El significado del bautismo de Jesús manifiesta la minuciosidad de su amor por nosotros. Pero este era sólo prefigura del Bautismo de Fuego y Amor que Él instituiría.
Redacción (12/01/2025, Gaudium Press) En los inicios del cristianismo, hasta el siglo IV, la Iglesia contemplaba tres manifestaciones de la divinidad de Nuestro Señor, unidas en la Solemnidad de la Epifanía: la adoración de Los Reyes Magos, el bautismo en el Jordán y la conversión del agua en vino en las bodas de Caná, su primer milagro público. Esta solemnidad se consideraba la revelación de Jesús a la gentilidad, mientras que la Navidad se consideraba una fiesta más apropiada para los judíos. Si estos últimos esperaban la venida de un Hombre Mesías y así lo recibieron en el pesebre de Belén, los gentiles –como nos muestra la adoración de los Magos– esperaban a un Dios Salvador. Esta misma divinidad que se había revelado a los Reyes de Oriente se haría mucho más notoria en el episodio del Bautismo de Cristo, como lo sería también, a petición de Nuestra Señora, en Caná.
La conmemoración de los tres acontecimientos en una sola ocasión era muy solemne, y hasta el día de hoy conservamos algunos restos de estas grandes celebraciones en la Liturgia. Tal es la fiesta del Bautismo del Señor, que recordamos hoy en el Evangelio elegido para cerrar el tiempo navideño. Este acontecimiento está íntimamente ligado a la persona del Precursor, San Juan Bautista, pues fue llamado a preparar las almas para la venida del Mesías, quien al recibir el Bautismo inició su vida pública.
Un rito vinculado a una misión
“Por eso Juan declaró a todos: Yo os bautizo en agua, pero vendrá el que sea más fuerte que yo. No soy digno de desatar la correa de tus sandalias. Él os bautizará en Espíritu Santo y fuego” (Lucas 3:16).
Queriendo guiar las almas hacia el Salvador, Juan pronto anunció el verdadero significado de su bautismo y el don incomparablemente mayor que traería el Sacramento al ser instituido por Jesús, algún tiempo después. De hecho, predicó un bautismo que, según Santo Tomás, estaba a medio camino entre el practicado por los judíos y el bautismo sacramental.[1] Aunque no hay ningún mandato explícito en la Sagrada Escritura sobre el bautismo de penitencia, ya que debía durar poco tiempo, este rito vino de Dios, que lo había recomendado a Juan en una revelación privada (cf. Juan 1,33).
Bautismo sobrenatural con efecto psicológico
Juan predicó la penitencia junto con su bautismo, para incitar a los hombres a la virtud. Sin embargo, este bautismo, en sí mismo, no tenía la capacidad de purificar, que sí está presente en el Sacramento del Bautismo;[2] no imprimía carácter, no perdonaba pecados ni confería la gracia, ya que, aunque inspirado por Dios, era simbólico y su efecto provenía del hombre. Por tanto, todos los que fueron bautizados por San Juan debían ser bautizados nuevamente por los Apóstoles (cf. Hechos 19, 3-6).
Era un bautismo que actuaba a la manera de los sacramentales,[3] ya que quienes entraban en el río y eran sumergidos en él sentían místicamente dentro de sí su doble efecto: una acción sobrenatural que los animaba a arrepentirse de sus propios pecados, y otro, psicológico, que preparaba su mentalidad para la futura aceptación del Bautismo.
Jesús lavó nuestros pecados en agua
Cristo no necesitaba ser bautizado, ya que fue Él quien, inspirando a San Juan, había instituido este rito, pero “el bautismo necesitaba del poder de Jesús”[4]. Siendo Dios, podría limpiar la Tierra con un simple acto de su voluntad; sin embargo, Él mismo, el Inocente, libre de toda mancha, prefirió asumir una carne “similar a la del pecado” (Rm 8,3). Quería ser bautizado, pues, no “para ser purificado, sino para purificar”,[5] sumergiendo con él, en el agua bautismal, a todo el viejo Adán[6].
Finalmente, con su Bautismo quiso abrirnos un camino y animarnos a comprender la importancia de este Sacramento[7].
¡Sepamos ser agradecidos con Dios!
La Fiesta del Bautismo del Señor debe llenarnos de esperanza y alegría santa, ya que nos muestra la fuerza regeneradora del perdón y de la misericordia divina, en la que debemos confiar en cualquier circunstancia de nuestra vida. Por muy mala que sea nuestra situación, si sabemos tener fe y permanecer rectos en el cumplimiento de los santos Mandamientos, siempre habrá solución, porque “¡para Dios nada es imposible!” (Lucas 1:37). Agradezcamos a Nuestro Señor por todo lo que ha realizado por nosotros.
Con el Bautismo Jesús inicia su vida pública, así como con esta celebración la Liturgia marca la entrada en el Tiempo Ordinario, que considerará toda la misión del Divino Maestro, acompañándolo en sus predicaciones y manifestaciones durante las diversas lecturas litúrgicas del año. Habiendo contemplado las maravillas de este trecho del Evangelio, pidamos a Nuestro Señor gracias en abundancia, capaces de hacernos cruzar, al final de nuestra peregrinación terrena, las puertas del Cielo que Él nos abrió en este magnífico día.
Extraído, con adaptaciones, de: CLÁ DIAS, João Scognamiglio. O inédito sobre os Evangelhos: comentários aos Evangelhos dominicais. Città del Vaticano-São Paulo: LEV-Instituto Lumen Sapientiæ, 2012, v. 5, p. 163-175.
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[1] Cf. TOMÁS DE AQUINO. Suma Teológica. III, q. 38, a. 1, ad 1.
[2] Cf. Idem, a. 3.
[3] Cf. Idem, a. 1, ad 1.
[4] SÃO JOÃO CRISÓSTOMO. Homilía XVII, n. 2. In: Homilías sobre el Evangelio de San Juan (1-29). 2. ed. Madrid: Ciudad Nueva, 1991, v. I, p. 218.
[5] SÃO TOMÁS DE AQUINO, op. cit., q. 39, a. 1, ad 1.
[6] Cf. SÃO GREGÓRIO NAZIANZENO. Homilía XXXIX, n. 17. In: Homilías sobre la Natividad. 2. ed. Madrid: Ciudad Nueva, 1992, p. 86.
[7] Cf. SÃO TOMÁS DE AQUINO, op. cit., q. 39, a. 1.
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