La vida eterna es una promesa de fe para nosotros, según expresamos en el último artículo de nuestro Credo. Sin embargo, ¿cómo obtenerla?
Redacción (14/08/2024, Gaudium Press) “Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que come este pan vivirá para siempre” (Jn 6, 51).
Quien se acerque a este banquete celestial tendrá la vida verdadera (cf. Jn 6,48.50). Ahora bien, ¿qué clase de vida es ésta? ¿Podría alguien vivir eternamente?
Si admitimos que los avances tecnológicos y medicinales descubren nuevas soluciones para prolongar la vida humana, tenemos, de alguna manera, cierta garantía de que aún tendremos una vida larga; pero de ninguna manera una vida eterna…
Sin embargo, muchos son los que buscan descubrir “la fórmula” para conceder al hombre, en esta vida, la vida eterna… o mejor dicho, en este valle de lágrimas… Sin embargo, olvidan que la vida es un soplo y la tumba, nuestro destino común. Toda la vanidad y fortuna adquirida con el paso de los años, con esfuerzo y trabajo excesivo, pasará. El mundo también ofrece a menudo ocasiones para el uso desenfrenado de las pasiones, con el objetivo de “anestesiar” de alguna manera a la humanidad en sus necesidades, ya que una vida materialista y pecaminosa no trae felicidad.
Entonces, ¿qué vida eterna es ésta?
En busca del verdadero pan y de la verdadera vida
Dios creó al hombre con el propósito de amarlo, servirlo y reverenciarlo sobre todas las cosas y, por eso, colmarlo de copiosas gracias para obtener su fidelidad y salvación. Le inculcó la sed de infinito, que sólo encontrará su plena satisfacción en Dios, su fin último.
Además, con el advenimiento de Nuestro Señor Jesucristo, también se nos ofreció un don inmenso, que consiste en un alimento que nos lleva a la vida verdadera, es decir, al Cielo, a quien se acerque con dignidad a este pan celestial, la Eucaristía, con fe ardiente. y amor, se llenará de gracia y fuerza para afrontar las falsas invitaciones de un mundo divorciado de Dios, logrando así la convivencia con los bienaventurados del Cielo.
Se trata, por tanto, de caminar contra el “itinerario mundano”, siguiendo los caminos de Dios con rectitud e inocencia de alma, en busca de la vida eterna.
Por eso, en este camino, un solo alimento es esencial para nosotros, la Eucaristía, prenda de nuestra salvación. Pidamos a Nuestra Señora que obtenga las gracias necesarias para alcanzar este fin, la vida eterna, a través de la convivencia eucarística, que es, desde ya, un anticipo de la sagrada convivencia que tendremos entre los bienaventurados del cielo.
Por Guillermo Motta
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