miércoles, 01 de octubre de 2025
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En medio de la depresión: la sonrisa celestial que curó a la pequeña Teresita de Jesús

Corría el 13 de mayo de 1883. Ese día, un rayo de gracia irrumpió en la oscuridad que aprisionaba a la pequeña Teresa Martin…”

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Redacción (01/10/2025 10:03, Gaudium Press) Al conmemorar otro año en la fiesta de Santa Teresita del Niño Jesús, recordamos aquella celestial sonrisa milagrosa de una imagen de la Virgen, que obró un gran prodigio junto a ella.

Corría el 13 de mayo de 1883. Ese día, un rayo de gracia irrumpió en la oscuridad que aprisionaba a la pequeña Teresa Martin, entonces tierna niña de nueve años. Una enfermedad misteriosa la había dejado postrada, sumida en la tristeza; ella, la «florecita de Jesús», estaba como que marchitándose. Su alma joven experimentaba un tormento parecido a lo que hoy día llamamos depresión; pero además su cuerpo se consumía en dolores y fiebre.

En esa habitación de Lisieux, donde el dolor se había instalado, la familia Martin se turnaba rogando a los pies de una estatua de la Virgen María. Era la fiesta de Pentecostés; la fe se aferraba desesperada a un milagro.

Teresa, sus ojos en lágrimas y su corazón a punto del abismo, contempló la imagen que tantas veces había visto. Fue entonces, en un instante que paralizó el tiempo y el sufrimiento, que la Madre de Dios se inclinó. No fue una visión fugaz, sino un gesto de amor sin límites: La Virgen le sonrió.

Santa Teresita 3 anosEn el silencio profundo del alma, la chiquilla percibió la caricia celestial. “¡Ah! creí, la Virgen Santísima me sonrió, me siento contenta”, contaría más tarde, en su manuscrito autobiográfico Historia de un Alma. Dos “grandes lágrimas de pura alegría” corrieron por sus mejillas, limpiando la huella de la tristeza. En ese instante exacto, la enfermedad huyó, como la niebla huye al poderoso sol.

El nacimiento de la “Virgen de la Sonrisa” fue el milagro que no solo devolvió la salud a Teresa, sino que también insufló en su espíritu la seguridad del cariño de María, a quien desde entonces nombraría su “Virgen de la Sonrisa”. Esta advocación, originada del dolor y marcada por la misericordia, fue un cimiento de su “caminito” de la niñez espiritual: un camino de entera confianza y entrega a Dios.

La imagen de esa estatua maravillosa, testigo del poder reconfortante de la Madre, se extendió desde el Carmelo de Lisieux al mundo entero, dando esperanza a todos los que, como Teresa en su infancia, padecen “enfermedades del alma”, como depresión, angustia, soledad.

La sonrisa de la Virgen se alzó así en el faro, ese que destierra las sombras e ilumina el camino. Fue un recuerdo poético, indicando que el cielo no es indiferente al sufrimiento mortal.

Por Jorge A. Yepes

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