Su historia comenzó entre pobreza y amenazas. Hoy, desde Roma, el Papa León XIV sigue teniendo un corazón peruano.
Foto: Provincia agustiniana del Medio Oeste (EEUU) Nuestra Madre del Buen Consejo
Redacción (05/06/2025 11:10, Gaudium Press) A punto de cumplirse un mes de la elección del Papa León XIV, siguen emergiendo relatos que dibujan el rostro humano y pastoral del nuevo Pontífice. Un hombre que lleva en su ser su paso por el Perú, su entrega a los pobres y su testimonio frente a las desventuras.
Uno de los testimonios más impactantes es el del padre John J. Lydon, sacerdote y misionero agustino, quien compartió con Robert Prevost una década de trabajo en Trujillo y lo conocía desde los días universitarios en Villanova.
En entrevista con Ayuda a la Iglesia Necesitada, Lydon aseguró que, como Papa, León XIV “escuchará el clamor de la Iglesia que sufre”. Y es que Prevost ha estado siempre al lado de quienes padecen, especialmente desde su época como párroco de Santa Rita en Trujillo.
Allí, recuerda Lydon, no solo fue un buen administrador, sino que demostró estar muy centrado en servir al prójimo. La parroquia estaba ubicada en una zona vulnerable, donde el trato indigno hacia los pobres era habitual. Pero Prevost ofreció algo distinto, una experiencia diferente, de dignidad humana. “Los pobres siempre eran maltratados por las autoridades. Él, en cambio, les ofreció dignidad”, afirma su amigo.
Este compromiso social tiene hondas raíces, y no sorprende que el Papa haya tomado el nombre de León XIV: “El anterior León fue el que promulgó el primer documento de la Doctrina Social sobre los derechos y la dignidad de los trabajadores”.
Sin miedo a la violencia
En la vida de Prevost el peligro no fue ajeno. En los años noventa, mientras ejercía su labor pastoral en Trujillo, el terrorismo de Sendero Luminoso se encontraba en su punto más álgido. “Nos amenazaron a nosotros y a nuestra parroquia, y también a la sede episcopal del norte, donde colocaron bombas”, recuerda Lydon. A pesar del temor, no huyeron. Aunque la provincia agustina del Medio Oeste, con sede en Chicago, consideró evacuar al grupo, “vimos mejor quedarnos y elaborar un plan sobre cómo acompañar a la gente en ese vía crucis, en lugar de marcharnos y dar la impresión de que los abandonábamos”.
La misma actitud lo acompañó durante la pandemia. Según el sacerdote José-Antonio Jacinto, que lo acompañó en Chiclayo, “durante las inundaciones del Niño mostró iniciativa y gran liderazgo. O también durante la pandemia, especialmente cuando abrió las iglesias antes que nadie en Perú, demostrando gran valentía”.
Un corazón peruano
La historia de Robert Prevost, el joven estadounidense que un día se convirtió en el Papa León XIV, comenzó en el norte del Perú, en medio del polvo, la pobreza y el miedo. Llegó a Piura con poco español, muchos sueños y un corazón dispuesto. En Chulucanas, organizaba misas en pueblos sin electricidad, recorría caminos a caballo o a pie, y cuidaba a los niños con estrategias creativas como deportes, excursiones, actividades recreativas. “Nos sacaba de la rutina y nos alejaba de las malas influencias”, recuerda Héctor Camacho, entonces un joven monaguillo. “Vino con poco español y muchos sueños. Pero tenía algo. La gente lo buscaba, querían estar con él”.
“Nos dieron 24 horas para salir o nos mataban”, relata Fidel Alvarado, quien fue seminarista en Chulucanas. Pero el vínculo con la gente fue más fuerte que el miedo. “Habían caminado con ellos, comido en sus casas, sentido su dolor. No podían irse.”
Hoy aún se conservan fotografías descoloridas del joven sacerdote en aquellas comunidades. El obispo de Chulucanas, Mons. Cristóbal Mejía, muestra la habitación sencilla donde vivía Prevost y el viejo vehículo que usaba para recorrer los pueblos. “Se acostaba a las once de la noche y se levantaba a las cinco para rezar”, cuenta.
Más tarde, en Trujillo, se convirtió en vicario judicial, profesor de seminario y párroco. Con los años, su español se volvió fluido, su compromiso se consolidó y, en 2015, se nacionalizó peruano.
Oscar Murillo Villanueva, sacerdote en Trujillo, recuerda a Prevost como alguien que “sufrió con el pueblo. No guardó silencio frente a las masacres, frente a la negligencia de los gobiernos, ni frente a las inundaciones”. Nunca fue indiferente ante la injusticia.
Su firmeza era acompañada de un carácter alegre y cercano. José William Rivadeneyra, profesor y ex seminarista, lo describe con cariño: “Tenía un sentido del humor inigualable”. Aunque no dudaba en ser estricto: expulsaba a quienes copiaban en los exámenes sin vacilar.
En los momentos más duros, también mostró serenidad. Cuando falleció su madre, Camacho lo recuerda empacando con tranquilidad: “Lloré por él, pero él estaba tranquilo. Como si supiera que ella ya estaba en las manos de Dios”. Años después, Camacho le pidió permiso para nombrar a su hija como la madre del sacerdote, Mildred. Prevost no solo aceptó, también se convirtió en su padrino. Hoy, Mildred Camacho guarda con cariño cartas en las que el ahora Papa le contaba sobre sus misiones y siempre concluía: “Tenme en tus oraciones, así como yo te tengo presente en las mías”.
De Chiclayo a Roma
La elección de Robert Prevost como León XIV no solo es la coronación de una vida de entrega, sino el reconocimiento de un testimonio que comenzó en pueblos de tierras abatidas. Hoy, como Sucesor de Pedro, no olvida al Perú.
Con información de Infobae y Religión en Libertad
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