Psicologías y formas de ser se reúnen en torno a la imagen de terracota en un solo corazón y una sola alma. ¿Qué hay detrás de la devoción del pueblo brasileño por la Reina Aparecida?
Redacción (12/10/2022 16:50, Gaudium Press) De las aguas turbias de un río caudaloso al altar del santuario mariano más grande del mundo. Del anonimato completo a los honores reales y militares. Una vez envuelta en el olvido, ahora adornada con las túnicas y las joyas de su realeza.
¿Cómo entender el camino de la pequeña imagen desde su descubrimiento em el S.XVIII hasta nuestros días, sin ojos de fe y ardiente devoción mariana? ¿Cómo no percibir los simbolismos que jalonan su gloriosa trayectoria?
Elegí y santifiqué este lugar
A pesar de la peculiar advocación, la devoción a Nuestra Señora Aparecida no surgió de ninguna aparición o fenómeno místico extraordinario; no hubo un hecho rotundo que marcara su inicio, como en los casos de Fátima, Lourdes, Guadalupe o el Rosario de Lepanto.
No, Maria Santíssima sólo eligió a tres modestos pescadores para sacar su imagen, con el cuerpo y la cabeza entonces divididos, de las aguas turbias de un río del interior de São Paulo.
Es cierto que muchos milagros, comenzando por la conocida pesca milagrosa, forman parte de la historia de la Patrona de Brasil; todos ellos, eso sí, con un tonus distinguido de sencillez, afabilidad y cariño maternal. Es precisamente la Santísima Virgen quien se manifiesta a Brasil como su tierna Madre, según las psicologías de este numeroso pueblo.
Los milagros se multiplican, la devoción se expande
Numerosos milagros se han obrado por intermediación de la Virgen Aparecida desde los inicios de la devoción.
Se conocen casos, como el de las velas que se encendieron solas frente a la imagen, las cadenas del esclavo que se soltaron milagrosamente, la niña ciega que recuperó la vista y el caballero sacrílego, derribado de su caballo cuando las patas del animal se clavaron en el suelo, impidiendo la entrada indigna en el recinto sagrado.
Estos y muchos otros hechos milagrosos contribuyeron al aumento y expansión de la devoción a la Imagen de la Virgen, que en 1888 – 170 años después de su descubrimiento – ya se encontraba en el altar de una iglesia, luego basílica, dedicada a ella.
Los reyes le traerán regalos y tributos
La devoción a Nuestra Señora de Aparecida se arraigó en el pueblo brasileño. De la devoción popular, se hizo cada vez más oficial.
El amor de la Santísima Virgen había encontrado reciprocidad en la Tierra de Santa Cruz. Así lo demuestran los siguientes hechos en la historia de Nuestra Señora Aparecida: en 1888, la princesa Isabel ofreció a la reina de Brasil una corona de oro y un manto ricamente decorado; en 1904 tuvo lugar la solemne coronación de la imagen por orden del Papa San Pío X; en 1930, bajo el mandato de Pío XI, Nuestra Señora Aparecida fue nombrada patrona de Brasil; en 1967 recibe el título de Generalísima del Ejército Brasileño y en 1980 la legislación brasileña la reconoce oficialmente como Patrona de Brasil, declarando su día, el 12 de octubre, fiesta nacional.
Tales hechos nunca hubieran ocurrido si María Santísima no hubiera estado en los labios y en el corazón de los miles y millones de brasileños que hicieron de ella su verdadera Reina y Madre.
Símbolo y causa de nuestra unión
Al sacarla de las aguas del Paraíba, la imagen milagrosa estaba dividida. Cuerpo y cabeza, separados uno del otro.
Tomando este hecho, podemos hacer una analogía con lo que dice San Pablo en su Primera Carta a los Corintios (1 Cor 12). Hay, dice el Apóstol, diversidad de carismas y vocaciones dentro de la misma Iglesia, como hay diversidad de miembros en un mismo cuerpo.
Ahora bien, ¿qué sería de un cuerpo si sus miembros no estuvieran de acuerdo y cada uno se creyera independiente? Por nobles que sean los ojos, por ágiles que sean los brazos y las manos, por indispensable que sea el corazón, habrá un gran trastorno para todo el conjunto si los pies no cumplen su función. Por outra parte, dejen cinco minutos de trabajar los pulmones, ya veremos para qué sirven los buenos oídos o el paladar refinado.
Un cuerpo sólo está bien cuando en él reina la armonía. Y un miembro sólo estará vivo si está unido al cuerpo. Así, mutatis mutandis, es con nuestro Brasil.
De Oiapoque a Chuí, unidos por María en un solo corazón
De la poesía y gracia del bahiano a la afirmación y espíritu guerrero del gaucho. De la discreción y perspicacia política de Minas a la inteligencia y elocuencia de Pernambuco. Desde el orden y la distancia del paulista hasta la contagiosa alegría y simpatía del carioca. Aquí, resumidas en pocas líneas, están las riquezas de nuestro Brasil.
Tantas psicologías, tantas formas de ser y tantas culturas se unen en una nación inmensa que tiene a María por Madre. Porque los miembros, por diferentes que sean, estarán siempre unidos por el cuerpo del que forman parte.
¿Será que Nuestra Señora, apareciendo en una imagen dividida, no quiso significar que en Ella y por Ella se realizaría la unión del pueblo brasileño, y que Ella sería el factor de nuestra unión?
Además, ¿no será que al permitirle realizar un ataque fatal a su imagen milagrosa (en el año 1978) que la redujo a casi doscientos fragmentos, no simbolizó el plan del diablo en relación con esta gran nación: ¿dividirla y desunirla destruyendo la memoria de la Santísima Virgen de su pueblo?
Pero la imagen de Nuestra Señora Aparecida no desapareció: fue restaurada por manos brasileñas. Asimismo, la figura de María nunca podrá desaparecer del corazón de los auténticos brasileños de las más variadas regiones.
A la Virgen Aparecida nuestro agradecimiento
¿Qué decir a Nuestra Reina, Señora Aparecida, en agradecimiento por tantos beneficios? No hay gracia comparable a tenerla como Madre, Reina y Patrona.
Las palabras de Isaías a la ciudad de Jerusalén son bien aplicables a ella: “Los pueblos caminan en tu luz y los reyes en el resplandor de tu aurora. Alza tus ojos y mira, todos se han reunido y vienen a ti. Las personas y el reino que no te sirvan morirán, tales naciones sufrirán devastación. Los hijos de los que te humillan vendrán a ti, con la cabeza baja, y besarán la huella de tus pies. Te he puesto por orgullo de los siglos (cf. Is 60, 3-4; 12; 14-15).
Por João Paulo Bueno
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