viernes, 22 de noviembre de 2024
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El “Sí” al llamado de Dios: ¿una opción?

La liturgia de este XV Domingo del Tiempo Ordinario nos invita a reflexionar sobre nuestro llamado como bautizados: ¿de qué le sirve al hombre ganar el universo si pierde su alma?

Gesu insegna agli Apostoli

Redacción (03/08/2023 11:11, Gaudium Press) Por los idos años del siglo XVI, un joven de la nobleza española fijó su residencia en París para graduarse en la mejor universidad de Europa y ser un digno representante de sus antepasados. Era descendiente de los reyes de Navarra y su familia frecuentaba la corte española.

Desde pequeño destacaba por su brillante y vivaz inteligencia. Cuando ingresó al curso de Filosofía en la universidad lo hizo con el firme propósito e intención de distinguirse de sus compañeros, lo que logró sin mucho esfuerzo, pues su inteligencia no admitía dificultades. Se decía de él: “ningún estudiante había logrado nunca tanto en París con tanta facilidad”. [1] Y no había nada que fuera un obstáculo para su capacidad. Su nombre era Francisco Javier.

En cierto momento de sus estudios, cuando Francisco ya tenía objetivos claros para su futuro, conoció a un nuevo estudiante de aproximadamente 40 años, quien, según las malas lenguas, tenía “superpoderes” y asustaba a la gente. Francisco, sin embargo, no dejándose llevar por opiniones ajenas, se hizo amigo del “sospechoso”, y quedó encantado por la santidad y virtudes de este misterioso hombre, que se llamaba Ignacio de Loyola.

Ignacio, que anhelaba fundar la Compañía de Jesús, discerniendo que Francisco podía ser uno de sus discípulos, comenzó a hacer apostolado con él, explicándole verdades eternas, con el objetivo de atraerlo a la futura Orden.

Con el paso del tiempo, cuando la amistad ya estaba más que consolidada, Francisco, que entonces tenía 27 años, sintió un gran miedo en su interior cuando su amigo le contó cuál era la voluntad de Dios a su respecto, y cayó en una profunda tristeza, pues no quería abandonar los honores del mundo. Ignacio, dotado de gran discernimiento, al notar el estado de Francisco, se acercó a él y le preguntó qué pasaba, a lo que el joven le confió los secretos de su corazón. Después de escucharlo pacientemente, Ignacio le preguntó: “Francisco, ¿de qué le sirve al hombre ganar el universo si pierde el alma?” [2]

Estas palabras penetraron como una espada en el corazón de Francisco Javier. Y él, con el auxilio del cielo, respondió a la voz de Dios que lo llamaba. ¡Y hoy, gracias a este “sí”, podemos dirigirnos a él como San Francisco Javier!

La llamada

La historia mencionada anteriormente ilustra claramente la liturgia de este XV Domingo del Tiempo Ordinario, que bien podría llamarse la liturgia de la vocación. De hecho, en la primera lectura contemplamos al profeta Amós narrando la llamada que Dios le hizo a profetizar al pueblo de Israel (cf. Am 7, 12-15). En la segunda lectura, vemos a San Pablo afirmar a los Efesios que todos nosotros, bautizados, estamos llamados a ser santos e irreprensibles ante Dios (cf. Ef 1,3-4). En el Evangelio, después de haber llamado Jesús a los doce, los envía como testigos suyos (cf. Mc 6,7-13).

De hecho, la palabra vocación, muy común entre nosotros, proviene del latín vocare, que significa llamar. Así, se dice que tiene vocación aquel a quien Dios llama a algo. Ahora bien, todos los hombres tienen vocación, ya que no hay hombre que pase por la Tierra y no reciba un llamado de Dios.

En primer lugar, todos nosotros, que fuimos creados a imagen y semejanza de Dios, estamos llamados a la santidad. Algunos alcanzarán esta santidad en el matrimonio, otros en la vida religiosa, otros, finalmente, en el sacerdocio. Y dentro de estos estados, Dios llamará a alguien para que sea un excelente confesor, otro podrá ser un excelente superior de una casa religiosa, otro será pintor, poeta, músico, maestro, médico, o muchas otras cosas que no cabría mencionar aquí.

Y este llamado nos es dado antes de nuestro nacimiento, como declaró el salmista: “Aún informe vuestros ojos me miraron, y mis días fueron previstos por Vos” (Sal 139,16). O, como el Señor le dijo a Jeremías:

“Antes de formarte en el vientre de tu madre, ya te conocía; antes que salieras del vientre, te consagré y te hice profeta a las naciones” (Jer 1,5)

Nos corresponde, por tanto, escuchar la voz de Dios que se nos manifiesta, revelando este llamado ya sea dentro de nosotros o a través de una causa externa. Y una vez que tenemos clara cuál es su voluntad hacia nosotros, nuestra actitud debe ser la misma que la del profeta Isaías:

“El Señor abrió mis oídos. No le resistí ni retrocedí” (Is 50,5).

En otras palabras, no debemos ni tenemos derecho a resistir la voz de la gracia. Porque, como dice el Apóstol: “La vocación y los dones de Dios son irrevocables” (Rm 11,28-30). Por lo tanto, una persona nace con una vocación y morirá con ella, y el día de su muerte será juzgada por su fidelidad a esa vocación. Así, alguien que es llamado a ser monje y decide hacerse médico podría poner en grave peligro su salvación eterna.

Pidamos a la Virgen, siguiendo el ejemplo de San Francisco Javier, que digamos un “sí” generoso al llamado de Dios para nosotros, y que Ella nos conceda gracias sobreabundantes para abandonar todo lo que nos impide recorrer el camino del servicio Divino, comprendiendo cómo pasan las cosas de este mundo, y ayudándonos a perseverar en nuestra vocación, cualquiera que sea, para que un día estemos todos unidos en el Cielo y tengamos grabadas en nuestro corazón las palabras dirigidas por San Ignacio a su discípulo: ¿De qué le sirve al hombre ganar el universo si pierde su alma?

Por Guilllermo Maia

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[1] DAURIGNAC, J.M.S. São Francisco Xavier: apóstolo das Índias. Trad. M. Fonseca. 2. ed. Rio de Janeiro: CDB, 2018, p. 35.

[2] Ídem.

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