María Vianney, santo muy popular. Muchas cosas se pueden resaltar de este portento de hombre, despreciado de muchos en su naturaleza humana, engrandecido hasta el infinito por Dios. Contemos algunas.
Nace en Dardilly, Francia, el 8 de mayo de 1786, de familia campesina. Criado pues en plena agitación anti-católica de la Revolución Francesa, tenía que ir a los oficios religiosos a escondidas.
Hizo su primera comunión a los 13 años, en ceremonia nocturna y en un pajar, adonde los campesinos llevaban sus bultos de paja simulando que se dirigían a su faena.
‘Desertor’ de los ejércitos napoleónicos
A veces la piedad sentimental que todavía pulula en nuestros días, oculta ciertas cosas de las vidas de los santos para hacerlas supuestamente más ‘potables’ a las gentes, cercenando importantes ejemplos donde también se manifestó la gracia de Dios. Por ejemplo, no es muy conocido que el Santo Cura de Ars fue ‘militar’, reclutado forzosamente por el gobierno napoleónico. Ya en ese momento quería ser sacerdote, pero los muchachos mayores de 17 años debían servir en ese pozo sin fondo traga-vidas-humanas que era el ejército de Napoleón.
Sin embargo, la providencia quiso ahorrarle este servicio.
Yendo al cuartel, entró a una iglesia a rezar y se perdió del grupo. Volvió, se presentó, pero en el viaje enfermó y lo llevaron al hospital, sólo que cuando se recuperó sus compañeros ya habían partido. Las autoridades le ordenaron que se fuera por su cuenta a alcanzar a los demás, pero encontró a alguien que le pidió que fuera con él, que supuestamente iba en la misma dirección.
Este no pedido acompañante era un desertor, y lo que hizo fue llevar a Juan María lejos del batallón, convirtiéndolo a su vez en inconsciente desertor.
Llegado a un pueblo, Juan María fue a contarle al alcalde su historia. La ley ordenaba que se diera pena de muerte a los desertores, pero el alcalde más bien quiso acogerlo en su casa, lo puso a dormir en un pajar, lo hacía cambiarse de nombre, lo escondía cuando pasaban soldados, hasta el feliz día en que se dictó un decreto perdonando a todos los remisos, con lo que el Santo Cura de Ars pudo regresar a la casa paterna.
“No sirve para estudiante”
Después de convencer no fácilmente a su padre, Juan María parte al seminario. Pero de ahí lo echaron, pues los profesores decían que era muy buena persona “pero no sirve para estudiante. No se le queda [en la cabeza] nada”.
Sin embargo Juan María no cejó en su empeño y peregrina hasta la tumba de San Francisco Regis – lo que hizo pidiendo limosna – para implorar a este santo todas las condiciones para ser sacerdote.
Un padre llamado Balley dirigía un pequeño seminario y ahí recibió al que sería después modelo de presbítero, celebrado por el mundo entero. Aunque el sacerdote se volvió a enfrentar con las pocas luces naturales del intelecto de Juan María, la excelente disposición del seminarista lo animó a hacer hasta lo imposible para llevarlo a las órdenes sagradas. Sin embargo, cuando Juan María presenta exámenes… fracaso total.
El Obispo lo recibe
No obstante el P. Balley lleva a su discípulo a donde buenos sacerdotes, que constatan que sabía resolver problemas de conciencia y tenía buen criterio moral, por lo que lo recomiendan al Obispo, quien pregunta: – ¿El joven Vianney es de buena conducta? Ellos le responden: – Es excelente persona. Es un modelo de comportamiento. Es el seminarista menos sabio, pero el más santo. – Pues si así es, añadió el prelado, que sea ordenado de sacerdote, pues aunque le falte ciencia, con tal que tenga santidad, Dios suplirá lo demás. No sabía el Obispo el bien que le hacía al sacerdocio del mundo entero con esa decisión.
Se ordena pues Juan María como sacerdote el 12 de agosto de 1815. Los primeros tres años los pasa como auxiliar del P. Balley, quien ya lo admiraba. Pero no faltaba el sacerdote que se burlaba del nuevo presbítero de inteligencia limitada, preguntando a qué oscuro rincón de la culta Francia se lo enviaría…
Destinado a un lugar perdido, que se haría foco de la piedad y de irradiación de catolicismo
El 9 de febrero de 1818 fue enviado a un lugar bien pobre, bien apartado de las consideraciones mundanas, el poblado de Ars. En este pueblo de 370 habitantes sólo iban a la misa dominical un hombre y algunas pocas mujeres. Lo que sí había ahí eran varias cantinas, focos de inmoralidad. Allí será párroco, durante 41 años, el Santo Cura de Ars.
Para re-enfervorizar a ese pueblo, el Cura se dedicó a rezar, a sacrificarse y también a hablar fuerte.
Sus penitencias, visando la conversión de la gente, son de antología. Durante mucho tiempo solo se alimentaba de papas cocidas sin casi condimento, algunas que prepara el lunes y le duran hasta el jueves; el jueves volvía a cocinar para que tuviese papas hasta el domingo. En los sermones no escatima ataques contra los vicios de sus parroquianos; va desvendando en las mentes y a los ojos de quienes quieran saberlo las redes con las que el demonio los tiene atrapados.
Un día le llegan con chismes al Obispo (los chismosos, envidiosos que nunca faltan) y este manda un visitador. A su regreso el Obispo pregunta: – ¿Tienen algún defecto los sermones del Padre Vianey? – Sí, Monseñor: Tiene tres defectos. Primero, son muy largos. Segundo, son muy duros y fuertes. Tercero, siempre habla de los mismos temas: los pecados, los vicios, la muerte, el juicio, el infierno y el cielo. – ¿Y tienen también alguna cualidad estos sermones? – pregunta Monseñor-. – Sí, tienen una cualidad, y es que los oyentes se conmueven, se convierten y empiezan una vida más santa de la que llevaban antes. El Obispo percibe que esa cualidad cubría cualquier ‘defecto’.
Aunque mucho preparaba sus sermones dominicales, llegada la hora de la prédica con frecuencia olvidaba lo que había preparado. Pero en ese momento hablaba Dios por la boca de su cura, y los buenos efectos espirituales se realizaban.
Sus luchas contra el maligno
También son proverbiales sus luchas del Santo cura de Aras contra el demonio, que se le presentaba de muchas maneras. Lo tumbaba de la cama, un día hasta quiso prender fuego a su habitación. Finalmente, desesperado, el propio ser maligno le dijo: “Faldinegro odiado. Agradézcale a esa que llaman Virgen María, y si no ya me lo habría llevado al abismo”.
Pero no faltaron unos sacerdotes que estaban en Ars en misión, y que decían que lo de las apariciones del demonio eran meras fábulas, inventadas por el cura de Ars. San Juan María Vianney sin malicia pero ciertamente sabiendo el capítulo que les esperaba, los invitó a que pasaran la noche en el cuarto que él usaba: No fue sino comenzar su estancia ahí que los ruidos y demás acciones del demonio los sacaron al patio apavorados, no queriendo regresar nunca más a ese cuarto. El Santo Cura de Ars le puso su toque de humor al hecho, y les dijo: “Con el patas hemos tenido ya tantos encuentros que ahora parecemos dos compinches…”. Pero la verdad es que era enemigo irreconciliable de satanás.
“Que no lo pongan a confesar…”
Cuando fue ordenado alguien escribió: “Que sea sacerdote, pero que no lo pongan a confesar, porque no tiene ciencia para ese oficio”. Pues fue esta una anti-profecía, pues en el ministerio de la reconciliación se le fue gran parte de su vida sacerdotal. De toda Francia iban personas a poner sus almas en las manos del Cura de Ars, sabiendo que a través de él recibirían la propia voz del Espíritu Santo. Pasaba 12 horas en el confesionario en invierno y 16 en el verano. Había que apartar turno para confesarse con él con tres días de antelación.
Un día en la vida del Santo Cura de Ars
¿Cómo era un día de ministerio del Santo Cura de Ars? Se levantaba a las 12 de la noche. Hacía que la campana de la torre sonara, abría la iglesia, y comenzaba a atender penitentes que normalmente ya formaban una fila de una cuadra de larga. Confesaba hombres hasta las 6 de la mañana. Luego rezaba su breviario y celebraba misa a las 7. El Obispo consiguió que en los últimos años de la vida del santo, a las 8 am se tomara una taza de leche. Luego de 8 a 11 confesaba mujeres. A las 11 impartía un catecismo a todos los que estuvieran presentes. A las 12 tomaba un ligero almuerzo, se bañaba, afeitaba, e iba a visitar un instituto para jóvenes que él sostenía con las limosnas que le daban. Luego de 1 y 30 hasta las 6 seguía confesando. Era evidente su discernimiento de los espíritus, pues en muchas ocasiones ‘leía’ los pecados en la frente de los penitentes, para darles la corrección y consejos apropiados. Terminadas las confesiones, leía un rato y se acostaba.
Durante 15 años, desde 1830 hasta 1845, se calcula que llegaban 300 personas diarias a Ars para confesarse con el Santo. Se calcula también que en el último año de su vida, 100 mil peregrinos visitaron Ars.
El Obispo lo hizo canónigo, pero él no usaba los distintivos. El gobierno lo condecoró, pero él no se ponía la condecoración. Decía con toque de humor: “Es el colmo: el gobierno condecorando a un cobarde que desertó del ejército…”.
Murió el 4 de agosto de 1859. Pero su recuerdo y ejemplo durarán por siempre.
Con información de EWTN.
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