El Pontífice comentó la lectura evangélica de ayer domingo, en la que Jesucristo expone la parábola del sembrador.
Redacción (13/07/2020 07:34, Gaudium Press) En el Ángelus de ayer, en el que habían cientos de peregrinos en la Plaza de San Pedro, el Papa Francisco comentó el evangelio que contiene la famosa Parábola del Sembrador, expuesta en el capítulo 13 de San Mateo:
“Una vez salió un sembrador a sembrar, y al ir arrojando la semilla, unos granos cayeron a lo largo del camino; vinieron los pájaros y se los comieron. Otros granos cayeron en terreno pedregoso, que tenía poca tierra; ahí germinaron pronto, porque la tierra no era gruesa; pero cuando subió el sol, los brotes se marchitaron, y como no tenían raíces, se secaron. Otros cayeron entre espinos, y cuando los espinos crecieron, sofocaron las plantitas. Otros granos cayeron en tierra buena y dieron fruto: unos, ciento por uno; otros, sesenta; y otros, treinta. El que tenga oídos, que oiga”.
Cuatro maneras de acoger la Palabra de Dios, pero sólo una que vivifica
Francisco señaló que existen, de acuerdo al texto evangélico, cuatro maneras de acoger la palabra de Dios, que está aquí simbolizada por la semilla esparcida por el sembrador.
Están las semillas que caen en el camino y son comidas por los pájaros. Esto simboliza, según Francisco, “la distracción, un gran peligro de nuestro tiempo. Acosados por tantos chismorreos, por tantas ideologías, por las continuas posibilidades de distraerse dentro y fuera de casa, se puede perder el gusto del silencio, del recogimiento, del diálogo con el Señor, tanto como para arriesgar perder la fe”.
Están también las semillas que caen en el pedregal, donde no abunda la tierra, y allí “la semilla brota en seguida, pero también se seca pronto, porque no consigue echar raíces en profundidad. Es la imagen del entusiasmo momentáneo pero que permanece superficial, no asimila la Palabra de Dios. Y así, ante la primera dificultad, un sufrimiento, una turbación de la vida, esa fe todavía débil se disuelve, como se seca la semilla que cae en medio de las piedras”.
Se encuentra la semilla que cae en el terreno donde abundan los arbustos espinosos. Estas espinas simbolizan “el engaño de la riqueza, del éxito, de las preocupaciones mundanas… Ahí la Palabra se ahoga y no trae fruto”.
Y finalmente viene la semilla que cae en terreno bueno, que es la única que “arraiga y da fruto. La semilla que cae en este terreno fértil representa a aquellos que escuchan la Palabra, la acogen, la guardan en el corazón y la ponen en práctica en la vida de cada día”.
Dios riega su semilla con abundancia, aun cuando sabe que va a haber desperdicio
Expresa el Pontífice que “la Palabra de Dios es una semilla que en sí misma es fecunda y eficaz; y Dios la esparce por todos lados con generosidad, sin importar el desperdicio. ¡Así es el corazón de Dios! Cada uno de nosotros es un terreno sobre el que cae la semilla de la Palabra, ¡sin excluir a nadie!”. Y nos invitó a cuestionarnos cómo cae y fructifica en el terreno de nuestra alma la semilla de la palabra divina.
Somos nosotros de quienes depende el fruto o no de la Palabra de Dios: “Depende de la acogida que reservamos a esta semilla. A menudo estamos distraídos por demasiados intereses, por demasiados reclamos, y es difícil distinguir, entre tantas voces y tantas palabras, la del Señor, la única que hace libre”.
El Papa invitó a llevar consigo a todo momento un ejemplar de bolsillo “del Evangelio, en tu bolsillo, en tu bolso… Y así, lee un trocito cada día, para que te acostumbres a leer la Palabra de Dios y entiendas bien qué semilla te ofrece Dios y pienses con qué tierra la recibo”.
Terminó el Papa pidiendo a la Virgen María, “modelo perfecto de tierra buena y fértil”, que “nos ayude, con su oración, a convertirnos en tierra disponible sin espinas ni piedras, para que podamos dar buenos frutos para nosotros y para nuestros hermanos”.
Con información de Vatican News
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