En su hogar había mucha fe. El papá le leía vidas de santos. La madre le hablaba y le hizo admirar la Pasión de Jesucristo, donde se hallaba consuelo en medio de los sufrimientos.
Redacción (19/10/2020 07:52, Gaudium Press) San Pablo de la Cruz nace en Ovada, Italia, el 3 de febrero de 1694. En su hogar había mucha fe. El papá le leía vidas de santos. La madre le hablaba y le hizo admirar la Pasión de Jesucristo, donde se hallaba consuelo en medio de los sufrimientos.
Cuando tenía 15 años, un sermón lo marcó. El sacerdote decía: “Si no se convierten y no hacen penitencia, todos perecerán”. Afirma San Pablo que fue ese un momento en que decidió entregar su vida a Dios. Hizo una confesión general, y empezó a realizar penitencias muy rigurosas.
Organizó una asociación de jóvenes como él, que le diese buen ejemplo a otros. Por esos tiempos tuvo una grave enfermedad, durante la cual tuvo una visión del infierno.
Se hace militar
Con el deseo de defender el cristianismo de los turcos que amenazaban Europa, se hace militar, y se enrola en el ejército en Venecia. Pero un día que hacía adoración al Santísimo Sacramento, siente una voz interior que le dice que su vocación no era la carrera de las armas. Regresa entonces a la casa paterna, a dedicarse a la oración, meditación y obras de caridad. Rechaza también las vías del matrimonio que por ese tiempo se le abrieron.
Un día, en 1720, ve a la Virgen en sueños, mostrándole un hábito religioso. Era una sotana negra con un corazón y una cruz blanca, además del nombre de Jesús. Después, en una visión, la Virgen le dijo que debía fundar una comunidad, y que esta tendría como finalidad hacer amar la Pasión de Jesús.
San Pablo comunicó estos mensajes al obispo y a su director espiritual. Después de consultas, el obispo lo revistió con el hábito de la Pasión, el 22 de noviembre de 1720. Luego pasó 40 días, en ayuno, en una habitación junto a la sacristía de la iglesia de San Carlos, en Castellazzo, redactando los reglamentos de la futura comunidad a la que llamaba “Los Pobres de Jesús”.
Concluidos los 40 días, el obispo lo autorizó a vivir en la Ermita de San Esteban de Castellazzo, y allí realizar un apostolado como laico, ayudando a los sacerdotes en el catecismo, yendo también a misiones.
En 1721 viaja a Roma, pues quería obtener del Papa una audiencia para explicarle lo que le había sido comunicado sobre la futura congregación. Sin embargo, los funcionarios pontificios no le permiten el acceso al Pontífice.
Vida mística
No fueron pocos los que recibieron de San Pablo previsiones de lo que les pasaría.
A veces, estando a mucha distancia, se aparecía a alguno para avisarle algo de importancia y luego desaparecía. Curó a innumerables personas. Esto comenzó a hacer que la gente lo buscara, pero él siempre huía de estas manifestaciones de consideración.
Siendo ya sacerdote, realizó muchas misiones junto a su hermano, que también lo era.
Empiezan a llegar candidatos para la comunidad que había ideado bajo el auxilio de la Virgen. Pero encontraban el reglamento muy duro, y se retiraban. El Papa Benedicto XIV aprobó finalmente el reglamento, pero aliviándolo un tanto. Los novicios volvieron a llegar, y esta vez permanecieron. Pronto tuvo ya tres casas de religiosos pasionistas.
En sus misiones, hacía lo que la Virgen originalmente le había mandado: Predicar sobre la Pasión de Cristo. A veces se presentaba con una corona de espinas en la cabeza, siempre con una cruz en la mano. Predicando sobre la Pasión, y mostrando que Dios había sufrido todo eso por nuestros pecados, para suscitar el arrepentimiento.
Un oficial que asistió a unos de sus sermones, un día declaró: “Yo he estado en muchas batallas, sin sentir el mínimo miedo al oír el estallido de los cañones. Pero cuando este padre predica me hace temblar de pies a cabeza”. El Espíritu Santo daba fuerza a su palabra.
En los sermones increpaba con fuerza el pecado. En el confesionario era dulce, acogedor, animaba a los penitentes en los buenos propósitos.
En 1771 funda la comunidad femenina de Hermanas pasionistas.
En 1772 pide al Papa su bendición para morir en paz, pues se encontraba muy enfermo. Pero, para su sorpresa, el Pontífice le dijo que necesitaba vivir unos años más para bien de la Iglesia. Y el Santo se cura y durante tres años más sigue haciendo el bien.
Muere el 18 de octubre de 1775, a los 80 años.
Con información de Aciprensa y EWTN
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