miércoles, 18 de diciembre de 2024
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Entre los primeros cristianos abundaron los aristócratas

Desde el siglo I, hubo conversiones incluso en la familia imperial.

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Representación de Claudia Prócula, esposa de Pilatos

Redacción (13/12/2024 12:16, Gaudium Press) ¿Los primeros cristianos bajo el imperio romano eran solo esclavos o personas de extracción humilde? Un reporte de Religión En Libertad, basado en artículo de Bruno Massy de las Chesneraye en La Nef, da fe que no, y que por el contrario, abundaron los aristrócratas convertidos.

En el año 170 d.C., el filósofo pagano Celso hizo la siguiente valoración de los primeros cristianos: “Hay una nueva raza de hombres nacida ayer, sin patria ni tradiciones, unida contra todas las instituciones religiosas y civiles, perseguida por la ley, universalmente señalada por la infamia, pero que se gloría en la execración común: son los cristianos”: la anterior podría ser llamada un bosquejo de Leyenda Negra de los primeros seguidores de Cristo.

Una sociedad estructurada por el dinero

La sociedad romana de la época estaba muy jerarquizada, basada únicamente en la riqueza. Empezando por la cúspide del edificio social, encontramos:

– el emperador, que ejercía el poder político real, y su familia;

– el orden senatorial, formado por los ciudadanos con más de un millón de sestercios (mil veces el salario anual medio de un obrero);

– el orden ecuestre, formado por los que poseían entre un millón y 400.000 sestercios; estos dos órdenes constituían los honestiores, es decir, la nobleza;

– los humiliores (los «humildes»): ciudadanos libres sin riquezas;

– por último, los esclavos, privados de libertad y de derechos.

La nobleza romana, por ejemplo, pasaba de un orden a otro a medida que se enriquecía o empobrecía. A diferencia del Antiguo Régimen francés, no existía el privilegio de nacimiento.

Los honestiores ejercían todas las magistraturas. Algunas pasaron a ser honoríficas, como el consulado, que dejó de representar el poder ejecutivo al final de la República, pero conservó su prestigio bajo el Imperio. Otros cargos implicaban responsabilidades reales: gobernadores provinciales (procónsul, prefecto, procurador), prefecto de la ciudad, responsable de la administración y el mantenimiento del orden en Roma, prefecto del pretorio, jefe de la guardia imperial.

Desde el siglo I, conversiones incluso en la familia imperial

Según Orígenes, la primera mujer de la nobleza romana que se convirtió al cristianismo fue la esposa de Pilato, que intervino ante su marido durante el proceso de Jesús (cf. Mt 27, 19: las fuentes tardías la llaman Prócula; sin embargo, la tradición que cree que Poncio Pilato se convirtió al cristianismo debe considerarse legendaria). Al igual que su marido, pertenecía a la orden ecuestre.

Quince años más tarde, durante una visita a Chipre, San Pablo convirtió al gobernador romano Sergio Paulo, un senador cuya familia poseía grandes propiedades en Asia Menor, en Antioquía de Pisidia (cf. Hech 13, 6-12: el episodio se sitúa hacia el año 44; el Asia Menor de aquella época se corresponde con la actual Turquía).

A finales del siglo I, el emperador Domiciano desencadenó una persecución contra los cristianos, que se cobró la vida de su primo Flavio Clemente, cónsul en el año 95, y de la sobrina de Clemente, Santa Domitila. Es probable que Flavio Sabino y su hermana Flavia Titiana, sobrino y sobrina de Flavio Clemente, fueran también cristianos, ya que sus nombres se encuentran en las catacumbas de Domitila, que pertenecían a la familia Flavia. Es posible que el Papa Clemente I (c. 92-c. 98), hijo de un senador llamado Faustiniano, estuviera emparentado con el cónsul Flavio Clemente, al igual que Santa Petronila (Aurelia Petronila), cuya tumba también se encuentra en las catacumbas de Domitila.

Otra familia prominente también era cristiana en esta época: los Acilios. Acilio Glabrio, cónsul en el 91, fue asesinado por “ateísmo” al mismo tiempo que Flavio Clemente. En aquella época, esta acusación reflejaba la negativa a participar en el culto oficial de la religión romana, lo que a menudo significaba la conversión al cristianismo. En Roma, los Acilios poseían el terreno en el que se encontraba uno de los cementerios cristianos más antiguos: la catacumba de Priscila, llamada así por la esposa del cónsul del 91.

Los Acilios Glabriones mantuvieron después la fe cristiana: varios miembros de la familia fueron enterrados en la catacumba de Priscila. Acilio Glabrio, cónsul en 124, se casó con una descendiente de Sergio Paulo, convertido por San Pablo, primer ejemplo de matrimonio entre familias cristianas nobles. En 192, el Senado ofreció el título imperial a Acilio Glabrio, cónsul en 186, pero lo rechazó. Quizás sus convicciones cristianas influyeron en su negativa, ya que el emperador debía asumir el papel de gran pontífice de la religión romana.

En Galia también hay ejemplos de aristócratas cristianos: el senador Vetio Epagato, uno de los mártires de Lyon en 177 d.C.; en el siglo III, el gobernador de Bourges Leocadius, bautizado por San Ursino con toda su familia; Aureliano, sacerdote pagano de Limoges, convertido por San Marcial y más tarde obispo de Limoges.

En Roma, bajo Diocleciano (287-305), San Antimio convirtió a toda una familia de aristócratas: Faltonio Piniano, gobernador de Asia (la provincia de Asia cubría la parte oeste de la actual Turquía); Lucina, su esposa, los dos hermanos de Lucina y sus padres Sergio Terenciano, dos veces prefecto de la ciudad, y Protina, descendiente del emperador Marco Aurelio y prima del emperador Galieno (260-268).

Muy pronto, en una sociedad eminentemente aristocrática, cristianos de origen ecuestre y senatorial ocuparon puestos de responsabilidad en la Iglesia. Tal fue el caso del Papa San Clemente I, y quizá no sea casualidad que fuera el primer Papa que ejerció claramente no sólo un primado, sino también una cierta jurisdicción universal en la Iglesia, al intervenir en los asuntos de la Iglesia de Corinto, fuera de los límites de su obispado.

Por otra parte, los primeros cristianos pudieron aprovechar terrenos y propiedades pertenecientes a aristócratas cristianos, tanto para sus reuniones como para enterrar a sus muertos, como demuestra el caso de las catacumbas de Priscila y Domitila, que se utilizaron hasta el final del periodo de persecución.

Fue particularmente a través de los aristócratas cristianos, que las leyes hacia los esclavos se suavizaron.

La suerte de los esclavos mejoró bajo el Imperio. A partir de la dinastía de los Antoninos (siglo II), el amo ya no podía condenar a muerte a sus esclavos sin motivo, lo que significaba que ya no se les consideraba legalmente como objetos. Este cambio se atribuye a la influencia combinada del estoicismo y el cristianismo.

Los cristianos honestiores no siempre se libraron del martirio, como demuestran los ejemplos de Vetio Epagato y Flavio Clemente. Sin embargo, durante las grandes persecuciones del siglo III, hubo una diferencia de trato entre los cristianos honestiores y sus hermanos humiliores: sólo estos últimos fueron condenados a muerte, mientras que los primeros sólo fueron condenados a relegación.

Esto tuvo dos consecuencias: primera, que los obispos, reclutados en gran parte entre los honestiores, fueron perdonados más a menudo que los fieles ordinarios, lo que favoreció la reorganización de las Iglesias tras el período de persecución; segunda, que la relegación de los aristócratas cristianos a regiones alejadas favoreció la difusión del cristianismo en estas zonas, aunque fueron el ejemplo de la conversión del propio emperador (en este caso, Constantino el Grande, 306-336) y el cristianismo de sus sucesores los que resultaron decisivos para la difusión del cristianismo.

Conclusión

Estos pocos ejemplos muestran hasta qué punto el juicio de Celso sobre los primeros cristianos es erróneo. El aspecto revolucionario del cristianismo no tenía nada que ver con la revuelta social.

Al contrario, consistía en poner al mismo nivel ante Dios al aristócrata, al pobre de condición libre y al esclavo que se encontraban codo con codo en las mismas asambleas: «Ya no hay judío ni griego, ya no hay esclavo ni libre, ya no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús» (Gál 3,28).

Traducción de Verbum Caro.

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