viernes, 22 de noviembre de 2024
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Ex religiosa italiana habla con detalles de los abusos que sufrió del jesuita Rupnik

Anna’ contó toda su historia a Federica Tourn de Domani. Dice que la Iglesia y autoridades jesuitas tienen conocimiento de los abusos desde 1994.

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Foto: Max Kleinen en Unplash

Redacción (20/12/2022 11:10, Gaudium Press) Ahora es Anna (nombre ficticio), de 58 años, ex religiosa italiana de la Comunidad Loyola, quien ha dado declaraciones a Federica Tourn de Domani acerca de los abusos que relata haber sufrido por parte del P. Marko Iván Rupnik, según ella por espacio de nueve años. Tomamos algunos apartes de la transcripción que de la entrevista hace Il Sismografo.

Ella inicia su relato contando que “la primera vez que me besó en la boca me dijo que así besaba el altar donde celebraba la Eucaristía, porque conmigo podía experimentar el sexo como expresión del amor de Dios”.

En 1985 Anna tenía 21 años y estudiaba medicina. Había pensado en irse de misionera después de graduarse, pero también le gustaba el arte. Una religiosa le presentó entonces al P. Rupnik, que tenía un pequeño atelier en la Piazza del Gesú de Roma. “Rupnik era diez años mayor que yo y estaba en su primer año de sacerdocio. Me sentí a gusto con él y de inmediato se convirtió en mi guía espiritual”, narra.

Ella ya era frecuentadora de su estudio, cuando el sacerdote “me explicó que los cuerpos dibujados en las placas de Kamasutra eran una forma de arte”. Un día le pidió que modelara para él, algo que “no fue difícil aceptar y desabrochar algunos botones de mi blusa. Para mí, que era ingenua e inexperta, solo significaba ayudar a un amigo. En esa ocasión me besó levemente en la boca, diciéndome que así besaba el altar donde celebraba la Eucaristía”.

Afirma Anna que entonces quedó trastornada, pues por un lado quería huir, pero “por otra parte el Padre Marko me animó diciéndome que yo podía vivir esa realidad porque yo era especial y era un don que el Señor nos hacía solo a nosotros; que solo conmigo podría vivir, también en el aspecto físico, la pertenencia a Dios sin posesión, en la libertad, a imagen del amor trinitario”.

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¿Por qué ella no reaccionó?, pregunta la periodista. “Si no hacía lo que él quería, inmediatamente decía que mi camino espiritual estaba estancado y me presentaba como ‘equivocada’ a los demás muchachos y muchachas del grupo que en ese tiempo se estaba formando en torno a él. Solo el padre Marko decidía quien andaba bien y valía la pena apoyar; el que estaba en el error era humillado y puesto a un lado”.

Las aproximaciones de tipo sexual del sacerdote se fueron sucediendo y haciendo más intensas: “Así, el sentirme amada como la Sabiduría que juega delante de Dios, como está escrito en el libro de los Proverbios, se transformó en la petición de juegos eróticos siempre más extremos en su atelier del Colegio del Gesú en Roma, mientras pintaba o después de la celebración de la eucaristía o después de la confesión”.

Su ingreso en la Comunidad Loyola – Abusos con otras religiosas de la Comunidad

Anna fue “una de las primeras hermanas de la Comunidad Loyola de Menges, una localidad a 15 kilómetros de Lubiana [ndr.: capital de Eslovenia] y formé parte de ella desde el 1 de octubre de 1987 hasta el 31 de marzo de 1994. En un período tan delicado y frágil como aquel en el que uno elige cuál camino a seguir en la vida, el padre Marko me exigía absoluta disponibilidad y obediencia”. El sacerdote jesuita le había pedido que dejara la medicina y fuera a Eslovenia a la comunidad Loyola, “de la cual él era garante ante la Iglesia por encargo del entonces Arzobispo de Lubiana Alojzij Sustar”.

Ella hizo sus primeros votos religiosos en enero de 1988 y luego los ratifica en 1991, de manos del Arzobispo Sustar. “Los abusos del Padre Marko continuaron y ocurrieron en el auto cuando lo acompañaba en sus viajes. Se volvió más agresivo”. En uno de esos abusos, la ex religiosa perdió su virginidad. “La dinámica era siempre la misma: si tenía dudas o me negaba, Rupnik me desacreditaba frente a la Comunidad diciendo que no estaba creciendo espiritualmente”. “No tuvo frenos, utilizó todos los medios para lograr su objetivo, incluso confidencias escuchadas en confesión. Ahí es donde comenzó mi colapso mental”, cuenta.

Pregunta la periodista si ese tipo de violencias solo tuvieron lugar en Eslovenia: “No, también en su habitación en el Centro Aletti de Roma”, y entonces Anna narra que el P. Rupnik le pidió un día involucrar a otra religiosa de la Comunidad Loyola, pues para él “la sexualidad debía ser libre de posesión, a imagen de la Trinidad donde, decía, ‘la tercera recogía la relación entre las dos’”. Dice la ex religiosa que los abusos fueron cada vez peores, y que de los intentos de justificaciones teológicas de los mismos, se llegó a una “relación exclusivamente pornográfica”.

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La periodista Tourn pregunta si solo abusaba de ella o también de otras mujeres: “En ese período el Padre Marko había comenzado a plagiar abiertamente a otras hermanas de la Comunidad, con las habituales estrategias psico-espirituales que ya había utilizado conmigo, con el objetivo de tener sexo con tantas mujeres como fuera posible”.

“A principios de la década de 1990, éramos 41 hermanas y el padre Rupnik, que yo sepa, logró abusar de casi veinte. A veces a un alto precio: una de ellas, en un intento de resistir, se cayó y se rompió un brazo. Él era temerario y hablaba abiertamente de sus tácticas para ablandar a los que se le resistían. Intenté detenerlo pero estaba imparable en su delirio. Incluso lo amenacé con denunciarlo pero me respondió: ‘¿Quién quieres que te crea? Es tu palabra contra la mía: si hablas, te hago pasar por loca’”.

Anna estaba desesperada. Un día escapa de la casa de la comunidad y se va al bosque para ahí morir. Pero al final sobrevivió.

Por vuelta de 1993, cuando Anna hizo la defensa de su tesis en filosofía, quiso encontrarse con el entonces P. Tomás Spidlik, que era consejero espiritual del P. Rupnik, y que después fue creado Cardenal diácono: ella “tenía la esperanza de poder finalmente contarle a alguien lo que había sucedido en todos esos años”. Pero en el encuentro con el P. Spidlik, en Livorno, estando en confesión con él, “comencé a hablar con él sobre el abuso y me bloqueó diciendo que esas eran cosas mías y que no quería escucharme”. Expresa Anna que el después Cardenal le aconsejó que escribiera una carta de renuncia, en la que no especificase razones para la dispensa de votos, sino simplemente una tensión genérica. Dice igualmente que después fue a hablar con la superiora Hosta, y con otras hermanas de la comunidad, pero que “nadie me ayudó”. “Ni siquiera los jesuitas superiores de Rupnik y el Arzobispo Sustar. El padre Marko estaba protegido por todos y yo no era más que el chivo expiatorio de una situación embarazosa, el eslabón débil de la cadena que podía sacrificarse por el bien mayor”.

Salida de la comunidad

Ella regresa a Menges en septiembre de 1993, pero el “clima de hostilidad hacia mí era palpable”. “Ninguna se atrevía a hablar abiertamente y vivíamos en un clima de silencio”.

“Antes de Semana Santa se organizó una reunión entre el padre Marko, Ivanka Hosta [superiora de la comunidad] y el arzobispo para abordar finalmente la cuestión: yo también debería haber participado pero en el último momento la superiora me lo impidió. Escribí una carta de denuncia que ella debería haberle dado al arzobispo, pero ni siquiera sé si monseñor Sustar la recibió alguna vez. Sin embargo, Hosta no dijo nada en contra de Rupnik, la otra hermana maltratada se negó a escribir un testimonio y todo terminó en punto muerto. Lo cierto es que justo en ese momento las constituciones de la Comunidad estaban en el Vaticano listas para ser aprobadas”, expresa.

“¿Rupnik no fue sancionado de ninguna manera?”, pregunta la periodista: “Fue expulsado de la Comunidad y regresó a Roma y desde entonces ha continuado tranquilamente su carrera”, dice.

Anna fue entonces destinada a labores de cocina. “Poco tiempo después, en vísperas de las elecciones internas, en el compartir comunitario intenté nuevamente denunciar el profundo malestar que estaba en la base de nuestras relaciones pero la superiora me expulsó de las votaciones diciendo que yo era peligrosa porque estaba bajo la influencia del diablo. Al día siguiente abandoné definitivamente la Comunidad”. Tras su salida sufrió depresión, y sus condiciones psicológicas no le permitieron casarse y formar una familia, cuenta Anna a Domani.

Al final de la entrevista, Anna insiste que “la Iglesia y la orden de los jesuitas conocen los hechos desde 1994, cuando presenté personalmente mi solicitud de dispensa de votos al arzobispo de Ljubljana, en la que denunciaba los abusos del padre Rupnik. El arzobispo en esa ocasión solo me dijo que la Compañía de Jesús lo había sancionado severamente, lo cual es poco creíble dado que el trabajo del Centro Aletti nació y se consolidó en esos años”.

Rinde testimonio

Anna rindió testimonio de todo lo ocurrido, de “todo aquello que he sufrido en los mínimos detalles”, ante el Dicasterio de la Doctrina de la Fe, el 10 de diciembre de 2021.

Pero como “dado que durante meses ya no supe nada del resultado de la investigación eclesiástica, en junio pasado escribí una carta abierta en la que reiteraba mi denuncia contra el padre Rupnik, dirigida al general jesuita padre Sosa. Las copias eran, entre otras, el Cardenal Luis Ladaria, prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe, el Cardenal Vicario de Roma Angelo De Donatis, el Padre Johan Verschueren, el Padre Hans Zollner, el director del Centro Aletti Maria Campatelli y otros miembros de la Compañía de Jesús y del Centro Aletti. No he tenido respuesta de ninguno de ellos”.

Afirma la ex religiosa que está evaluando la posibilidad de exigir indemnización civil por daños morales y materiales.

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