María Magdalena y Marta vienen a recordarnos el sentido de nuestras elecciones a lo largo de la vida.
Redacción (21/07/2022 11:53, Gaudium Press) La escena que nos presenta el Evangelio del domingo pasado es a la vez banal y singular: ¿qué hay más común que tener una visita en casa? Sin embargo, cuando el visitante es Dios mismo, el hecho se vuelve casi único en la historia:
En ese tiempo, Jesús entró en un pueblo y una mujer llamada Marta lo recibió en su casa (Lc 10,38).
Sabemos que la primera preocupación de quien recibe a un visitante es hacerlo sentir lo más cómodo posible y, para ello, entre otras cosas, limpia y organiza la casa, prepara la comida, etc. Eso es lo que hizo Marta.
Mientras tanto, su hermana actuó de manera muy diferente. Tan pronto como llegó Nuestro Señor, ella se sentó a sus pies y lo escuchó. Entonces Marta, teniendo que hacer no sólo sus quehaceres, sino también los de María, dijo a Jesús:
Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola con todo el trabajo? ¡Dile que venga a ayudarme! (Lc 10,40).
¿Qué le respondió el Señor?
¡Marta, Marta! Estás preocupada y agitada por muchas cosas. Sin embargo, solo una cosa es necesaria. María ha escogido la mejor parte, y no le será quitada (Lc 18,41).
Aquí hay una pregunta famosa. ¿Qué es más excelente: la vida activa o la vida contemplativa?
El termómetro de las buenas obras
En las Iglesias suelen encontrarse personas llenas de iniciativas, que se dedican a promover fiestas, celebraciones, etc. Es una cosa muy buena y digna de alabanza; sin embargo, Marta hizo algo similar y no obstante recibió una reprensión de nuestro Señor.
Alguien podría objetar: “¿Pero cuál es el daño en hacer todo esto? ¡Lo hacemos por la Iglesia!”.
De hecho, no hay absolutamente ningún daño. ¿Pero Martha hizo algo mal? Ella estaba sirviendo a Jesús, estaba cumpliendo con su deber. La misma Santa Teresa de Jesús nos dice que si ella “permaneciera, como la Magdalena, extasiada a los pies del Señor, nadie alimentaría a este Divino Huésped” [1]. Sin embargo, esto le valió una fuerte represión.
De hecho, si Nuestro Señor la reprendió, no fue por hacer preparativos para recibirlo, sino por dedicar más atención y esfuerzo a la circunstancia que al cirscuntante principal, Jesús.
Además, el Divino Maestro dice que ella estaba “agitada” (cf. Lc 18,41). La serenidad y la paz son el termómetro para saber si Jesús es el centro de nuestras actividades. Si antes de realizar los actos, de elegir músicas para la celebración, etc. nos planteamos el problema: “¿Jesús haría esto? ¿Yo lo invitaría a esto?”, ¡cuántas desviaciones se evitarían y cuánta paz reinaría en los ambientes católicos!
En efecto, ¿de qué sirve multiplicar supuestas obras de caridad si nuestro corazón está lejos del Señor?
Las obras son necesarias y hasta indispensables. Sin embargo, ¿qué son sin Fe y Verdad? Si no están de acuerdo con la doctrina de la Iglesia, nunca irán más allá del mero altruismo, exento de mérito sobrenatural.
La mejor parte pero no la mejor opción
“María eligió la mejor parte”. Sin duda, por su naturaleza, la contemplación vale más que la acción. Pero imagine al lector una persona que, habiendo ganado gratis toda una propiedad, lista y decorada, quiere quedarse solamente con una sala. Aunque es el mejor lugar, no se puede decir que esta persona haya elegido la mejor opción. En un sentido análogo, eso es lo que hizo María: eligió la mejor parte en lugar del todo.
“La vida contemplativa y la vida activa se reclaman mutuamente”, dice el Don Chautard en su libro El alma de todo apostolado. La perfección, por tanto, no consiste en ser como Marta o como María, sino en ser una síntesis de las dos.
¿Significa esto, entonces, que, al preparar el almuerzo, la buena ama de casa debe estar rezando el rosario, o que es obligación del abogado estar rezando Avemarías mientras defiende un caso? Evidentemente no. Es algo mucho más simple.
Ser como Marta y como María
Santa Teresita decía que la oración es “una simple mirada al cielo”, y varios santos dicen que orar es “elevar la mente a Dios”. Pues bien, si ofrecemos a Dios nuestro día, nuestros trabajos y ocupaciones, haciéndolos con pureza de intención, estaremos orando continuamente.
Nuestra vida será una oración, nuestras actividades tomarán una nueva perspectiva y serán preciosas a los ojos de Dios. A esto se refiere el aforismo latino: Pedes in terra et in sidera visus. [2]
Por lo tanto, pidamos a Dios, por medio de Nuestra Señora, la gracia de tener nuestras miradas e intenciones siempre dirigidas hacia el cielo, aunque nuestros pies estén en la tierra. Y que, ante la mejor parte o la mejor elección, lo elijamos todo: servir y contemplar a Dios, nuestro Señor.
Por Lucas Rezende
[1] SANTA TERESA DE JESÚS. Camino de la perfección. C.17,5.En: Obras Completas. 3.ed. Burgos: El Monte Carmelo, 1939, p.296-397.
[2] Es necesario tener los pies en la tierra y la visión en el cielo.
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