martes, 09 de septiembre de 2025
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El trágico y hasta mortal idilio entre dopamina y smartphones: cuando la ciencia confirma la moral (II)

Como seres humanos, experimentamos una descarga de dopamina a partir de sorpresas parecidas y prometedoras: la llegada de una nota agradable…”

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Redacción (09/09/2025 13:28, Gaudium Press) En nota anterior hablamos de la dopamina, ese neurotransmisor que cuando activado causa un especial placer, que en un inicio se asoció exclusivamente con el mero placer, pero que hoy por hoy está más identificado con la motivación y el deseo: ante la expectativa del objeto deseado, sube la dopamina; obtenido el mismo, cae la dopamina, y la persona comúnmente busca un nuevo objeto de su ilusión, que a su vez vuelve a activar la dopamina. La dopamina se orienta más a la consecución de algo futuro, sea bueno o malo, lo importante es que sí comporte un cierto placer.

“Como seres humanos, experimentamos una descarga de dopamina a partir de sorpresas parecidas y prometedoras: la llegada de una nota agradable de la personas que amas (‘¿Qué pondrá?’), un correo electrónico de un amigo al que hace años que no ves (‘¿Qué novedades habrá?’) o, si buscar una historia de amor, conocer a una nueva pareja (…) (‘¿Qué podría ocurrir?’) (1)

Es claro, ya hemos comprobado que eso que mucho ansiamos, cuando lo obtenemos como que ‘se pierde el encanto’: “…cuando estas cosas pasan a ser periódicas, [cuando] la novedad desaparece, así como la descarga de dopamina, y una nota más agradable, un correo electrónico más largo, o una mesa mejor no la recuperarán”, afirma el psiquiatra Lieberman. (2) Después del subidón ante la expectativa, que motiva a conseguirla, viene luego el bajadón, que a nivel neuroquímico es un descenso de dopamina.

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—Pero no hay problema, podría decir un adicto a la dopamina ‘rápida’, para eso está mi celular:

Ocurre que los teléfonos inteligentes son una fuente de expectativa constante, una promesa de sorpresas renovadas, de cosas nuevas impactantes. Y por eso hoy, más incluso que la expectativa de éxtasis y sobre-sensación de las drogas, es más peligroso un smartphone.

“El smartphone, el teléfono inteligente, es la aguja hipodérmica de hoy, que administra dopamina digital las 24 horas del día, los 7 días de la semana, para una generación conectada. Si aún no has encontrado tu droga favorita, pronto estará disponible a un clic en un sitio web”, (3) anuncia con ironía Anne Lembke, que es nada más ni nada menos una de las máximas autoridades en adicciones a nivel mundial, con décadas de experiencia en clínica e investigación.

Lembke constata que “el mundo de hoy nos ofrece un enorme surtido de drogas digitales que antes no existían, o que si existieron ahora ya están en plataformas digitales que han aumentado de forma exponencial su potencia y disponibilidad. Esta oferta incluye tanto videojuegos como pornografía y juegos de azar en línea, por nombrar algunos. Además, la tecnología en sí es adictiva, con sus luces intermitentes, su fanfarria musical, sus tazones sin fondo y la promesa, mediante la participación continua, de recompensas cada vez mayores” (4)

Aquí está la clave, de esa adicción mundial hoy a las pantalllitas negras: en los pocos centímetros cuadrados de tales vidrios oscuros, se encierra, para la pobre víctima, la promesa de una recompensa, de otra aún mayor, de una sorpresa y otra más, de un video excitante, y más adelante otro, de un mensaje impactante, y luego otro, mayor: y resulta que eso es lo que más gusta a la dopamina, no solo la excitación, sino la novedad, la sorpresa, mejor cuanto más inesperada, la sorpresa diversa, diferente, la nueva sorpresa cuando el gusto de la antigua comience a decaer, la expectativa de una nueva sorpresa cuando la que yo creía sorpresa placentera ya no me satisface. Definitivamente, el celular, ese que todos cargamos en bolsillos o carteras, fue creado para la dopamina…

Cuando la víctima de esta cultura digital dopaminérgica entra en la espiral descendente de las gratificaciones y ‘recompensas’ de los smartphones, no solo es esperable una adicción, sino lo que los especialistas llaman un “daño al circuito de recompensa”: la persona solo quiere el placer dopaminérgico de una novedad y otra, de la siguiente sorpresa, no termina de ser sorprendido cuando busca otra y otra… Resultado, la adicción digital, y la predisposición a otro tipo, por no decir a todo tipo, de adicciones.

No es por casualidad que “los cuidadoras y las niñeras que cuidan a los vástagos de los CEO y directivos de las grandes empresas tecnológicas [en Silicon Valley] tienen prohibido por contrato llevar un teléfono en la mano cuando están ocupándose de los niños. De esa forma se les protege de lo digital, de las pantallas y aplicaciones creadas por los progenitores de esos chicos —¡y lo exigen ellos, los desarrolladores e impulsores de esa tecnología!”, cuenta la psiquiatra Marian Rojas Estape. (5) Si el creador del producto no quieren que sus hijos consuman su producto, será por algo…

—Entonces, ¿lo que usted está proponiendo es que guardemos el celular en la caja fuerte? Hombre, si es un instrumento de trabajo, hace parte de nuestras vidas…

De hecho, quien habla de restringir su uso, no soy yo, aún mero lego en el asunto, sino algunos de los mayores especialistas de nuestros días.

Lembke habla de una autorrestricción física (“al crear barreras tangibles entre nosotros y nuestra droga de elección presionamos el botón de pausa entre el deseo y la acción”) (6). Alejarnos del vicio, pues el que se acerca al fuego en el perece.

Tambien de una autorrestricción cronológica (“imponerse límites de tiempo y líneas de meta”) (7): “El solo hecho de rastrear cuanto tiempo pasamos consumiendo —por ejemplo, tomando nota del tiempo que dedicamos a nuestro smartphone— es una forma de tomar conciencia y reducir el consumo”. (8) Después de comprobar que perdimos x horas viendo estupideces, pues no podremos negarlo, la conciencia nos va a remorder y eso nos puede mover a una acción salvadora, restrictiva.

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Y una autorrestricción por categoría: “La autorrestricción por categoría limita el consumo clasificando los estimulantes de la dopamina en diferentes categorías: los subtipos que nos permitimos consumir y los que no”. (9)

En fin, algo como:

—Vamos a ponerle restricciones al aparatito: no lo veré después de las 9 pm. En las noches, lo mantendré alejado de mi cuarto. En horas laborables, solo consultaré las redes en el descanso del mediodía, y por un espacio reducido de tiempo. Las sugerencias pueden ser infinitas, pero el principio de base es igual: o nos autorrestringimos de las posibles descargas dopaminérgicas, especialmente en cuanto a tecnología se refiere, o ellas nos enredarán, engatusarán y envenenarán con un líquido más dañino que el de la serpiente del nilo, ahogando nuestra libertad. No hay salida.

Al final, como ya fue dicho en la nota anterior, y motiva el título, debemos invocar y reconocer la necesidad de la virtud de la Templanza, que impide con mano firme el desboque de los apetitos sensibles.

Pero la Templanza es sobre todo sobrenatural.

Lo que tenemos que hacer primero, es, pues,  juntar las manos, y rezar, pedir a Dios la fuerza, de no caer en las garras de la mala dopamina. Porque el dinamismo de la dopamina confirma la moral.

Por Saúl Castiblanco

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(1) Lieberman, Daniel. Long, Michael. Dopamina. Editorial Planeta Colombiana. Bogotá. 2021. p. 21.

(2) Ìdem.

(3) Lembke, Anna. Generación Dopamina. Urano World Spain,m S.A.U. Madrid. 2025. pp. 11-12.

(4) Lembke, Anna. Op. Cit p. 36.

(5) Rojas Estape, Marian. Recupera tu mente, reconquista tu vida. Editorial Planeta Colombiana. Bogotá. 2024. p. 302.

(6) Lembke, Anna. Op. Cit p. 121.

(7) Lembke, Anna. Op. Cit p. 131.

(8) Lembke, Anna. Op. Cit p. 133.

(9) Lembke, Anna. Op. Cit p. 144.

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