martes, 15 de abril de 2025
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El Señor de los Milagros de Buga, el Cristo que crece, sufre y suda

Un acto de amor humilde de una lavandera dio origen a una de las devociones más profundas de Colombia, aún desconocida en el mundo: el Señor de los Milagros de Buga, donde la fe se mostró en acción.

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Redacción (14/04/2025 15:37, Gaudium Press) La maravillosa historia del Señor de los Milagros de Buga no comienza con un templo ni con una gran procesión, sino con un acto de amor sencillo, puro y transformador.

Corría el año de 1550, y Buga al sur de Colombia,no era más que un pequeño caserío. El río Guadalajara fluía en ese entonces por el lugar donde hoy se levanta majestuoso templo del Señor de los Milagros. A la orilla izquierda del río, vivía una anciana indígena en una humilde choza de paja (pongámosle ‘Rosa’). Su oficio era lavar ropa ajena, y en medio de su vida sencilla, en su corazón habitaba un profundo deseo: quería tener un crucifijo propio, símbolo de su fe y devoción a Dios.

Durante mucho tiempo esta mujer ahorró con esfuerzo hasta que pudo reunir setenta reales. Su intención era entregárselos al párroco para que le comprara el Cristo que ella tanto añoraba. Pero  un día, se le cruzó en su camino un hombre afligido; en su rostro se veía la desesperanza. Era un padre de familia, que lloraba desconsolado. Estaba a punto de ser encarcelado por una deuda de exactamente setenta reales, la misma cantidad que ella había guardado con tanto amor y sacrificio.

Conmovida por aquel sufriente, la bondadosa anciana no dudó en renunciar a su deseo. Le entregó sus preciados reales y así evitó su prisión. El hombre clamó para ella las bendiciones del cielo, agradecido por haberle salvado.

Pero el sacrificio no había sido menor, era su gran esperanza, y el ahorro de muchos días.

El río trae un tesoro

Días después, mientras lavaba ropa en el río, algo insólito ocurrió: La corriente había traído hasta sus manos un crucifijo. Para ella, fue como recibir la joya más valiosa del mundo. Como en la parte alta del río no vivía nadie, dedujo que el Cristo no podía tener dueño. Feliz con su regalo del cielo, improvisó un pequeño altar en su casa y colocó el Cristo con cariño dentro de una cajita de madera.

Una noche, escuchó unos suaves golpecitos en el lugar donde guardaba la imagen. Al revisar, se llevó una gran sorpresa: tanto el Cristo como la cajita habían crecido visiblemente. Pensó que era una ilusión causada por su vista cansada.  Pero los días pasaron, la imagen siguió creciendo, hasta alcanzar cerca de un metro de altura.

Intrigada pero emocionada, fue a informar al párroco y a algunos vecinos del caserío. Al ver la imagen y considerando que la mujer no tenía recursos para adquirir un crucifijo de tal tamaño, todos reconocieron que se trataba de un milagro.

La noticia se difundió rápidamente. Devotos comenzaron a visitarla, queriendo llevarse una parte del milagro; le quitaban pequeños fragmentos a la imagen, provocando su deterioro.

Sin embargo, estas circunstancias, ocasionaron algo grave, muy grave: Un visitador eclesiástico proveniente de Popayán, la ciudad principal más cercana, al ver el estado de la imagen, ordenó que fuera quemada. La orden debía ser cumplida. No obstante, al ser arrojada al fuego, la imagen comenzó a sudar abundantemente durante dos días completos. Los vecinos recogieron ese sudor en algodones, los cuales usaban como reliquias; muchos afirmaban haber recibido curaciones milagrosas provenientes de estos pomos.

Cuando se intentó quemar la imagen y el fuego cesó, el crucifijo no solo permaneció intacto, sino que estaba aún más hermoso que antes. Desde entonces, la devoción se propagó como fuego en bosque seco. Peregrinos de todos los rincones comenzaron a llegar, buscando sanación, consuelo y bendiciones.

El crufijo se convierte en el Milagroso de Buga

Según una crónica de 1819, el humilde hogar de la anciana se transformó en lugar de encuentro espiritual. Fue entonces cuando comenzó a conocerse la imagen con el nombre que ha perdurado por siglos: El Señor de los Milagros o Milagroso de Buga.

Tiempo después la afable anciana muere, y se decide construir un templo para albergar la milagrosa imagen. Como el río cambió su cauce y dejó libre el terreno cercano al lugar de su aparición, allí se erigió un templo modesto conocido como La Ermita.

La imagen es profundamente conmovedora. La cruz mide 1,70 metros de alto por 1,30 metros de ancho (creció a tamaño casi natural). El Cristo es de color oscuro, con el letrero “INRI” —Iesus Nazarenus Rex Iudaeorum— en la parte superior, que significa: Jesús Nazareno, Rey de los Judíos. De la cruz brotan rayos de plata donados por los fieles como símbolo de gratitud.

El rostro del Santo Cristo inclina su cabeza con humildad. De sus heridas, especialmente del costado, fluye abundante sangre. Su cabellera, también ensangrentada, cae en dos manojos sobre los hombros. A pesar del dolor reflejado en su rostro, se percibe una expresión de profunda serenidad y majestad. Sus ojos están cerrados y los labios entreabiertos, evocando el sufrimiento.

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Basílica del Señor de los Milagros (Buga)

Rogativas

La palabra rogativa hace referencia a una oración comunitaria, generalmente realizada en forma de procesión, mediante la cual el pueblo clama al cielo en busca de misericordia ante situaciones difíciles o calamidades públicas.

En Buga, este término tiene un significado muy especial, se refiere al triduo, la novena y la gran fiesta solemne que se celebra en honor al Señor de los Milagros cada siete años. Aunque en sus inicios no siempre se realizaba en el mes de septiembre ni con esa periodicidad exacta, a partir de 1948 se estableció la tradición de celebrar esta rogativa cada siete años, convirtiéndose en una manifestación de fe profundamente arraigada en la comunidad.

Mensaje

La Historia del Señor de los Milagros nos recuerda como la fe mueve montañas. Pero también la generosidad cristiana. Alguien que sin tener nada lo dio todo, como la india lavandera, que regaló los 70 reales de su crucifijo, recibió de Dios un regalo celestial, que surcó los siglos y es motivo de consuelo y fe para muchos hoy. Ella dio un huevo a Dios, y Dios le dio 100. Como la viuda del templo de Jerusalén, que dio dos pequeñas monedas, y que recibió el elogio de Jesucristo, esta lavandera lo dio todo y recibió un milagro.

 

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